TOC político

Micaela Esgueva

Una de las consecuencias principales y más demoledoras de un TOC es que lo padece una persona pero esta obliga a los que la rodean a comportarse a su vez como si estos tuvieran también ese TOC. Algunos le llaman a esto «contagio»; pero hay que andarse con cuidado con estas palabras, que están en lo más profundo de nuestra herencia, como el miedo a las ratas. Porque en realidad el TOC no es en absoluto contagioso, claro, pero si decimos la frase por ahí, puede caer en oídos desprovistos y organizarse una buena. En fin: que si el TOC que te ha tocado cerca (esto significa: que tiene una persona de tu familia, o con la que convives, o un amigo frecuente) es que todas las cosas y cositas de una mesa, y entonces probablemente también del suelo, como zapatos o lo que sea que se deposite ahí, y en general las cosas y cositas del mundo cercano, tienen que estar en ángulo recto unas con otras, acabarás agotado tras una tarde de merienda con el TOC, porque parece que la conversación o cualquier otra cosa es un elemento secundario y molesto en relación a la cosa principal, que es corregir permanentemente la posición de esas cosas y cositas, la bandejita de los cafés, que estaba sólo a 83 grados de las revistas, y hay que ponerla una y otra vez a 90 grados, porque se empeñan en moverla un pelín cada vez que cogen una pasta, o en mover las revistas otro pelín hacia el otro lado para acceder a la jarrita de leche, es que no hay consideración en este mundo, qué les importará dejarlo todo en ángulos rectos como lo pongo yo. De modo que, ya cercanos al agotamiento de esa actividad incesante que desvía la atención de todos en todo momento e impide seguir bien la conversación o la película de la tele o lo que sea, los que no tienen ese TOC empezarán a adelantarse al TOC y acabarán colocando todos y en todo momento todas las cosas y cositas en ángulos rectos, para que el TOC se calme un poco y no desconcentre a todos con su hiperactividad TOC. Ha ganado el contagio: todos comportándose como si les importara el ángulo de las cosas, pero les importa un pimiento.

El lector quizá pueda imaginar, o quizá ni le haga falta porque lo conoce en su propio entorno, el universo inagotable de versiones y modulaciones que adquiere este contagio TOC, y entonces conocerá también lo agotador que es. Cuidado, que se ha levantado X, hay que quitar todas las miguitas del desayuno de la mesa en la que todavía estamos a medio desayunar, porque se pone de los nervios si ve miguitas y está una hora apartándolas una a una, adelantémonos a él para que nos deje un desayuno tranquilo. ¿Tranquilo? Se acaba de ir al garete esa tranquilidad, porque ya tenemos a todos, que no tienen ese TOC, comportándose como si lo tuvieran, interrumpiendo su desayuno por quitar unas miguitas que de todos modos, al acabar, quitarían entre todos. Y así una modalidad tras otra.

En realidad es, por sus resultados, una conducta autoritaria. Lo de las intenciones es otra historia en la que no entramos ni ahora ni en general. Pero los resultados de un TOC en entorno humano suelen ser similares a los que obtiene un tío que es simplemente un matón, o puede que sólo un mandón, o cualquier eufemismo de la familia de los eufemismos que evitan usar la palabra autoritario. Cualquiera que ha hecho la mili ha contado que los peores momentos eran esos en los que se les cruzaba un mando con TOC (se le diera a este la denominación que la época pedía darle: manías, paranoias, obsesiones, la que fuera), porque se unía el contagio TOC con la capacidad de crujir vivo al que no se pusiera al servicio de su TOC: cuidado, que ahora está de cuartel el capitán Fulano, que no soporta ver una arruga en el embozo de las camas. Y todos, aun con las camas decentemente hechas, como locos a alisar hasta lo microscópico esos embozos, porque se te podía caer el pelo si ese majara descubría tu delito embocístico: sin auctoritas alguna pero con toda la potestas del mundo, claro. Y ahí se juntan con toda claridad eso del TOC y del autoritarismo: los TOCs ponen a todos los que se les cruzan al servicio de su TOC, como si los demás también lo padecieran; no hace falta que sea en un cuartel.

¡La de tiempo que hacen perder a todos! La gente lo va sobrellevando, se va adelantando a los momentos incómodos de descontrol nervioso, lucha y curra porque no se den las condiciones en que esos momentos suelen aparecer y, por fin… no hacen ni han hecho lo que tenían previsto o deseado hacer en ese rato. Alguien tendría que dimitir, que suelen decir la mitad de los españoles cuando una nube tapa el sol (los otros lo dicen cuando lo destapa).

Pero ¿no pasa algo parecido con la política del desmantelamiento que estamos viviendo? ¿Soy yo, o es un poco raro que las más altas autoridades políticas no dediquen todo lo que tienen para acabar con el paro o para garantizar las pensiones y en lugar de ello nos pongan a todos a discutir de sus juveniles obsesiones de recién llegados al injusto mundo, como si fueran nuestras? ¿Qué lugar tiene en la convivencia y en la construcción democrática la protección de los okupas? ¿O el alivio de las penas para los violadores? ¿O la concentración en las groserías de feria que se gritan de unos colegios mayores a otros? ¿O etcétera?

¿Soy yo, o estamos todos bailando al TOC que nos tocan los TOCS -estos no del todo indeliberados- de la política?