Un saludo

Un saludo

Ramón Nogués

Nos vamos a retirar la temporada veraniega a recolectar nuevas cosas, a conocer algunas desconocidas hasta ahora y a repasar las viejas que lo merecen. Y hasta puede que al volver nos hayamos cambiado el nombre.

Estamos convencidos de que la filosofía la hace todo el mundo, y que los filósofos más bien la detectan aquí o allí, ahora de un modo más acabado y sistemático, en otra ocasión de un modo más informal. No creemos, por otro lado, que haya filosofía en todo, como a menudo afirman los militantes, precisamente, anti-filosofía. Por eso nuestra labor de mirar, buscar y localizar y, cuando ha sido posible, traer aquí: porque no es filosofía todo lo que se expresa en los programas del corazón acerca de las penalidades de los hijos de las famosas (casi siempre famosas con a, ¿os habéis fijado? Es como si no vendiera ser hijo de famoso varón, que los hay, pero no montan pollos) ni mucho menos en los programas de tertuliejas con políticos y plumillas de los que todos sabemos de antemano lo que va a decir cada cual, así de apasionantes son.

En general se suele coincidir en que eso de ser «filósofo» no es mucha cosa, salvo la cualidad o la habilidad para expresar con precisión lo que muchos perciben o piensan. Y a lo mejor podemos añadir que en esa tarea hay grados, y que no hace falta que todos atornillen las cosas como un Wittgenstein para merecer ser llamados, por lo menos durante una quincena, filósofo sin saberlo. Por eso han entrado aquí algunos, como últimamente ese genio del Coyote, que probablemente no ofrecerían una verbalización muy ajustada de lo que han percibido, pero sí se han buscado la vida para expresar algo, a veces muy sutil o muy complicado, que han comprendido a veces con intuición asombrosa. ¿Merecen o no merecen un aplauso?

Quisimos desde el principio, como todos los de por aquí, alejarnos de lo que hace casi un año, cuando empezamos, parecía imposible alejarse. Casi nadie hablaba de otra cosa que del coronavirus, y casi nadie expresaba más que averías, errores, dolor y depresión. En 11 meses han cambiado bastante las cosas, y parece que muchos se han dado cuenta de que por duro que fuera todo eso, había más cosas en el mundo que no podían ser abandonadas. Sobre todo, que era mejor no abandonarlas y obligarse, incluso si la cosa costaba un esfuerzo, a desviar la mirada que todos los medios de comunicación parecían querer secuestrar sólo en una dirección. En todo ese año oscuro de cenizas y humo seguían naciendo niños, creciendo los que ya estaban, y seguían las gentes haciendo planes para cuando pudieran reunirse con sus familias, y algunos seguían escribiendo libros, y plantando cosas en las macetas de sus terrazas, y sorprendiendo con nuevas recetas de guisos. Había mucho mundo más allá de la ceniza, y queríamos no dejar de recordarlo.

También quisimos vetar la entrada de los tópicos de las secciones periodísticas de «nacional» o «política» y afines; pero eso no lo hemos conseguido del todo. Muy pronto se nos impuso la imposibilidad de ignorar esta o aquella tropelía de algún bruto concejal, valga la redundancia, o torpe director de colegio, ídem, que además de perpetrar animaladas con su tono habitual, tocaban nociones, normalmente sin saberlo (eso, sin saberlo: por eso eso) muy del subsuelo del universo intelectual en el que nos movemos. Se nos coló la gangrena política, pero nos parece que la hemos sabido contener aisladita. No somos perfectos, es verdad, pero seguimos intentándolo.

Y ya. Salimos de gira, vamos a herborizar todo lo que se nos ponga a tiro, y vamos a intentar detectar la inteligencia (o la falta de inteligencia) donde normalmente no se mira. Sobre todo, vamos a hacerlo buscando la recuperación del humor, siempre que se pueda de la alegría, y desde luego sin parar de movernos hacia el horizonte.

Hasta la vuelta.