15 Nov Un reloj-reloj
Un reloj-reloj
Ramón Nogués
Para qué andarse con zarandajas. Ni simbolismo, ni referencias, ni referentes. ¿Una rosa es una rosa es una rosa? Si ya casi nadie sabe lo que es una rosa. Pero casi no hay nadie que no sepa lo que es un reloj, aunque… ¿Tan analógico, tan redondo, tan de agujas como los de los tatarabuelos? Bueno, la mayoría reconoce un reloj.
Pero puede que haya habido una rebelión en la sociedad de los relojes: un reloj es un reloj es un reloj.
¡No más relojes transitivos!, habrán gritado tras sus pancartas. Como aquellos profesores de una especie de asignatura que decía llamarse «Filosofía y Literatura», que clamaban por la autonomía, la independencia, la (agarrarse) «intransitividad» del texto literario, pero luego se enfadaban con los autores que no dedicaban su escritura a la liberación de «la opresión del hombre por el hombre».
A ver si este reloj va a ser de esos. Primero, que para qué tengo que referirme a nada que no sea yo mismo. Qué leches de números, ni del 1 al 12 ni del 1 al 24, qué más dará, si siempre se trata de un abuso que otros hacen de nosotros. Fuera toda explotación: el reloj se basta a sí mismo para ser. Y suficiente tienen los demás con que todavía cedamos y concedamos, y acabemos poniendo esos dibujitos de nosotros mismos.
Porque…
A ver si ahora van a querer seguir abusando y despojarnos hasta de nuestra función. Porque con esos signitos cualquiera sabe qué hora es, ¿no? ¡Y lo nuestro es dar la hora, eso que no nos lo quiten! Los enemigos de los relojes están alerta, y cualquiera nos sustituirá por otra cosa en cuanto pueda.
Así que menuda discusión entre objeto y símbolo, entre cosa y palabra, pero contando con el espectador que debe jugar a recordar o a olvidar, y aceptar que el reloj es para algo o sólo para sí. ¿O sólo en sí?
Sí, qué recuerdos de Filosofía y Literatura.