01 Dic La idea de lo natural también es…cultura: just stop oil
Micaela Esgueva
Como primer abordaje, allá en la enseñanza primaria, se suele decir que lo natural y lo cultural son opuestos. ¿Con esto ya han superado la primaria los más zoquetes? Ahora vamos a decirlo mejor y probablemente a introducir matices que con esa frase se escapan, despachurrados.
Tendremos que creernos que para llamar la atención a favor de algo que algunos llaman «naturaleza» no hay mejor cosa que cagarse eso que otros (o quizá los mismos) llaman «la cultura». Lo que pasa es que eso de cargarse «la cultura» o la cultura es algo tan del gusto de todos los bestias y desalmados de la historia que los que quieren reivindicar la bondad de lo natural tendrían que andarse con mucho cuidado, no vaya a ser que los demás lo entiendan mal y los agrupen, por poner unos ejemplos, con Atila o con Hitler. La verdad es que casi casi asistimos al nacimiento de estas corrientes setenteras del ecologismo político; o sin casi casi. Y ellos (ojo: ellos, no nosotros) sí que pronunciaron desde el principio su clarísima postura totalitaria a favor de la protección de lo que ellos (ojo: ellos) llamaban «lo natural», y en contra de lo que llamaban, girando con virtuosismo el discurso en ese momento, «lo artificial», que iba desde la goma de los zapatos hasta las casas hechas con hormigón, y desde un corte de pelo con tijeras hasta la pintura al óleo -y no digamos extremos como el teatro o el cine-. Pero ¿alguna vez habéis visto un óleo o una acuarela pintados por un animal salvaje?, preguntaban serios. Alguno, del lado del sentido, respondió alguna vez: ¿Y por qué sólo es bueno algo si lo ha hecho un animal salvaje? Y las cosas se enredaban y por supuesto acababan con insultos y acusaciones de hondura histórica.
Lo de oponer cultura y naturaleza suele ser un recuso simplón, pero lo cierto es que intentar entender cuánto de verdad puede haber en esa oposición retórica es el fundamento de muchas disciplinas de la órbita de la filosofía. Luego, los que han leído mejor a Spinoza y a algún otro, acaban con aquello de «Dios, es decir, la naturaleza»; y de ahí siguen al territorio en el que las cosas empiezan a parecer algo más soleadas y probablemente infectadas de lógica: primero, que me definan qué es eso de «naturaleza» (o Naturaleza); segundo, que me definan qué es eso de «cultura»; tercero, que me separen bien, si es que pueden, una supuesta «naturaleza humana» de eso que viene siendo llamado «cultura», que a lo mejor no es otra cosa que la «acción natural» de esos animales llamados «humanos». Así, en ocasiones, se empiezan a aclarar las cosas; pero no en ocasiones, sino siempre, comienzan las peleas, claro.
En fin, todo esto tendría que ser larga y rigurosamente discutido, sin ahorro de jornadas ni de descansos ni de nuevas sesiones, y sin plazos de tiempo, porque probablemente es uno de esos asuntos que final, lo que se dice final, no tienen. Pero no es menos cierto que se nota a kilómetros cuando alguien se pone a discutir de esas cosas con entrenamiento y conocimientos y honestidad o, por el contrario, viniendo directamente desde el preescolar antropológico. Veamos: entre salvar todo el patrimonio del Museo del Prado o mantener la Sierra de Guadarrama pura y virgen de visitantes humanos, con qué te quedas. Habrá muchas formas de responder a esta idiotez, pero una primera, quizá, es: «me niego a considerar tal alternativa pueril».
Ahora nos manchan cuadros de Van Gogh y de Manet y de Klimt y de Goya y esculturas y museos para que los demás, ignorantes, caigamos en que hay que acabar con la extracción de petróleo. La cosa está clara, es verdad: o Van Gogh con manchas de petróleo en las playas gallegas, o playas limpias y nada de Van Gogh. Que no es nuevo, insisto; que esto viene de los orígenes kagebéicos del ecologismo de Petra Kelly, que la jugada era a un tiempo tecnológica y militar y cultural y anímica y emocionaloide. Con la inestimable ayuda de, quién lo iba a decir, los dibujos de Disney. Que no es de ahora este «es que hemos llegado a un punto en el que o haces esto o…»: que estaba en su mismo nacimiento, o por lo menos en su misma llegada a occidente.
El problema de fondo es que esta oposición natural/cultural alude a capas de la persona que están por debajo de las, digamos, funciones superiores. Hay gente muy inteligente en lo abstracto, en lo instrumental, en lo matemático, que no tienen demasiada perspicacia ni demasiada inteligencia en lo asociativo, en lo verbal, en lo emocional. Así que no es difícil encontrar «grandes talentos» que se afilian a romper cuadros, esculturas, bibliotecas, museos o cualquier otro producto «no natural», es decir, «cultural», si con ello se protege lo que no es producto, es decir, «lo natural»: una especie de sofisticada «productofobia» que, sin ponernos demasiado psicologistas, hace inevitable pensar en nostalgias de la infancia y cosas así. Pero esto da igual, porque allá cada uno. Lo que no da igual es que decidan por su cuenta qué es bueno para nosotros y qué no nos importa perder, o más bien que nos quiten.
Barbaries anticulturales hemos conocido muchas en la historia, en general expresadas en forma de orgías de violencia y destrucción, como en la Guerra Civil española, o en bombardeos apocalípticos e indiscriminados, y de otros modos. Desde luego, siempre ha habido locos sueltos, como aquel que decidió dar dos martillazos a la Piedad de Miguel Ángel. Y, por supuesto, siempre ha habido y habrá adolescentes rebeldones en la universidad, e incluso ya titulados, que consiguen hacer de sus protestas infantiles hasta partidos políticos. Ahora nos enfrentamos a una versión o modalidad o interpretación algo más retorcida: la idea es, quizá, que los que aprecian la cultura y la herencia cultural son los ciegos que ignoran o que son indiferentes al deterioro del medio natural; y «dándoles donde les duele», es decir, cargándose esa herencia cultural, lo mismo les despiertan y los ganan para la causa naturafílica.
¿O no es esa la idea? Quizá alguien les podría hacer ver que si ellos han llegado ahí ha sido como consecuencia de la herencia cultural recibida; que a lo mejor la cultura es lo natural en el ser humano, y que las expresiones artísticas, filosóficas y científicas son a la persona como el rugido al león; y que la preocupación por el deterioro del mundo natural es una de las más acabadas y sofisticadas expresiones culturales del ser humano.
Y que si insisten en oponer ambas nociones, estarán dejando al futuro despojado de herencia cultural, y puede que así indiferente, en consecuencia, a la causa que ellos mismos pretenden defender, porque esa causa es, la mires como la mires, y la enarbole el zoquete que la enarbole, la expresión más acabada de cultura humana. Así que quizá convendría tener cuidadito con eso de cargarse la cultura esa. ¿Y no se dice con toda rotundidad que una de las principales claves del fascismo -el de verdad, el de Mussolini- fue la que se llama brutalización de la política?