15 Sep La impotencia del futuro (1)
Micaela Esgueva
Fráncfort, abril de 1945: la Segunda Guerra Mundial está a punto de acabar en Europa. En esta ciudad ya ha acabado, o eso se dice oficialmente. Dentro de 20 años o poco más, el lugar de la fotografía va a ser el ocupado por alguno de los enormes edificios de acero y cristal en los que se van a decidir las políticas económicas del Mercado Común, primero, y 20 años más tarde de la Unión Europea.
¿Se lo podemos decir de algún modo a estas personas desesperadas? Quizá si supieran eso
tendrían algo de consuelo. Ahí había, visiblemente, un edificio de viviendas. Lo raro es que haya quedado un solo tablón sin quemar. Por supuesto, no hay forma de saber quiénes eran estas personas ni qué fue de ellas. Por la edad, por el horror que estaban viviendo, por la época, no es descabellado pensar que en pocos años encontrarían el descanso de la muerte. Pero al fondo hay un niño como de 5 o 6 años. Este podría vivir todavía hoy, octogenario. Es curioso que cuando es imposible comer, pero las gentes sobreviven, muchos años después casi nadie recuerda cómo sobrevivió, cómo consiguió no morirse de hambre y cómo cambió hasta tener el aspecto normal y saludable que tiene en el futuro. A lo mejor es ese necesario olvido de las pesadillas que algunos proponen. Pero cuidado: algunos no consiguen olvidarlas. Lo que se les haga sufrir una vez seguirán sufriéndolo siempre.
En la revista MUNDO, editada en Madrid en los años de la Guerra Mundial, de la que extraemos estas fotografías, se dedicaban por entero a la actualidad bélica. En el número del 25 de junio de 1944, reflejaban el rumor de que Alemania había empezado a usar un «Arma Secreta», que había empezado a castigar el área de Londres. Dos o tres de ellas no habían estallado al caer, y de ahí habían surgido informes y descripciones que pronto circularon por todas partes. Los redactores no estaban muy seguros al presentar el esquema que habían recibido, pero algunos eran profesionales del ejército, y consideraban probable el diseño.
También podríamos colarnos en la foto, hacer algo para desplazarnos a ese tiempo, y decirles: sí, estáis en lo cierto y además con mucha precisión. Y a lo mejor eso bastaría para que supieran establecer mejores defensas y evitar tantos miles de muertos como hubo en ese Londres machacado. Pero nadie ha inventado cómo llegar hasta allí. Es curioso cómo todo esto, que era un buen secreto militar del más alto nivel, apenas en quince años lo estudiaríamos en el bachillerato, con 11 o 12 años, como historia reciente y comprobada. Lo cual no deja en muy buen lugar esa calificación de «importante secreto», por supuesto.
La impotencia del futuro, nuestro conocimiento superior al que tienen las gentes del pasado acerca del destino de ellas mismas, es una verdadera condena para nosotros, las personas del futuro, cuando lo que hay en perspectiva es sufrimiento y horror. Haría uno lo que fuera para conseguir que le oyeran esas personas que uno de pronto conoce en una foto, pero que nunca imaginaron que iban a ser conocidas por alguien de quien no tienen posibilidad siquiera de saber de su existencia. Pero nosotros también somos el pasado de muchos. A lo mejor ahora mismo nos están gritando a través de una foto nuestra o de un vídeo y nos están advirtiendo algo serio o aconsejando algo importante. A lo mejor podríamos escuchar el mundo de otros modos, y quizá acabaríamos entendiendo las advertencias. A lo mejor son lo que llamamos intuición, y hay gente desesperada por ayudarnos que no sabe cómo, porque sabe nuestro destino y nos lo quiere suavizar. Será eso, cuestión de escuchar de otro modo el mundo.