A propósito de una entrevista a Stanley Payne

Entrevistaban a Stanley Payne a mediados de septiembre en el diario La Razón. La conversación transcrita, que no ofrecía picos de intensidad emocional ni descubrimiento intelectual en particular, nos llamó la atención por varios motivos que nos exigieron leerla varias veces, porque la cosa estaba por ahí entre las palabras, pero sin banderines ni luces ni colores especiales. De modo que, como solemos, acabamos en asamblea de estupefactos preguntándonos unos a otros: ¿y qué es lo que intriga tanto de esta entrevista aparentemente tranquila y planita?

Así que al final nos dimos cuenta: los sobreentendidos.

Todos habíamos leído cosas de Payne, como suponemos que nuestros lectores, y no solamente obras suyas de historia, sino entrevistas y artículos. Y ya lo conocíamos. Es algo más difícil de comprender (o quizá no) por qué desde hace tanto tiempo, y con regüeldos, surgen los gritos de los gritadores habituales insultando a Payne de todos los modos posibles. Tenemos recogidas por ahí interesantes colecciones de recortes que muestran que, a los pocos días de ser insultado de reaccionario franquista, otros le insultaban de rojo con pintas. Qué fatiga. En esta entrevista eso ni se menciona, por supuesto.

Pero sí titula, quizá habría que decir aviesamente, el redactor Jesús Palacios: «La situación política en España es desastrosa». Eso ya mueve multitudes (suponiendo que haya multitudes que leen periódicos, y además estas secciones de los periódicos) o, en todo caso, invita a suponer que el entrevistado se mete en el barro y en el ruido que en España sustituyen a la política, y que toma partido, y que ya decía yo que de los nuestros no era… Porque, a ver, Gómez, sí, usted, el del fondo, que se las da de listo: ¿eso de desastrosa se refiere a que con este gobierno que tenemos es desastrosa o a que el gobierno que tenemos tiene que luchar contra una situación desastrosa? Porque vale para las dos, ¿no? Así que todos contentos de momento sólo con ese titular.

Hasta aquí es lo normal. Lo que sucede es que más adelante, metiéndonos en la harina entrevistera, empiezan a mencionarse asuntos como si tal cosa que aparte de matizar o calificar o incluso hasta de contradecir en cierta medida ese titular, informan de las coordenadas mentales, las verdaderas y no las que ese titular sugiere, del entrevistado Payne. Agarrarse: la política en España es desastrosa porque en todas partes lo es. O sea que la cosa no iba tanto ni contra España ni contra ni a favor de un gobierno u otro. Eso nos ha llevado a muy otro lugar que el simple combate cutre local y miope.

Es que se trata de Stanley Payne, que lleva más de cincuenta años evitando esa cutrez y esa miopía, y del que a estas alturas se puede suponer sin demasiado riesgo que conoce bastante el paño con el que se maneja. ¡Pero el hombre se declara contrario a Biden! Naturalmente, eso no se perdona, por lo menos aquí.

Pero es que ese «aquí» no está tan claro que sea un aquí con límites geográficos como los de los mapas escolares. Payne señala que la globalización ha traído desequilibrio para los países desarrollados, y además una especie de nueva figura, que es el capitalista de izquierdas, que hace negocio con esa globalización y desde luego prevé aumentar ese negocio con todavía más globalización. Las discusiones reducidas al final a la única reducción permitida antaño, derechas-izquierdas, puede que tengan vigencia aún, pero teniendo muy en cuenta que ambos términos ya no significan lo mismo, dice. Nosotros añadimos: entonces no tienen vigencia, ¿no?, como no la tendría la discusión a favor o en contra de las muñecas Famosa, por mucho que a cada bando, a favor o en contra de esas muñecas, le hubiéramos adjudicado ese nombre de «izquierdas» o «derechas». Si ya significan una cosa diferente, y en las izquierdas, por ejemplo, hay ese gran capitalismo que Payne señala, parece que esa oposición, o esas banderías con esas denominaciones no son más que el engañabobos del marketing político actual, algo así como lo que hacía aquel franquismo más duro, cabrón y putero, que se decía «pío» sólo para hacerse con las huestes meapilas a su favor. No está claro todavía hoy que tenía que tener en su cabeza, para creérselo, el que se creyera eso de la piedad de esas pandillas del franquismo; a lo mejor hay que decir lo mismo acerca del que se crea en la actualidad que las autodenominadas izquierdas son izquierdas y las autodenominadas derechas son derechas. Pero es que sucede que no está claro, previamente, qué es hoy eso de la izquierda; probemos un modelo: ¿Negarse a que se publiquen los nombres de los fusilados en zona republicana durante la guerra, ignorar la bondad objetiva de la energía nuclear, eliminar la presunción de inocencia de la mitad de los ciudadanos en favor de una presunción ciega de veracidad de la otra mitad, no ser partidario de comer carne de vacuno, fomentar la ruina conceptual de la enseñanza pública, prohibir la publicación de la obra del que pide pruebas del cambio climático, negar el acceso a grandes zonas especialmente de ocio y naturales a todo aquel que no sea capaz de montar en bicicleta? ¿Eso es de izquierdas? ¿Y la derecha? ¿Negarse a que se publiquen los nombres de los fusilados en la postguerra y a que se abran por fin las fosas comunes, apretar para que diversas vírgenes y cristos ocupen en los cuarteles del ejército, de la legión y de la guardia civil un espacio que debería estar libre de cualquier señal de parentesco religión/Estado, burlarse de aquel que necesita una sanidad pública porque no puede pagarse una a menudo costosísima medicina privada, despreciar al que ha hecho su recorrido académico en la enseñanza pública, jugar al pádel? ¿Eso es de derechas?

La verdad es que deberíamos dejar de regar el tiesto de los ideales pasados, porque ya hace mucho que la izquierda no tiene entre sus tareas el fortalecimiento económico del Estado, sino, se diría que exclusivamente, el ordeño del Estado aunque los fondos de este vayan mermando y mermando; y desde luego las derechas hace mucho que no tienen en su agenda la protección y la ampliación de la libertad sino, se diría que exclusivamente, el aprovechamiento de las dificultades de los demás para enriquecimiento propio. Y ahora, una vez leído lo anterior, surge el estrambote, claro: ¿acaso las derechas no están también a la tarea de ordeñar al Estado? Naturalmente que sí: a ese Estado cuya legitimidad hasta llegan a negar, salvo que sea para llenarme el bolsillo. ¿Acaso las izquierdas no viven también de aprovechar las dificultades de los demás? Por supuesto que sí. Mientras consigamos mantener las condiciones de los trabajadores del metal en las justitas y no lleguen a ser por fin acomodadas, siempre se nos llamará y se nos pagarán nuestros revolucionarios servicios.

Y todo esto no significa más que lo que parece: que, en efecto, si hay que llamar izquierdas a las izquierdas de hoy, y hay que llamar derechas a las derechas de hoy, pues se lo llamamos. Pero sabiendo muy bien que estaríamos haciendo lo mismo que si las llamáramos, a la uruguaya por poner un ejemplo, partido colorado y partido, digamos, en este caso, turquesa. Qué más nos da. Pero lo que lo emponzoña todo es el pasado y su uso propagandístico en el presente. Los que se dicen hoy herederos de aquellas izquierdas y aquellas derechas que quizá sí significaron algo congruente con su historia, deberían saber que les tenemos calados, y que no cuelan sus sermones. Porque luego todos los hemos visto en ese hotel a la salida del pueblo reunidos con los promotores del campo de golf, o con el hipermagnate de la comunicación o con cualquiera que no sugiera ni traiga nada bueno.

La entrevista a Payne no llega a estos extremos, por supuesto: estas son cosas nuestras «a propósito de…» Pero sí llega a una afirmación que el mismo Payne expone se diría que a modo de conclusión: «La historia que más falta hace es la investigación objetiva, pormenorizada y completa de las dos represiones en la Guerra Civil, pero esto excede de la capacidad de un solo historiador».

Y, añadimos, exige que esas izquierdas de hoy y esas derechas de hoy dejen de considerarse herederas de aquellas del pasado y reconozcan por fin que estamos en una nueva era.