01 Abr Un capítulo más del renacimiento (de la censura)
Paca Maroto
Una editorial cuyo nombre no es digno de aparecer en esta web ha conseguido cambiar los textos originales de Roald Dahl, eliminando los adjetivos «gordo», «feo» y otros cuantos, y sustituyéndolos por paños calientes del estilo de «diferente», «diverso» y memeces así, y también se han liado a operaciones y variantes como eliminar una referencia a Kipling (al parecer, imperialista o algo parecido), sustituyéndola por una referencia a Steinbeck (al parecer, progre o woke o algo), y quitar una a Joseph Conrad y poner en su lugar a Jane Austen. Unos imbéciles cuya identidad mejor ignoraremos han conseguido imponer en algunas universidades que Beethoven se vaya de los programas por ser «too pale, male and stale», o sea demasiado blanco, varón y rancio. Muchos grupos de denominación perfectamente olvidable han conseguido que se derriben las estatuas de fray Junípero Serra que se multiplicaban por toda la redondez de California a causa de que… lo que se puede suponer. Y muchas más deliciosas ocasiones que el lector seguramente recuerda, incluyendo la petición humanista y filantrópica de los sensibles individuos bildutarras de eliminar de la parrilla de ETB el programa magazine-humorístico de la actriz Valeria Ros porque esta ha vertido en el mismo ciertos insultos de grosura y cantidad suficientes como para constituir una ofensa al pueblo, al territorio, a la historia, ¡a la cultura! vasca, como por ejemplo soltar un irrintzi defectuoso (no está muy claro cuál no lo es, pero ese es otro tema), o preguntarle a un piedrolari (ay, queremos decir harrijasotzaile, pero es que cuando escribimos en castellano nos resulta natural escribir en castellano) al que iba a entrevistar si se había traído las piedras al plató.
¿Qué tienen que tener en su sesera las gentes que se atreven a pensar que tienen derecho a corregir textos ajenos para hacerlos más amables o más compasivos o como sea que se lo llame cada cual? ¿Cuál era la intención de Dahl al escribir sus cuentos, y cuáles han venido siendo las consecuencias en los lectores jovencitos de leerlos? Pues, precisamente, lo que se está consiguiendo con todo esto es una de esas cosas que los antiguos llamaban «cuerpo de doctrina» que, bien machacado (como bien se está machacando ya), se va a llevar y se está llevando al huerto del reaccionarismo más imbécil a miles y miles de niños.
Pero no sé si tenemos mucho derecho a extrañarnos a estas alturas. No podemos decir, cuando miramos cómo arde el Reichstag, que no estuviéramos avisados desde aquellas orgías en las cervecerías muniquesas; estaba muy claro ya entonces por dónde iban a ir los tiros, y si alguno no reaccionó fue por pereza o a lo mejor hasta por afinidad, pero lo que no puede decir ahora es que le sorprendieron esas llamas: en 1995 y en un lugar de tan poco glamour como Alcobendas, en Madrid, el espectáculo de fin de curso de los alumnos de 2º de Primaria consistió en una especie de obra en la que los personajes eran los árboles, las flores, los insectos y animales varios del bosque; y una alumna de entre ellos, que en la vida real se había pronunciado en plan gamberro (y evidentemente sin saber muy bien lo que decía) a favor de talar árboles para hacer mesas y cosas así, fue bendecida por el profesor con el papel de villana, algo así como una individua que en la obra quería quemar el bosque y todo lo que contenía. La obra acababa con ella en el centro del proscenio recibiendo el abucheo y los lanzamientos de pelotillas de papel de todo el resto de personajes. Un alarde de confusión impertinente entre el escenario y la vida, un festival de sesgo didáctico, un uso prácticamente delincuencial del poder del maestro para humillar y expulsar al disidente; pobre niña. Aquello se denunció en su momento (y no sólo eso, sino que se presenció por varias autoridades algo así como municipales) y nadie hizo ni dijo nada, por supuesto.
¿Es tan difícil de ver que la enseñanza ha hecho consigo misma exactamente lo mismo que la Iglesia católica hizo consigo misma con todo aquello del Vaticano II? Ya que no llegamos a todas partes tal y como somos, dejemos de ser como somos y seamos de otro modo, y así conseguiremos entrar hasta en el último rincón de la selva amazónica, de las ciudades hiperpobladas y hasta de los desiertos. Para conseguir clientes allá por la Centroamérica del maíz no hubo dudas al preparar catecismos en los que el trigo evangélico fue sustituido por maíz y el vino por pulque; el mensaje original no tenía mucho que ver con eso, y no vamos a entrar aquí en las connotaciones mediterráneas de la Trinidad y el cereal, de la vid y del Nuevo Testamento, pero a ojos de cualquiera con un mínimo de alfabetización queda claro que el asunto comienza a ser otro con esos cambios (y no hay que olvidar aquellos retoques de «el romano imperialista», por supuesto). La enseñanza española, con tal de que pudiera presentarse como El Gran Logro de aquellos años ochenta, y no pudiendo constituirse en tal por sus propios medios, consiguió, por designio de sus autoridades civiles, identificar su tejido de un modo muy similar a la histórica identificación de la Iglesia con el Imperio Romano. De modo que ¿qué hizo la enseñanza, con tal de llegar hasta el último rincón de la selva, de las ciudades y de los desiertos (y sobre todo para poder decirlo y venderlo como logro pre-electoral durante décadas)? Dejar de ser enseñanza; aminorar paso a paso hasta llegar a prescindir de los contenidos; eliminar la exigencia; desprestigiar el esfuerzo; inundarse de valores ajenos a ella misma. E incorporar los vicios y las aberraciones habituales: todo el mundo es culpable de algo incluso aunque se demuestre lo contrario.
Parece que vengo diciendo sólo de España, ¿no? Pues no. Esa es la versión doblada al español, pero lo fascinante es que ese mismo proceso se ha dado en casi todo occidente con estos o aquellos matices diferentes. Todo esto de Dahl y la nueva censura viene imponiéndose tacita a tacita desde hace ya décadas (quizá desde esas fiestas en las cervecerías). Como no soy exactamente lo que se viene llamando conspiranoica, no diré que hay un sanedrín dictando órdenes por mucho que parezca que lo hay. Pero lo que sí se ve fácilmente es que hay algunos que se benefician de corregir los libros de Dahl, de regañar a esa pobre niña de 1995, de proscribir a Beethoven o de imponer a las sociedades gastronómicas donostiarras la presencia obligatoria de mujeres.
Un momento, Dave.
Un momento.
Me llega ahora mismo la noticia de que en cierta provincia española se acaba de prohibir que las mujeres salgan en grupo por ahí, a comer o a merendar o al cine o a cualquier lugar o tarea, si no es con la presencia de uno o varios hombres.