Cariátides o cariátides 3D. ¿Neverending story?

Paca Maroto

Me parece que los europeos nos tomamos esas cosas de los expolios arqueológicos con una tranquilidad excesiva. En cuanto surge un nuevo episodio de discusión o de negociación de objetos y vestigios, a menudo se impone el reflejo de suponer que como en Europa no van a estar esos restos en ningún sitio, que nadie va a cuidar o a mantener esos objetos en las inmejorables condiciones en que los mantenemos aquí, en nuestros museos o nuestras universidades. Pero ya hace mucho que eso es, como mínimo, una excusa inválida, porque la discusión versa en realidad sobre otras cosas.

Sería un error pensar que eso es cosa del pasado tutankhamonesco y kiplingesco. Todavía hoy se puede presenciar casi en directo esa arrogancia europea, e incluso, digamos, intraeuropea. Me parece que han sido los compañeros de El Veedor los que han mencionado en alguna ocasión en esta web a la historiadora británica Bettany Hughes, que ha hecho varias series de excelentes documentales sobre historia antigua. Parece especializada más bien en Grecia y probablemente en Egipto. Luego, ha hecho una serie más un poco de síntesis (o de refritos, quizá), que los productores han titulado Maravillas del Mediterráneo. Quizá un punto británica de más, por encima de lo que es conveniente en una mentalidad rigurosa de hoy en día (a diferencia de su competidora senior Mary Beard), de toda la península ibérica sólo toca, en esa serie, Gibraltar. ¿De toda la prehistoria y la historia antigua todo lo que le interesa del mediterráneo peninsular es Gibraltar? Suponemos que, siendo profesora de lo suyo en Oxford tendrá conocimiento de algún suceso habido entre los tiempos de Altamira y los de Trajano, por elegir dos mojones un poco arbitrarios. Pero no: Gibraltar. Allí hay unas cuevas en las que ha aparecido no sé qué vestigio de una semilla de un cereal junto a una azadilla (o cosa parecida). Hay que decir que las cuevas enteras cabrían bajo uno solo de los toldos salvavidas del campo de trabajo de Atapuerca, por ejemplo. Hughes alucina y quiere que el espectador alucine con esos vestigios, con esas cuevas, con Gibraltar y con el arqueólogo residente designado para dedicarse sólo a eso. Y concluye su visita y su entrevista diciendo aproximadamente que es una suerte que esos importantes testimonios del antiguo Mediterráneo tengan un guardián como el entrevistado y que encima estén en un «territorio de soberanía británica» como Gibraltar; y responde el entrevistado: «Y que siga siendo así por mil años más». Da la impresión de que ambos, arqueólogos e historiadores los dos, desconocen por completo que la arqueología más avanzada y canónica del mundo se practica en la actualidad y desde hace más de treinta años precisamente en España, y que sólo a causa del rigor y de la seriedad con que se practica se ha conseguido doblegar la cerrazón (claro que se trata principalmente de esa cerrazón académica, que tiene poco que ver con los conocimientos y mucho que ver con las editoriales y los patrocinios) de las mafias arqueológicas internacionales, que se negaban a reconocer que lo de Atapuerca fuera verdad, y aplicaban toda clase de tópicos racistas (la picardía latina, las mentirosas razas mediterráneas, los tocomochos españoles inevitables) para no aceptar lo que Carbonell y sus colegas les ponían ante los ojos. Y eso de Atapuerca es sólo el caso espectacular; el lector probablemente conozca los otros cincuenta o sesenta proyectos en curso, yacimientos arqueológicos vivos, descubrimientos casi de todos los días que hay ahora mismo en España, a la que muchos por ahí ya no miran con lupa para ver si avalan sus resultados, sino que la miran precisamente al contrario, para ver si los arqueólogos españoles les avalan a ellos.

Es casi inevitable la parodia, y se hace imposible no hablar de «los poderes culturales anglosajones». Aunque, ahora que lo pienso, eso ni siquiera es parodia, sino escueta y directa verdad. Veamos: si una arqueóloga oxoniense (hasta nacida de verdad en el mismo Oxford) de fama mundial se permite manejarse así, hablando de su tema, con España, imaginemos las cosas que se estarán diciendo y manejando en esos niveles de arrogancia académica e intelectual sobre países como Egipto, Marruecos, Grecia, y no digamos Siria e Irak; y podríamos continuar, porque la historia antigua y la geografía colonial o paracolonial no tienen límites, casi con todos los países africanos y bastantes asiáticos (con Japón no se atreven; este ya fue en los cuarenta y cincuenta territorio de esputos estadounidense).

El caso es que no queríamos más que comentar aquí, ahora que se acaban de firmar unos nuevos acuerditos parciales con Grecia, ese asunto de dónde deben estar los objetos antiguos, si en el museo o la nevera del país que los expolió y en algunos casos cuidó (en otros no mucho), o en sus lugares originales y verdaderos. Pero probablemente no es casualidad que se cuele el hurón británico (o estadounidense) en ese tema, claro.

Y lo que sucede es que en este asunto está todo envenenado de pasado, de un pasado tirando a asqueroso, del que la versión más esquemática sería algo así como «si los británicos no hubieran esquilmado como esquilmaron casi hasta los huesos a Egipto, puede que Egipto hoy tuviera los mismos medios económicos y a continuación técnicos y tecnológicos que tienen en Oxford para la restauración y la conservación de los restos arqueológicos que actualmente están entre el Museo Británico, el laboratorio tal de Cambridge o el college cual de Oxford». Sí, es algo esquemático, pero no falto de verdad. Pero es que, además, resulta que en Egipto hay una arqueología y unos medios de quitarse el sombrero, con expolio paracolonial británico y todo. La misma Hughes de este comentario lo muestra en algunos de sus documentales. Pero luego nadie, ni ella, parece sacar consecuencias a este respecto de ello. Hasta hablando de Italia y de tratamientos avanzadísimos de física nuclear y similares sobre los vestigios de Pompeya, por ejemplo, que le dejan presenciar en los mismos laboratorios romanos y nos los graba para mostrárnoslos, no deja de concluir con coletillas como «y luego los investigadores de Oxford lo confirmaron» y frases así. Pero no queremos hacer de esto un proceso contra Hughes que, en realidad, es de las más corteses y eruditas y entusiastas amantes de «lo extranjero» que se puede encontrar en el mundo de la divulgación histórica anglosajona. Quizá orbitamos su trabajo precisamente porque es de lo mejor en cuanto a apertura intelectual y respeto al xenós. Pero es que ni aun así: el tratamiento de xenós que todos estos documentalistas dan al profesor griego en su propia Atenas es vergonzante: oye, hermosa, aquí la xenós eres tú, a ver si me comprendes cómo te digo. Me parece que, ahora que ha caído definitivamente el post-imperio británico (el imperio ya cayó hace tiempo, ¿no?), no han caído con él esos hábitos algo agathachristiescos o downtonabbyescos de considerar el mundo entero como el patio de recreo para el briton. Y que vamos a tener que aguantar todavía durante unas cuantas décadas lo del cazador inglés aquel que, para orientar a los lectores de sus libros de caza, aclaraba que «Spain» era «una tierra más o menos extensa con un idioma exótico» que estaba al norte de Gibraltar.

Así que tendremos que hacer un esfuercito para apartar todo eso de nuestro olfato mientras intentamos calibrar las hierbas y las especias del nuevo guiso: que ahora, con la impresión 3D, se están reproduciendo con fidelidad nanométrica decenas y decenas de vestigios, restos, objetos y cosas de las expoliadas a lo largo de varios siglos, y se están obteniendo copias diríase que perfectas, de modo que al final se está proponiendo oficialmente: bueno, ya tenemos las cariátides.2: ¿nos quedamos en Londres con las auténticas y devolvemos a Atenas las copias de impresora 3D, o nos quedamos las copias y devolvemos las auténticas? Hay que señalar que no ha muerto, sino que, con todo, sigue muy vivo el argumentario coloniafílico: es que si devolvemos las auténticas a Grecia, verás en qué poco tiempo se deterioran y se pierden por lo mal que allí las van a cuidar. Ya conocemos todos desde nuestro más tierno bachillerato ese sofisma. «Es que, además, con la inestabilidad de esos países…»

Como si en Inglaterra no se hubieran cargado varios cientos de monasterios católicos, deshaciendo su arquitectura románica y gótica hasta el polvo y volatilizando sus obras de arte hasta la inexistencia, hace apenas tres o cuatro siglos. Como si no hubieran destrozado miles de piezas de arte ajeno no religioso simplemente con sus conquistas a sangre y fuego y con su piratería santificada por la misma corona. Como si no hubieran muerto millones de chinos obligados a consumir un opio inglés que se les obligó a consumir.

Pero no ampliemos esto, que bastante tenemos con lo que tenemos. Si el dilema es si devolvemos los originales o les damos las copias, déjate de una vez de idioteces, déjate de mesianismos de mayordomo de Downton Abbey, y empieza a comportarte como un país normal con relaciones normales, y deja de administrar las cartillitas de ahorros de tus hermanos, y dáselas de una vez y allá cada cual, que probablemente es la norma más sana sobre la que empezar a construir relaciones sanas.