El Batavia, el Mal

El Batavia, el Mal

 

Peter FitzSimons: El Batavia. 2011, traducción de Francisco Campillo García, 2020. Antonio Machado grupo de distribución, Papeles del Tiempo, 2020.

 

Es muy estimulante que le quiten a uno la sensación de que a partir de cierta edad o cierta cantidad de experiencias físicas y lectoras ya lo ha visto todo o casi todo. Incluso aunque te lo hagan con un martillazo tan sangriento como este ensayo de investigación y recreación históricas, que en muchos momentos te obliga a detener la lectura para recuperar el resuello, y no por su velocidad o su trepidante peripecia, que no son exactamente tales, sino por el simple contenido, la misma y simple cualidad de lo investigado y narrado.

Una masacre, una locura, el Mal encarnado: y todo históricamente cierto y no recordado o traído al presente con una de esas brochas que de puro gordas admiten cualquier exageración; muy al contrario: la minuciosidad de la investigación llega al extremo de permitir exponer que a cierto individuo le cortaron el cuello a las 10 y media de la mañana del día 6 de julio de 1629. Y así uno tras otro, hasta varios cientos. ¿De qué estamos hablando, de la matanza de Texas, de una película slasher, de una diversión de adolescentes morbosos? En absoluto.

Se trata de la historia del navío Batavia, bautizado así por el que tenía que ser su destino habitual, la misma ciudad llamada por los holandeses Batavia, hoy Yakarta, en la actual Indonesia. El navío era propiedad de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, por sus siglas VOC, que, según algunos autores, es la mayor empresa privada que ha existido, hasta el punto de que era una especie de Estado alternativo, con sus propias leyes, sus propios tribunales, su propio personal de orden público y todo lo que se le ocurra a uno. Ese capitalismo quizá más en la raíz de los Virreinatos españoles del XVII de lo que se suele conocer, inmediatamente analizado, replicado y mejorado, muy mejorado, por el competidor del momento de la potencia española: Holanda, o las Provincias Libres, o los Países Bajos (sobre cómo denominarlo al hablar de aquel tiempo también hay peleas entre los entendidos). Esa omnipotente VOC tiene monopolizado el comercio de especias de Indonesia, con el que está haciendo fortunas literalmente inconmensurables. Ahora bota este nuevo navío, al que carga de una enorme proporción de sus riquezas, para cambiarlas en Batavia por más especias. Pero al llegar casi a la costa australiana, en junio de 1629, en un ínfimo archipiélago de bajíos y corales llamado Abrolhos (por el «abre los ojos» portugués), el Batavia encalla y una vez encallado se va rompiendo. Puede ser el final de la VOC, y desde luego de los oficiales de la VOC encargados del viaje. Algunos de estos habilitan un velerito para llegar a Batavia y pedir ayuda, mientras los demás permanecerán en los islotes, organizándose como puedan para sobrevivir. El motín que se estaba planeando desde sudáfrica estalla en ese momento, y los autoproclamados dirigentes proceden a una orgía de asesinatos y crímenes sexuales y de todo tipo que, por su concentración, su intensidad, su número y su duración serían difíciles de creer, si no fuera porque aparece todo absolutamente documentado entre el rol inicial de la nave y las notas que fueron tomando algunos supervivientes, más las encuestas judiciales posteriores. El Batavia llevaba personal de marinería, soldados de infantería, personal comercial, oficiales de la VOC y pasajeros civiles, hasta un número de unas 250 personas, de las que apenas sobrevivieron unas pocas decenas.

Puede ser esta una simple historia más de naufragios y de, como dice el mismo FitzSimmons, una especie de señor de las moscas un poco más fuerte. No lo es. Los sucesos fueron, y el ensayo El Batavia es, una representación de lo que ese Mal que sólo niega el que no lo ha conocido puede llegar a hacer en cuanto se afloja un milímetro la tensión por construir, por convivir y por buscar el bienestar de todos en esta especie de purgatorio que en menos que canta un gallo puede convertirse en un infierno.

¿Cómo que Mal? ¿En esta web de filosofía no radical nos vamos a poner de pronto teístas, religiosos, místicos? No. Elija cada cual la modalidad de Mal que más acomode a sus creencias, a sus tripas o a sus convicciones. Qué importa que uno piense en un grabado de Doré, otros en una pintura negra de Goya, u otros en la simple tendencia sináptica a la desestructuración, y todavía otros más en la entropía y la inevitable caída, se haga lo que se haga, a la universal descojonación. Y habrá mil y una versiones más. No nos importa. Lo que sabemos, lo que sabe cualquier niño que haya sido maltratado, cualquier adulto que haya sido detenido por policías desmandados y sádicos, cualquier mujer de la que hayan abusado sexualmente, cualquier ciudadano normal y corriente al que han puesto delante de un pelotón de fusilamiento sólo por leer cierto libro o por ir a misa o por no ir a misa, es que hay algo que de vez en cuando toma las riendas, y convierte en nulas las probabilidades de que, a partir de ese momento, suceda una cosa buena…, hasta que alguien fuera del control de ese algo viene y lo domestica de nuevo, hasta la próxima.

Hay ocasiones en la Historia en las que parece que el Mal (lo piense cada cual como lo piense: el Mal) ha llegado al trono; las conocemos todos. La Segunda Guerra Mundial o la Guerra Civil española, sin ir más lejos. La cantidad de Mal producido en esas ocasiones no podrá ser nunca medida con detalle. Y tantos cientos más. Algunas, de un tamaño o de una duración especialmente extensos; otras muy compactas, muy ceñidas a un grupo de personas insignificativas para el censo mundial, a lo mejor, pero… «que no te toque a ti». Algunas, incluso, individuales. ¿Puede expresarse tanto Mal en la tortura a una sola persona durante semanas y semanas como, por ejemplo, en toda una guerra de invasión de un país a su vecino? Nuestra convicción es que sí. Las personas que lo sufren conocen, por sufrirlo, una parte de la realidad que se erige en dominante o todavía más, en una especie de sustancia única de la realidad de la existencia, conocimiento que lo es, simultáneamente, de todos aquellos que han sufrido igualmente el Mal, haya sido en ocasiones grandes y colectivas o en insignificantes y hasta individuales.

Qué podían sentir las familias del Batavia, esparcidas en vivacs por los islotes, cuando veían acercarse a ellos al matarife jefe con sus secuaces al lado, y sometían a uno de la familia a contemplar e incluso a colaborar al degollamiento de sus padres o sus hermanos o sus hijos: qué más les daba si eso le estaba pasando sólo a ellos o a miles o a decenas de miles. Su realidad se había comprimido con la densidad de un agujero negro en ese Mal, en ese momento, y no existía otra cosa. Y los matarifes reían.

No se complace el libro en absoluto en degollinas ni violaciones; simplemente, documentos en mano, las relata. Y mientras tanto relata también el viaje de ayuda del oficial de la VOC y sus burocracias en Batavia mientras no terminaban de fletar el barco de ayuda de vuelta a las Abrolhos, donde cada segundo podría ser el último de la vida, o de la integridad, o de la esperanza de cualquiera que no se hubiera sumado a agente del Dolor.

FitzSimmons es frío, como periodista australiano con decenas de ensayos de este carácter histórico, género que evidentemente domina. Probablemente es lo mejor para estos contenidos. Su libro merece ser leído, a pesar de su oscuridad o precisamente por ella, porque recuerda, como en esta web hemos mostrado a menudo, que basta un segundo de despiste para que todo se vaya a la mierda del peor modo posible. Y mientras podamos evitarlo, mejor conocer las tácticas del rival, ¿no?