01 Feb Centenario de España invertebrada (2)
Centenario de España invertebrada (2)
Porque el caso es que los profesores ignoraban, aunque ellos lo habían hecho igual pocos años atrás pero lo habían olvidado, que no sólo consultábamos los manuales de su bibliografía, sino a menudo manuales y no manuales franceses, alemanes, ingleses, italianos y hasta americanos, y en la mayoría de ellos se reservaba un espacio para Ortega, aquí más respetuoso, allá menos, pero ahí estaba. Algo así como con un espacio similar al de Bergson, por ejemplo, al que en aquel entonces se trataba con asiduidad (ignorando, como los orteguianos españolistas el ateísmo de Ortega, la conversión de Bergson al catolicismo; hay que ver).
Al final había algún seminario (hoy sería una asignatura de libre configuración) y alguna ocasión para conocer algo mejor o simplemente algo a Ortega; pero el prejuicio en su contra ya estaba creado entre unos y otros: algo parecido a lo que pasaría si uno se había hecho mayor oyendo rock vallecano (la k vino mucho más tarde) y de pronto le proponían ir a un recital de Betty Missiego.
Tuvimos que alejarnos de la univesidad para coger un día seriamente a Ortega y leerlo entero, y hacernos por fin un juicio acerca de su obra, el valor y el peso de esta y la herencia que, querámoslo o no, nos había dejado.
Y, al fin y al cabo chicos y chicas de la Transición, alucinamos con su España Invertebrada.
¿Alucinamos más todavía hoy, y lo proyectamos, deformando el recuerdo, o ya entonces empezábamos a ver las orejas de ese lobo?
«La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y, en consecuencia, deja de compartir los sentimientos de los demás. No le importan las esperanzas o necesidades de los otros y no se solidarizará con ellos para auxiliarlos en su afán.»
Querría uno ver y leer otra España invertebrada con menos mancha de la actualidad de 2021 en las gafas: pero es que era esa y es así la obra. Resulta que las cataratas de dinero que habían caído sobre Cataluña por el comercio ya ilegal de esclavos se habían cortado casi de golpe, y de ahí las pretensiones de la maquilladísima renaixença y sus paralelos aparatos retóricos del catalanismo y el discurso de pedigüeño a la puerta de una iglesia (podría leerse el contemporáneo Misericordia de Galdós como una parodia en clave de todo esto). Qué casualidades tiene la historia: cuando se te jode tu comercio de mascotas echas la culpa al ferretero de enfrente, y te lías a secretar frases rimbombantes y hasta religiosas contra las tuercas y los que las aprietan. Pero es que a continuación viene Ortega y en la nota a pie de esa página dice:
«Pocas cosas hay tan significativas del estado actual como oír a vascos y catalanes sostener que son ellos pueblos ‘oprimidos’ por el resto de España. La situación privilegiada que gozan es tan evidente que, a primera vista, esa queja habrá de parecer grotesca.»
Y no, no hay aquí truco ni mentira: son palabras escritas en las entregas sucesivas que dio a prensa a finales de 1920 y principios de 1921.
Muchos de nosotros leíamos estas cosas allá cuando la Transición y lo cierto es que no encontrábamos mucho por lo que interesarnos: si eso ya lo estamos arreglando, se está discutiendo cada día en el Parlamento, se están creando los Parlamentos regionales, está en camino de solución, etcétera. Quizá por ser más jóvenes que ahora no llegábamos a meter en la ecuación con el peso que merecían las cosas del Barça, de Roures, de los jesuitas del PNV o de las cooperativas de Mondragón, valga la redundancia, o del todavía desconocido Barcelona-92 y su derrape de halagos e hipérboles dejando detrás la adicción monstruosa que ha dejado.
Pero, en fin, que sólo ocasionalmente España Invertebrada se refiere de modo tan claro y tan directo a lo concreto español. Sí que podemos leer hoy una obra que aspira a proferir verdades generales, o que las profiere de hecho, quizá con una rotundidad un poco osada, porque siempre hay que suponer que uno no lo conoce todo, aunque uno sea una persona de los conocimientos y la cultura de Ortega y Gasset. Da igual: la obra dice cosas que nadie había dicho (o que no tenemos noticia de que nadie hubiera dicho antes), y propone una interpretación de la formación y la desintegración de las naciones que, por supuesto, no va a contentar a los más materialistas históricos y puede que ni siquiera a los materialistas dialécticos (aunque yo que estos me andaría con microscopio, porque dialéctica hay, y mucha).
Pero entonces se nos pasó y hoy en día no se nos pasa algo que parece el clímax del libro. Por lo menos, habiendo leído el resto de Ortega sabe uno que ahí hay mucha más tela orteguiana de lo que parece, y que en todo caso, oiga, la libertad con la que se escribe hoy de estas cosas no hubiera sido ni imaginable hace cien años; aunque tampoco estaba tan mal aquello y fue precisamente una época de progresiva apertura, pero que todavía exigía andarse con cuidaditos. En el capítulo 5 de la primera parte, después de preguntarse de todos los modos posibles si estos líos son más españoles que de otros o, por el contrario, son de todos por igual, aclara que en su opinión serían de todos, pero que en España se han expresado de modo especialmente visible. ¿Por qué? No te importará, lector, una cita algo larga, porque tiene miga:
«Analícense las fuerzas diversas que actuaban en la política española durante todas esas centurias, y se advertirá claramente su atroz particularismo. Empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo. ¿Cuándo ha latido el corazón, al fin y al cabo extranjero, de un monarca español o de la Iglesia española por los destinos hondamente nacionales? Que se sepa, jamás. Han hecho todo lo contrario: Monarquía e Iglesia se han obstinado en hacer adoptar sus destinos propios como los verdaderamente nacionales; han fomentado, generación tras generación, una selección inversa en la raza española.»
Y algo más adelante lo remata:
«Desde hace mucho tiempo, mucho, siglos, pretende el Poder público que los españoles existamos no más que para que él se dé el gusto de existir.»
Y tenemos que ir dejándolo, porque no te vamos a privar del placer de leer la obra por tu cuenta. Tenemos que mencionar que la segunda parte de esta incide y reincide en la conocida (pero posterior, ojo, posterior) tesis orteguiana de la excelencia y de la necesidad de élites. Precisamente esa que provocaba la sonrisilla complutense-arrogante (esta, sí, tan viva en 2021, curiosamente) de los materialistas tirando a dialécticos o quizá también algo históricos, que no eran más que los únicos que en elitismo ganaban al mismo Ortega con sus historias (tan ardiendo en aquel 1920, tan discutiéndose en aquellos años 70) de vanguardias conscientes y guías del ignaro obrero si bien no tanto del campesino etcétera; pero ignorando en su sonrisilla (y en sus clases, que es algo más delictivo) que la principal excelencia que proclama, reclama y celebra Ortega es la del obrero excelente, y nunca esa excelencia de «élite de cóctel» que a menudo se le achaca. No es que esto nos haga de golpe orteguianos, pero las cosas son como son, y no muchas veces se ha subrayado esto como se merece. Y esto hace que venga a cuento el conocido final de la obra, que termina de aclarar las cosas (o no, por lo que se ve, pero debería bastar):
«Y es que la burguesía española no admite la posibilidad de que existan modos de pensar superiores a los suyos ni que haya hombres de rango intelectual y moral más alto que el que ellos dan a su estólida existencia. De este modo se ha ido estrechando y rebajando el contenido espiritual del alma española, hasta el punto de que nuestra vida entera parece hecha a la medida de las cabezas y la sensibilidad que usan las señoras burguesas, y cuanto trascienda de tan angosta órbita toma un aire revolucionario, aventurado o grotesco.
Yo espero que en este punto se comporten las nuevas generaciones con la mayor intransigencia. Urge remontar la tonalidad ambiente de las conversaciones, del trato social y de las costumbres hasta un grado incompatible con el cerebro de las señoras burguesas.»
Que ahora que lo hemos traído, y lo pensamos de nuevo, no hace precisamente de esta segunda parte un texto menos de actualidad que la primera: porque, a ver, dos cosas: ¿quién es el listo que puede decir dónde están esas élites excelentes en 2021? ¿Y quién puede decir quiénes son los que hoy ocupan el papel de esas «señoras burguesas» en la conversación social?