15 Dic Contrapaso. Los hijos de los otros
Contrapaso. Los hijos de los otros.
Comic o novela gráfica de Teresa Valero. Norma editorial.
Tanto que hemos hablado de Tintín y de Espirú, y a ver si el personal va a pensar que creemos que el mundo se acabó con ellos. De eso nada. Seguimos lo que podemos el crecimiento de la que ya se llama sin discusión «novela gráfica», y en esta ocasión nos tenemos que detener a comentar Contrapaso.
Hay que dejar claro de entrada que se trata de una obra impresionante. No se mete en líos de fantasía ni en delirios líricos ni futurológicos: se trata de novela histórico-policiaca dura y seca. Madrid, 1956: aparece el cadáver de una mujer en el Manzanares. Un redactor de sucesos cincuentón y quemado de un periódico menor, falangista de los antiguos y ahora renegando del régimen, tiene que investigarlo junto al novato que le han puesto al lado, hijo de un republicano muerto en la guerra. Su pesquisa nos va a hacer recorrer cierta parte de la alta sociedad de la época, así como la periferia chabolista, la universidad, las maternidades y hasta la redacción de una revista para señoritas, una más de esas en las que, como subraya Teresa Valero al comentar su investigación, parecía haber una obsesión con que una mujer virtuosa podía serlo de varias formas, pero en todo caso lo que no podía faltar en su vida era «zurcir calcetines».
La trama es amplia, sórdida, dura y compleja, y crea el lector que no exageramos si decimos que es de la familia de Ross Macdonald. Los escenarios son innumerables, y se diría que no hay uno, por humilde que sea, que no haya sido «certificado» por documentación aplastante o por testimonios. Es conmovedor cómo, ante la inexplicable falta histórica de fotografías del interior de cierta cafetería madrileña muy importante en la trama, la autora se ha hecho asesorar por su padre ya anciano, que trabajó en esa época de botones en el local; el tipo de suelo, el color de las mesas, su disposición, sofá corrido o no en la pared, barandillas: todo lo pasa, según ella misma nos cuenta, al aprobado del que estuvo allí. En fin, la recreación de la época es digna de la mejor dirección artística cinematográfica, alcanzando a las monturas de gafas, por supuesto a las vestimentas, pero también a las plumas, los mecheros y los cigarrillos y los cordones de los zapatos, por no hablar del diferente aspecto externo en fachadas y comercios de calles de entonces y de hoy. Una barbaridad.
Y además, el resultado. Sólo puede producir pasmo el conocimiento de los bocetos a la acuarela hechos por la autora antes de la ilustración definitiva. Esta, la definitiva, adivinamos que utilizando todas las técnicas posibles, ha dejado atrás, como es oportuno, esas polémicas que en otras ocasiones hemos comentado acerca de líneas claras o no claras, y va al grano, y se dedica a comunicar la historia sin hacer teoría pictórica. Para regocijo de la autora, y del lector informado, llega a reproducir viñetas de esa revista «de señoritas» con el punteado de cuatricromía de fondo (ese que en los sesenta descubríamos al mirar muy de cerca los tebeos de la editorial Novaro), y hasta incluye algún escaneado auténtico que coincide de milagro con lo previsto en el guión: una necrológica breve y esquemática junto a un anuncio «de aspirinas» (pedía el guión), que en la realidad resulta ser casi clavado: es un anuncio de Okal, nada menos.
Pero hay algo que pesa en el buen leedor de obras como esta, y es que es muy difícil incluir la que hoy se llama «novela gráfica» en la misma categoría que La fiesta del chivo, La regenta o Todas las almas. Tampoco es lo mismo que las historietas de La pequeña Lulú, claro. Como mínimo, Teresa Valero está obligada a investigar aspectos de la realidad que representa, que quizá un escritor pudiera apartar de su trabajo, simplemente no mencionándolos. Por supuesto, nos referimos a esa parte del trabajo que el dibujante histórico tiene en común con el director artístico de cine. Por ser concretos, Vargas Llosa puede no mencionar ni una sola vez en toda La fiesta del chivo los modelos de automóviles que se usan (que sí los menciona), los tejidos de las guerreras (que no) o los picaportes de las puertas (que tampoco; recordemos las advertencias del gran Rafael Palmero, que ya comentó un compañero en esta web). Pero si además de verbalizar tienes que mostrar, cuidado con las meteduras de pata, que es en esos detalles en los que se gana o se pierde la altura profesional. Y lo que ha hecho Valero es abrumador. Hasta ha rebuscado por el patio trasero de la comisaría central de Málaga los restos de lo que fue la cárcel de mujeres allá por los cincuenta, por mencionar sólo un asunto entre cientos. Así que no decíamos algo más arriba eso de que cuesta meter estas obras en el mismo cajón que esas novelas «no gráficas» en sentido peyorativo, ni mucho menos, sino, simplemente, técnico.
Todo eso para contar bien contada la historia. Con el camuflaje justito justito de nombres y apellidos, que el lector medianamente informado sabe descifrar al instante, pero el abogado malicioso difícilmente va a poder atacar, la averiguación del delito y de la miseria moral va llevándonos por personajes históricos conocidos de la psiquiatría atroz, de la ginecología delictiva y de la brigada político-social. Sí, estamos en una investigación de esposas drogadas de la alta sociedad, recién nacidos robados de la baja sociedad, clases alucinantes (documentadas, ojo) en la facultad de medicina, y estudiantes detenidos en la DGS que salen a la calle, tras «costosa elipsis» (palaras de Valero), con dos dedos rotos y media cara hinchada como un melón. También entramos en los llenazos nocturnos de las cafeterías de la Gran Vía madrileña, en las aceras atestadas de compradores…, y en la historia del camisa vieja desencantado, que fue llevado a la checa de Bellas Artes ya en el verano del 36 y confiesa a su maltratado pupilo (por él, profesionalmente, hasta ese momento; y por el comisario hace unas horas) que «la primera bofetada me arrancó para siempre la fe en mi prójimo (…) pero durante años lo reviví todo una y otra vez (…); no lo hagas, una vez ya es demasiado»: hay verdad, hay personajes y hay «complicación».
No sabemos, por supuesto, qué será del formato llamado «novela gráfica», tan discutido por algunos no sólo en su denominación sino en su misma naturaleza. Pero la verdad es que nos da igual mientras leemos obras como Contrapaso. Es cierto que hace falta cierto entrenamiento, porque el lector hace cosas diferentes que el lector de solamente texto. Pero ¿acaso no estamos ya bien entrenados desde la infancia con esos tintines y esos mortadelos? No hay tanto que cambiar. No hay tanto, por cierto, tan recién inventado. ¿Cuáles son las diferencias de fondo entre La oreja rota de Tintín y cualquier novela gráfica de la actualidad? Aquello ya era «novela gráfica». De modo que pensamos que lo que hay que hacer no es más que entregarse a que la autora, en este caso, haga de ti lo que quiera, que para eso eres su lector, y tú dedícate a disfrutar de la contemplación y la lectura, porque Contrapaso lo merece.