15 Abr ¿Puede una mujer cometer un crimen machista?
Iria Marcina
¿Habrá alguna vez una cuota obligatoria de actores y personajes hispanos en las teleseries y las películas hechas en Estados Unidos, como la hay para los que algunos llaman afroamericanos (cierta actriz negra especialmente chungona lleva toda su vida peleándose con todo el mundo, porque la llaman así y ella insiste en que africano lo será su padre -del que se lo llama-, porque ella procede de Melanesia)? ¿De verdad son tan pocos o tienen tan poco poder los que se están dando cuenta de que se están volviendo a hacer con los controles de todo los adictos a hacer de todo un cuadrante, una rejilla, un casillero, y que eso ya ha pasado más veces en la historia y siempre ha acabado mal? Se diría que muy pocos recuerdan que todos los intentos de totalización de los que tenemos noticia (no sabemos entre los sármatas, oye, es verdad) han acabado como el rosario de la aurora, especialmente para los que, pobres de ellos, no encajaban claramente en ninguna de las cuadrículas impuestas. Cuidado: que este es el momento en el que los listillos suelen decir: pues que encajen, que pongan de su parte, qué es eso de ponerse tan original y tan egocéntrico. No, no, hay que decirles a estos listillos: es al revés. Sois vosotros los que estáis intentando imponer vuestras fantasías a la realidad, e incluso consiguiendo que esas fantasías lleguen a tener forma como de «teoría», hala, nada menos, para venderla bien. Pero es que no miráis, al parecer, el suficiente tiempo como para daros cuenta de que la realidad es más y es otra cosa, y que se os había olvidado (puestos a aceptar que hubierais hecho esa cuadrícula mirando al mundo y recordándolo, que ya es mucho suponer) meter estas y aquellas categorías y ejemplares y géneros (con perdón), y aquellas otras, y las de más allá… y normalmente se acaba descubriendo que se os había olvidado meter casi toda la realidad, y que esa cuadrícula vuestra para explicar cómo es el mundo o normalmente más para imponer cómo debe ser no era más que la sinopsis, que dirían los cinéfilos, o el esquema, que dirían los lógicos, de vuestros sueños y vuestras pesadillas. Que debemos deciros pero desde ya que nos importan más bien poco.
¿Puede un hombre, o sea un varón o sea un macho de los humanos, ser víctima de un crimen machista? ¿Puede un negro norteamericano ser culpable de un delito de racismo? ¿Si un policía blanco mata a un adolescente negro con mochila al volver del colegio lo hace por racismo, y si el que mata es un poli negro no lo hace por racismo? ¿O sólo es racismo si se mata un negro, lo haga un blanco o un negro o un loquesea, y si el muerto es un adolescente blanco no será nunca por racismo? Pero atención, que los varones blancos adolescentes también quieren llegar a casa solos y borrachos sin riesgo alguno.
Algunos se sorprendieron en las primeras etapas, hace como doce o trece años o por ahí, cuando, me parece recordar que por la región valenciana, ingresaron en urgencias a un hombre treintañero con varias cuchilladas en la espalda y con el cuchillo clavado todavía en la que presumiblemente era la última; el primer titular periodístico de alcance ya llegaba muy lejos: inmediatamente se supo que se las había asestado su mujer, y las pesquisas se orientaron a averiguar qué le habría hecho él a ella para que ella le respondiera así. Advierto que, si no textualmente, porque cito de memoria del todo, sé que me acerco mucho mucho a cómo se redactó aquello ya en aquel primer momento. ¿No es una gloria y un clímax de la cuadrícula?
No se ha escrito demasiada teoría para comprender la condición vulnerable del ser humano. Es decir, se ha escrito mucha, pero toda o casi toda desde un punto de vista más bien baboso y metafísico, que no nos dice nada y no nos sirve de nada. Eso de que el ser humano es vulnerable pues no es agradable, claro. Estaría mejor ir por ahí seguro de las propias victorias fueran cuales fueran las circunstancias que le salieran al paso a uno; ir más que estable en la firmeza, todo un Hulk gritando: ¡obuses a mí! Bueno, esto ya lo hacen muchos diputados de provincias en cuanto vuelven después de su primer viaje al Congreso de los Diputados o «a Madrid», como suelen decir. «Eeeh, Mariano», le gritan en la zona húmeda, interrumpiendo los vinos, «ahora a ponerles firmes a esos de Madrid, oh». Y todos se imaginan a Mariano, a la vuelta del fin de semana, caminando por la plaza de Colón (no suelen localizar muy bien el Congreso desde esas distancias) con retumbar, zancada y tamaño de Mazinger-Z, o de Godzilla, o de Optimus Prime, o eso, según generaciones. Mariano oculta (y de ahí los problemas posteriores de discurso y teoría) que en Madrid va más achantado que una chinche, acojonado vivo entre el tráfico, la velocidad del personal, las distancias, la religión de la puntualidad y la seriedad de las cosas, y por cierto la dificultad: no, eso de desviar el AVE hasta su pueblo, tal como había prometido, no es cosa que se vaya a conseguir desde un escañito del Congreso, y menos siendo novato, y menos desconociendo la intratable complejidad de esos contratos y esas contratas, y todavía menos sin tener ni idea de cómo y por qué se decide este o aquel trazado del AVE, del tren normal, de las autovías o de las carreterillas. Que no es desconocer poco para alguien que se ha metido en política. «Es que en Madrid se empeñan en complicarlo todo con la política», dirá en algún vinoferio de esos de finde, «y sobre todo si te ven venir de una provincia como esta, que es que van a por nosotros». Y con eso, como dicen los periodistas veteranos, se retrata. ¿De qué se retrata? De lo que tantos en la actualidad.
La actualidad puede ser caracterizada como esa época en la que en el discurso público se prescinde del individuo todo lo que se puede y se tiende a referir todo a colectivos, tribus, grupos e identidades grupales, ¡y hasta a provincias! Se diría que hay una lucha a muerte contra el individuo y la responsabilidad individual: la que se atribuye a otros individuos cuando habría que atribuírsela a uno mismo, y por encima de todo la que uno mismo debe asumir cuando se trata de asumir personal e individualmente la responsabilidad por los propios actos. Pero parece que esto ya no, y más bien yo hago lo que hago porque pertenezco a tal colectivo o grupo o tribu, «y de mis actos en la tierra responda el cielo y no yo», por supuesto. Uf: con eso en mente, cómo no vas a secretar decretos, órdenes, leyes, condenas, sentencias, insultos, menosprecios, anatemas. ¡Si tú no eres responsable de lo que haces! ¡Haces lo que haces porque perteneces a ese colectivo al que perteneces! Y aquí topamos, por fin, con la piedra esa enorme que bloquea la carretera.
Esa carretera está cortada por una roca del tamaño de un edificio que la atraviesa de un lado a otro: ¿y si no pertenecieras a ese colectivo? ¿Harías, dirías, insultarías, condenarías igual? ¿O haces lo que haces y condenas lo que condenas porque eres de tal región y no de otra, porque eres de tal sexo y no del otro (o de otro), y si no fuera así no harías ni condenarías igual? Porque en este último caso (a ver si puede uno dar él solito el paso sin que lo mastiquemos todo), estamos hablando de algo que se parece mucho mucho mucho a una lucha no por la justicia sino… por privilegios para el propio grupo. Sí, que conste: me he comido un pasito lógico intermedio, casilla que dejo en blanco-sudoku para pasatiempo del lector.
¿No se le ha ocurrido a ninguno de los propagandistas de la opresión de un colectivo que a lo mejor los males que caen sobre ese colectivo no le caen a ese colectivo por ser ese colectivo sino que caen a todos, colectivos o individuales, igual que a ese colectivo? ¿Ninguno de los que están con las manos en el volante de esa cosa ha pensado, o sí pero se lo calla, que a lo mejor no es una lucha de los negros, ni de estos o de aquellos grupos, sino del ser humano simplemente por ser un ser humano y vivir en sociedad, la lucha por no ser insultado o agredido?
Se ha hecho tan desmedido hincapié en la dialéctica de las condiciones vitales, en las peculiaridades de cada grupo o tribu o sexo o identidad, cuando se describe o se combate o se lucha por aminorar las tribulaciones de la vida, que da la impresión de que se ha olvidado que prácticamente todas estas tribulaciones no las sufres tú por ser de este o de aquel grupo, sino simplemente por ser un ser humano débil y vulnerable ante el rugido y el ataque de esos agentes del dolor y del mal que andan siempre, desde que tenemos noticia, de la última glaciación para acá, entre nosotros.
Eso es lo que a menudo se nos atora en la conversación cuando intentamos transmitir la certeza de que quien lucha y grita porque sola y borracha quiere llegar a casa no va a conseguir nada, y que además está llenando de insidias el discurso público, porque está olvidando que eso expresa la protesta ante un problema que no es ni privativo ni especial de su condición o su estado o su género o su sexo. Por ejemplo, con cifras gruesas, en España, en los últimos diez años, viene habiendo una media de 400 asesinatos por año, de los cuales 350 son de varones. Solos y borrachos quieren llegar a casa todos, coño. Eso no es una lucha de género. La lucha de género era (y quedan flecos, claro) por los sueldos iguales ante trabajos iguales o, por eliminar las circunstancias en las que pueda prevalecer en la relación entre ambos sexos la fuerza física. Se están atribuyendo a las llamadas «luchas de género» (y toda su cohorte: «problemas de género», etcétera) cosas que muy probablemente no lo son, sino problemas inseparables de la condición humana, de la condición de ser vivo o de ser social. Cuando la lucha por unos derechos ya en vigor y ejercidos continúa, ¿no ha sido ya siempre (no sabemos en los sármatas, es verdad) una lucha por privilegios?