Ecoansiedad, tópicos, mili

Micaela Esgueva

Estos pasados Reyes Magos nos han sorprendido con uno de esos regalos que te quedas y guardas, pero con los cuales no sabes qué hacer. Resulta que ha entrado en acción todo un nuevo cuerpo de ejército de psicólogos especializados en tratar esta cosa que, demos todos un aplauso, han decidido llamar nada menos que ecoansiedad.

Al parecer, hay gente a la que le diagnostican una enfermedad grave y probablemente terminal y… No, no es eso, que me lío.

Creo que es cuando se acerca el final del mes y no te queda pasta ni para comprar un lápiz con el que echar las cuentas de… No, quieta parada, que te sigues liando.

Esas son cosas que crean ansiedad de verdad. Algo así como esa ansiedad que no es exactamente patológica, porque más bien al contrario: el que no la sufra en esas situaciones sí que es probablemente el que está desajustado de la mollera.

No, es complicado: intento entender eso de la ecoansiedad y se me va, naturalmente, la idea. Se me va hacia las cosas ansiógenas. No hacia lo que dicen ahora que es esa nueva invención.

Al parecer hay jóvenes sobre todo, y añaden que algún caso suelto de casi anciano, a los que les ha dado por engancharse una disnea chunga a horas imprevistas, o por estar todo el día tecleando con los dedos sobre cualquier superficie que tengan a mano tictictictictic, o por soltar una tosecilla vacía de contenidos y hasta de intenciones cada 3 o 4 segundos de todas sus horas de vigilia. Y todo por esa causa que se puede vislumbrar en la propia palabreja recién inventada, sí. Por la cosa eco.

Es que a ver, que el planeta va mal, como el Elche en la Liga, y sólo se puede prever para él un destino valhallesco o así. A propósito, ahora que lo mencionamos, ¿soy la única en detectar en tanta profecía oscura y siempre negativa los ecoecos de folklores nórdicos incontrolados? A lo mejor alguien podría estudiarlo y seguro que encontraba que algunas de las cosas que se predican como inocentemente no son más que nietas o bisnietas de esos mitos en realidad tan opuestos a los mediterráneos. Pero a lo que vamos: que de tanto suponer y de tanto conjeturar y de tanto comprobar y de tanto vaticinar ecomales para el planeta, ha aparecido una nueva legión de personas que no pueden con ello, que es que se ahogan, oye, que les da un flus o les da un chungo, que es que es demasiado, y que oye, que se ponen a sudar frío, y con taquicardias y con tics y con cosas, y hasta con insomnios. ¡Es que estamos matando el planeta! ¡Es que ya no se puede hacer nada para remediarlo! ¡Es que no lo puedo soportar!

No hay que ser de los recios nostálgicos de las guerras napoleónicas, ni siquiera de la milicia isabelina, para pararse un momento, contemplar y reflexionar, y acabar soltando la boca: pero adónde vais, so bacines, con estas delicadezas (afortunadamente se dan al parecer por igual entre tíos y tías, o sea entre personas no menstruantes y personas menstruantes; a las mujeres postmenopáusicas no sé en qué categoría las meten los nuevos lexicócratas). Pedazo de mangurrianes, alhelíes apollardaos, que a ver si os vamos a tener que enseñar de verdad qué es la ansiedad y sobre todo qué causas la producen digamos en cantidad o incluso sólo en cualidad suficiente.

Hay tal cantidad de elementos de los tópicos que ya lo van siendo sobre o contra las blanduras de las generaciones alrededor de la Z que da hasta rabia comentarlo. Porque nuestros enemigos, es decir nuestros rivales, es decir nuestros parientes están siempre alerta y a la caza en nuestras historias: a la caza del vulgarismo despreciable, o del anacoluto intolerable (ni transcribiendo diálogos en popular, o sea), o de la hache alternante, pero sobre todo a la caza de tópicos, de consideraciones o juicios facilones o simplemente muy extendidos, y hasta de lo previsible: qué previsible eres, ya sabía todo el mundo que ibas a decir eso. Y da la impresión de que esta cosa Z o ecoansiosa sólo se puede comentar en popular o con vulgarismos o tal. Así que ya hace años (décadas, más bien) que esta Esgueva se propuso decir tal cual lo que tuviera que decir, incluso aunque coincidiera con algo popular o extendido o previsible; incluso aunque coincidiera con un tópico de moda. Pero con estos últimos hay que tener más cuidado, por varias causas. Y no es la menor de estas causas el hecho cierto y comprobado de que si expresas algo que coincide con un tópico de la época, inmediatamente tus enemigos y tus etcéteras te van a encuadrar en banderías y partidos que son las que (normalmente) viven de que ese tópico cunda. Y a mí lo que sea (por aquí andamos rozando un anacoluto, ¿no?) pero encuadrarme en grupos sólo por encima de mi cadáver. Hasta ahí podíamos llegar.

Así que habrá que reconocer que tengo que decir lo mismo que dicen los que usan estos tópicos, pero por supuesto subrayaré que, sin meterme con nadie, en mi caso desde luego que no es un decir fruto de la pereza topiquera, sino consecuencia de esa observación de la que presumo con justicia: estos memos de la sección Memos de las generaciones Z y al parecer de la microsección Memos de los boomers son unos gilipollas de tomo y lomo por sentir, creer y pensar que eso que padecen es una ansiedad como lo que se viene llamando ansiedad, y que necesitan ayudas de psicólogos (?).

Y son más memos todavía por hacernos pensar en que a lo mejor tienen razón los que van por ahí, de pueblo en pueblo, abogando por la vuelta del servicio militar obligatorio, o por lo menos de unas maniobras árticas de un mes cada año durante veinte años. En ocasiones, leyendo la casuística que algunos diarios han ofrecido, lo peor lo peor es que le hacen a una pensar todavía más allá: unos padres bofeteros como los de antaño os daba yo; o: unos profesores caponeros os habrían venido bien. Tentaciones de la proporción hebraica de nuestra herencia, esa que ni olvida ni perdona. Pero no me digáis que a todos os parece normal que alguien vaya al psicólogo «porque le da la disnea» cuando piensa en lo mal que van a las emisiones de CO2, que oye, que están descontroladas, que no puede ser, ¡no puede ser no puede ser! ¡Mamáaaaaa! ¿Dónde está mi mamáaaaaaaa?

Una, que tiene relaciones más que estrechas con generaciones posteriores, especialmente con milenials y Z, no quisiera verse obligada a emitir, al estilo del partido minoritario de nuestra anisocórica coalición gubernamental, un decreto de prohibición de esas dos generaciones. Pero es que estas cosas le ponen a una en el disparadero. ¿En qué nos quedamos? ¿En lo de reinstaurar la mili? Ahora la tendrían que hacer también las tías, ojo.

Ah, eso sí: los psicólogos ni mu. Más facturación.