01 May Desde un artículo sobre la izquierda cultural francesa en Voz Pópuli
Hemos leído un extenso artículo de Víctor Lenore en Vozpopuli a propósito de las recientes elecciones presidenciales francesas. Y lo hemos releído unas cuantas veces. Entre otras cosas, nos ha resultado gracioso que incluye la única referencia escrita que hemos encontrado en los últimos años a una cosa que en esta web, por unos u otros de los autores, sale de vez en cuando, pero que parece desterrada (pero parece mal, ya veremos) del sembrado de los conocimientos y de la reflexión de la actualidad: la famosa frase de Gramsci del «optimismo de la voluntad» y, junto a ella, mucho contexto como en oblicuo, como sin relacionarlo directamente, que describe o narra las aventuras y sobre todo las desventuras del mundo de la «izquierda cultural». El artículo se títula El suicidio cultural del progresismo francés (explicado por los intelectuales de izquierda), y se puede leer aquí: https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/suicidio-cultural-progresismo.html
Lo que sucede es que el artículo, que tiene un fondo y un oleaje respetables, no habla demasiado de esa parte de su título: cultural, salvo que de un modo muy (digamos, aprovechando el viaje) «hermenéutico» nos pongamos a sacar hebras de lana del ovillo desordenado. Pero está bien, en todo caso, porque se mete en fangales donde no muchos se atreven a meterse, y los pocos que se atrevían han dejado de hacerlo porque la cancelación siempre acecha. Los personajes que se han pasado recientemente de la política al periodismo o a la televisión andan con redoblados esfuerzos señalando a los que en su opinión difunden opiniones equivocadas y merecen, por tanto, dejar de ser contratados e incluso ser olvidados. Así que cuidadito, que eso de que han dejado la política no es más que pura apariencia.
Apariencia, decimos, como esa que hace pensar que la izquierda se ha olvidado de los proyectos de ser la cultura, toda la cultura. No se ha olvidado, ni mucho menos. Hasta el punto de que alguien podría defender que el fracaso ya longevo y progresivo de la izquierda en Europa pudiera tener que ver con el hecho de que parece que ya sólo hay izquierda cultural, como si esta se hubiera llevado todas las energías, y lo que no se ve mucho por ninguna parte es verdadera izquierda política. Se diría que la que fue izquierda política comprendió que en el ring de la lucha partidaria no iba a tener nada que hacer si seguía cantando poesías al proletariado enjabonado que nunca existió (o, al ir descubriendo esto, al comité central de obligada adoración), y fue tomando para sí los modos y las maneras de sus rivales políticos. Dicho de otro modo: al ir llegando la izquierda, renqueando y a pesar suyo, al juego democrático, acabó aprendiendo que tenía que meterse en los jardines del marketing político y de los gabinetes de demolición del partido rival, y de los comités de infundios y mentiras eficaces sobre los otros, y todos esos negocios y negociados de la política partidaria. Y así como sus rivales de (llamémoslos así de momento por simplificar) derecha no es que hicieran demasiada política, en parte por vocación y herencia de no hacer nada, y en parte por hacer sólo negocios desde los escaños, la izquierda acabó no haciendo, tampoco, lo que venía siendo llamado «política», que fue sustituida muy pronto por eso que decimos: lucha en el barro, peinados más a la moda, frases guay de tirón entre el supuesto electorado juvenil, y bagatelas de ese calibre. No política. Pero muchos cortesanos.
Cortesanos: ellos son la clave. Los cortesanos de Luis XVI retrasaron la salida de este y su familia de Versalles, y casi a ello se puede achacar el posterior ajusticiamiento real; los cortesanos de los deportistas excesivos los aíslan y los convencen de que eso que están haciendo de esconder ingresos y soplarse impuestos es lo normal porque lo hace todo el mundo; los cortesanos de Putin, según todas las fuentes menos una (la de la izquierda cultural, precisamente) lo mantienen aislado de la realidad y deben de estar contándole lo que le queremos todos los ciudadanos europeos y lo que deseamos que siga matando gentes que ni se habían metido con él y estaban en sus casas tranquilamente. Los cortesanos de la «derecha de siempre» ya sabíamos quiénes eran: esas señoras (la a no parece hacer referencia a género y ni siquiera a sexo, sino, haga el lector el esfuerzo intelectual, a especie) que denunciaba Ortega y a las que achacaba dos características principales: primera, tener un cerebro cortito; segunda, no ser capaces de concebir en modo alguno que pudiera existir una realidad fuera de la que conocían previamente por más que se les narrara y se les mostrara. En fin, algún subgrupito más, como ex-funcionarios importantes, armados o no, del antiguo Estado; por supuesto gentes de la sotana, frecuentemente pequeños propietarios de negocios, y todo eso tantas veces descrito. Pero ¿y los cortesanos de la izquierda? Veamos un gráfico publicado en ese mismo artículo, que separa por sectores a los votantes de las diferentes candidaturas a esas elecciones:
Queda claro, quizá: las únicas categorías en las que Le Pen ganó a Macron fueron «Empleados» y «Obreros». ¿Y la izquierda melenchoniana? Obsérvese con estupor su única victoria: «Inactivo». No es que vayamos a identificar ahora a los autodenominados «trabajadores culturales» con «Inactivos» (que tendría guasa lo que se podría sacar de ahí; pero no). En todo caso, parece que deja el sembrado libre para que, entregados los obrerismos y otras épicas a la cosa nacionalista lepeniana, la escolta vacante sea ocupada por los que siempre han vivido en la tensión de hacerse perdonar la falta de callos en sus manos o su poca fuerza para levantar una pala, o sus dos y tres meses sin producir y esperando a que suene el teléfono para un casting y todos los pecados de esa familia de pecados.
Bueno, todo esto son sampleos, que dicen los músicos, de una vieja música. Que no es que compusiera Sartre, pero más o menos. Lo del intelectual comprometido, Zola mediante, que se viene arrastrando desde que alguien señaló por primera vez a los que estaban sin manchas de escayola en la chaqueta. Lo que nos importa ahora de esto, y lo que nos ha traído la lectura de este artículo, es que poco a poco pasan los años, la situación envejece y envejece, las épicas publicitarias van dejando de ser útiles y se transforman en otras cosas, y a final ni los obreros ni los «empleados» parece que entienden mucho las cosas que dicen «los de izquierdas» y se limitan a apoyar mayoritariamente a quien les dice algo como «conmigo ningún extranjero os dejará sin sueldo», entre otras cosas similares. Y que, además, parece que en la sociedad hay mucho más que un bipolo obrero-no obrero (como ya pudo haber dicho alguien después de las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid, pero no hubo huevos para decirlo), y parece además y a la vez que «la izquierda» no ha terminado de darse cuenta de ello. Y que, en este plan, sólo le queda como cortesanos a la izquierda aquellos que dan valor a la palabra, al símbolo, a lo dicho, a lo comprometido, a lo visual y a lo sonoro, al espectáculo: sí, «intelectuales y artistas».
Pero es que aún se puede decir más: ¿qué grupo hay relevante y con identidad en la actual izquierda aparte del «cultural»? Buscamos y no encontramos. El programa de izquierda, quizá de éxito (que en su momento pasó inadvertido hasta por la izquierda misma, como la felicidad a los individuos cuando la viven), ya no es programa de izquierda, sino de sociedad occidental: enseñanza, sanidad, protecciones sociales. Sólo un demente lo discute. ¿Qué queda, pues? Pues queda poco para una propuesta política. Por vías enrevesadas, y cada uno por las suyas propias, han ido llegando, como si fueran propios de la izquierda, asuntos como la supervivencia del olmo gris siberiano, la despenalización (NO del aborto sino) de las mujeres que abortan, los feminismos sucesivos (tan aborrecidos, además por las izquierdas incluso de los años 70 y 80)… Cosas se diría que cogidas un poco como al azar. Causas, fíjese qué respetables algunas, pero heterogéneas y hasta contradictorias, y desde luego no demasiado de izquierdas. ¿O es que es de izquierdas acabar de una vez con la agonía de las fosas de la Guerra Civil en España, que es algo que afecta a sucesores tanto de izquierdas como de derechas, por más que haya cazurros idiotas en la derecha que hablan de ello como si se les ofendiera personalmente? ¿O es que la libertad de expresión artística es visible en el recorrido histórico de la izquierda, tal como se maneja hoy en flagrante desprecio a la verdad? ¿Por qué y cómo se han hecho estas causas, a ojos del común, propias de «las izquierdas» cuando, además, la mayoría no lo son? Entre otras cosas, porque la izquierda se ha quedado sin causa, como ya sabemos. Lo cual no quiere decir que haya que entregar todo el terreno a su equivalente «en la derecha», naturalmente. Pero es que la derecha ha mantenido viva la viga maestra de su causa: la libertad, la libertad de expresión, la libertad económica, la libertad de mercado. Se trata de todas esas variantes que, tan mal usadas como han sido a veces, pueden llevar en efecto a un grave conflicto por recuperar una igualdad o por lo menos una protección social que, lo que es por algunos sectores de la derecha, no deberían ni existir. Pero es que ya no vemos cómo sostener la idea de que quien debe regular esa tendencia explotadora de cierta derecha es algo que pueda ser llamado «fuerzas de izquierda».
La izquierda es ya hoy, de momento, sólo «izquierda cultural». Hay miles y miles de gentes en el mundo de la cultura que no son de izquierdas, por supuesto. Incluso los que se dicen muy de izquierdas no suelen serlo, porque a menudo creen que ser de izquierdas es hacer o decir ciertas cosas que costaría mucho para alguien solamente medio informado identificar como propio de alguien de izquierdas. Pero ellos dicen: me voy a quitar petróleo de las playas de ese derrame de un petrolero porque soy de izquierdas.
Diríamos, si lo dijéramos, que cuando se oyen cosas así suenan todas las alarmas y todos los timbres y nos convocan con apremio a inventar nuevas fuerzas políticas que nos defiendan de los abusones ultraliberales pero se olviden por completo de estas puerilidades.