16 Mar Cómo mueren las democracias (o quizá sólo esa democracia)
Cómo mueren las democracias (o quizá sólo esa democracia)
Steven Levitsky y Daniel Ziblat: Cómo mueren las democracias. Trad. de Gemma Deza Guil. Ariel, 2018-2020.
Es una parte del lote bimestral que llega como prescrito por un Olimpo y que todos citan y mencionan y plagian en sus columnas y artículos, y así hasta el siguiente bimestre con el nuevo lote. Cómo mueren las democracias se presenta, o es verdad que quizá lo presentan algunos de sus primeros lectores, prácticamente como la Biblia del análisis del populismo político actual. Y lo cierto es que el que busque eso en este libro se verá decepcionado.
No obstante, por supuesto que esta obra tiene su valor, pero alguien en la editorial o entre sus espontáneos publicistas debería ser más claro para que los demás no se confundan al enfrentarse a ella. Prácticamente es un repaso histórico de la historia de ayer mismo por la tarde y de los sucesos que han ido produciéndose en la sociedad y sobre todo en la política de Estados Unidos. Y en ocasiones da bastante la impresión de ser un producto más de ese extraño solipsismo estadounidense que les hace llamar «Ligas Mundiales» a su competición de baseball, «La Mayor Calabaza del Mundo» a una cosa cultivada en lo más chusco de los huertos de Tennessee y La Mujer Más Bella del Mundo a una barbie, dicho sea con respeto hacia la pobre muchacha (el que no han tenido hacia ella sus papás al atrezzarla), elegida como tal en un concursete de una gasolinera de los páramos de Idaho. Es cierto que suya es esa que llaman Miss America, para elegir la cual no atienden a lo que pueda venir de Guatemala o de Paraguay, y que cuando cantan arrobados God Bless América no parece que estén pidiendo que Dios bendiga comarca alguna, por ejemplo, de Nicaragua o de Perú, sino sólo entre Río Grande y Canadá.
Este libro «te hace pensar»: te hace pensar en todo esto que acabamos de decir. Porque en el contexto del lote politológico del bimestre, en el que hay cosas que de verdad merecen este título, esta obra llama la atención por su localismo. Recorre frases sueltas de los discursos de Mitt Romney (que, por decirlo con rigor, «no tendríamos por qué saber quién es»; como un lector incluso informado de Carolina del Norte no tendría por qué saber quién es, por ejemplo, Rafael Simancas o Adriana Lastra; lo que pasa es que somos muy frikis) de hace ocho y hasta quince años, y sigue la pista a un proyecto de ley más o menos intrascendente por sí solo pero cuya tramitación puso de manifiesto que, según los mecanismos ultraburocráticos del Capitolio estadounidense, se estaban vulnerando las garantías democráticas de fluidez legislativa números 78 y 85 (o cosa parecida). ¿Desciende a minucias? No, prácticamente sólo trata de minucias que hay que estar previamente muy informado sobre los microlaberintos de aquellos procedimientos para encontrar su relevancia.
Quizá es simplemente un problema editorial: con no haber puesto este título, sino uno más adecuado y ceñido a su contenido, no habría problema. Cómo nos liamos nosotros mismos con nuestra burocracia capitolina y no sacamos las leyes deseadas, podría ser uno de los posibles títulos. Y así sólo podríamos decir cosas buenas de este libro.
Los autores, que parecen sobrehumanos por su capacidad de supervivencia y respiración bajo la montaña de legajos, papelotes, estadísticas y propuestas de ley bajo los que parecen vivir, se dan un poco de relax aquí y allá haciendo mención a algún otro país y a alguna otra época: Chile, en 1973, nada menos; Venezuela en 2003. Incluso hay unas palabritas acerca de la España de 1931 y de 1936. Pero inmediatamente vuelven a lo suyo: por momentos, el libro recuerda a la película Lincoln dirigida por Steven Spielberg, por la extensísima concentración en el detalle nimio de una negociación con el representante X o el senador Y, incluyendo la subasta de su voto y el legítimo soborno y el comprensible cohecho del Honrado Abe: se diría que algo ingenuamente Spielberg defendía a su personaje (el Lincoln de ficción y el de la realidad) exclamando muy con obviedad: ¡Lo hacía para defender la democracia!, lo que significaba en su contexto «para defender la proporcionalidad de representantes salida de las urnas» y punto. Los autores del libro, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt no pastan en hierba tan simple, por lo menos, y no se les puede negar preparación y lecturas, y desde luego traen a su obra todo lo que hoy es imposible no traer a una reflexión sobre «qué es una democracia»: no sólo (y se podría decir «ni principalmente») urnas, sino, imprescindibles, respeto y concesión de legitimidad al rival, contención institucional, respeto constitucional, imperio de la Ley y esas cosillas.
Les honra la denuncia que hacen de las «gafas de color rosa» (sic) con las que los estadounidenses, dicen, suelen mirarse a sí mismos, sobre todo en lo político. Es probablemente muy acertada la extensión que dedican a ese mecanismo nada oficial de la «criba» o «filtro», del que nada dice su constitución pero que desde hace más de cien años se afirma su necesidad, y así se ha usado, para descartar dentro de cada partido a los candidatos que no ofrecen confianza a la hora de ir a respetar la misma democracia si consiguen alzarse con el cetro de la presidencia: esa «habitación llena de humo» en la que en realidad es un grupo de notables el que elige al candidato con consideraciones no publicables, quizá, o no del todo formales, pero muy operativas y que después de tantas décadas falló por fin con la nominación de… Trump, que suspendía en todos los parámetros de no incitación a la violencia, respeto al rival, proyectos de autoritarismo institucional y todo lo que luego se ha ido viendo.
En definitiva, este libro aporta un alud de casos particulares concretísimos y detalladísimos de acciones políticas en Washington en las que se venía o se viene poniendo de manifiesto la fragilidad de la democracia, quizá de todas las democracias, o quizá sólo de la estadounidense. Que las demás son frágiles, desde luego que lo sabemos. Pero puede que este libro no tenga tanto que ver con ellas como su título sugiere.