Actualidad de La naranja mecánica

Estábamos hace poco viendo una vez más la película La naranja mecánica, y nos dio por percatarnos de que hoy no sabríamos decir hasta qué punto es fiel o hasta qué punto se separa, y cómo, de la novela. Así que decidimos meternos a leer una vez más la novela La naranja mecánica y pudimos comprobar que no era tan poco lo que recordábamos, y que además habíamos perdido esa escala, la de la fidelidad de la película a la novela. 

Pocas películas hemos visto que sigan tan al pie de la letra a la novela de la que proceden. Además, cuando ambas se separan algo, da la impresión de que son cosas más bien de montaje y minutado comercial, y no de selección o distorsión de contenido. Hay algo de economía narrativa, pero también de economía de la otra, en la película que no hay en la novela, y se entenderá inmediatamente por qué es así: la obra de Kubrick no puede cubrir ni pagar, sobre todo pagar, lo que le hubieran reclamado los cobradores si hubiera puesto en la banda sonora tantas músicas y tan diversas como en la novela salen mencionadas y además manejadas por el mismo Alex mientras las oye o las tararea. Pero sobre todo nos hemos centrado en la novela.

Hemos leído el mismo ejemplar que teníamos por ahí desde los setenta, recién publicada en España, años antes que la película (es sabido que esta se rodó en 1969, pero en la mayoría de los países no se permitió su proyección hasta 7 u 8 años después). Hemos vuelto al volapuk ese entre magistral y extraño y descarado y efectista que amasó el lingüista Burgess como predicción de algo así como una globalización del macarrismo en un futuro no muy lejano. En fin, entre recuperaciones y risas, hemos recordado, y a continuación lamentado, nuestra tolerancia de veinteañeros de entonces con las argentinadas idiomáticas innecesarias, de las que la traducción de Anibal Leal está sobresaturada. La desaparición del vosotros en la traducción destinada a España de una novela de conflictos pandilleros, intrapandilleros e interpandilleros, es, por decirlo con claridad y sin paños calientes, una metedura de pata intolerable: y si había que tener en cuenta que era una edición común con América, entonces se tendría que haber hecho algo quizá un poco más costoso, con notas a pie de página o qué sé yo; pero es que para eso te metes a editar. Porque el primer resultado es que el lector español menos alertado sobre el asunto va a asimilar automáticamente que en ese Londres futuro todo el mundo trata a sus padres, a las gentes, a sus víctimas y sobre todo a sus pandilleros amigos e incluso a sus enemigos de usted. Eso en el español peninsular tiene un significado, que sepamos, diferente del tuteo. Y como hemos revisto casi a la vez la película, aprovechamos para dar un aplauso especial al traductor del guión y a los dobladores, que no se comieron ese usteo y pusieron tú y vosotros donde en España había que ponerlo. Pero los de esta traducción de la novela eran los tiempos en los que Cortázar todavía intentaba imponer en el idioma español ese uso del lo entre francés y lobotómico (que aquí tantos estudiantes avanzados intentaron seguir hasta que perdieron el aire) para referirse a la casa de Martina o de Santiago: «fuimos a lo de Martina…» Así que de acuerdo: en ese contexto, perdonados todos.

Y lo que más nos ha divertido de esta revisión ha sido ver nuestro presente en la obrita, tal y como tan frecuentemente se hace y se dice de 1984 y de alguna otra. ¿En qué hemos visto el presente?

– En los padres ausentes, como estupefactos ante la conducta o la misma existencia de su hijo, por más que este sea un degenerado cabrón; o quizá es que es un degenerado cabrón porque sus papás están estupefactos. ¡No me digas que no conoces el extendido fenómeno de los padres pasivizados, como empanados en todo momento y ocasión! ¿Es que nunca has ido a un restaurante?

– En el filius imperator por encima de todo. ¡No me digas que…!

– En la existencia de instituciones se diría que de mero decorado, como la representada por ese asistente social que no se sabe muy bien qué hace salvo dar consejos más o menos oscuros para que Alex vuelva al colegio, y luego reírse cuando por fin lo pillan por algo gordo. ¡Un momento!: no queremos decir con esto que nuestros asistentes sociales, con ese título oficial o con cualquier otro, sean nada parecido, porque son todos magníficos y fabulosos.

– En una especie de paradoja de realidad paralela: en la novela se describe con buen detalle el mundo de la prisión, el mundo de la ciudad en barrios diferentes y más convencionales, el mundo de la realidad social que no es la de los círculos macarras: y es que resulta que esos mundos existen. A ojos del «humilde narrador», que es el propio protagonista, son mundos grises, aburridos hasta el suicidio y todo eso; pero es que no tenemos por qué creer al narrador, que es parte en el fregado, y en todo caso sí nos obliga a poner límites inmediatamente a la impresión (en la que tantos, al parecer, se quedan) de que todo el mundo es en esa época de la novela como el mundo de Alex; que ya se ha perdido todo y todo se ha hecho a la medida de los delincuentes juveniles. Resulta que no: resulta que estamos leyendo cómo ve las cosas uno de estos, no cómo es el mundo. No me digas que no ves dónde, cómo y con quién pasa esto mismo en el momento actual; no sólo sucede con los que creen que toda la sociedad es como su facultad de «Ciencias Políticas» (las mayúsculas son suyas); hay muchos más. 

– En la existencia de un estado garantista hasta el dislate, y conocido por los propios delincuentes juveniles, que continuamente se están diciendo y nos están diciendo «como soy menor, por este delito me pasaré como mucho un año en una residencia», y todas las posibles variantes.

– Por último, en la existencia de una especie de super-élite social,  fruto del conchabamiento de políticos fantoches, administradores envanecidos y psicólogos engreídos poseedores de la verdad indiscutible, que han tomado al asalto ese estado garantista y lo manejan de un modo parecido al modo en el que Chaplin maneja el globo terráqueo en El gran dictador. 

La novela se extiende más que la película en la descripción, y por tanto en certificar la existencia, de ese mundo que no es el de Alex. Digamos, por otro lado, que tampoco sirve de mucho para arreglar a los Alex, porque estos bien que lo saben: es el mundo donde realizan sus fechorías y es el mundo de la cárcel y luego el de la cárcel de psicólogos. Y nada de eso hace que Alex cambie sus puntos de vista ni aprenda nada de nada. La cárcel es la misma cárcel sórdida y brutal de cualquier novela de cárceles, no una cárcel de literatura de anticipación. No ha llegado a ella la monserga del lenguaje inclusivo, por resumir. ¿Alguien quiere en la actualidad imponer en el mundo de las instituciones penitenciarias ese lenguaje inclusivo con desdoblamientos de género y todo? Es que hemos oído algo.

Hay una especie de desconexión entre mundos que no puede acabar bien.