23 Oct ¿Escoceses y amigos?
¿ESCOCESES Y AMIGOS?
Dennis C. Rasmussen: El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith. La amistad que forjó el pensamiento moderno. ARPA, 2020.
No vamos a descubrir mucho a estas alturas acerca del buen rollo personal de Hume. Se hizo famoso, en muchos ambientes franceses y europeos, antes por su amabilidad y sus risas que por, digamos, sus ideas sobre la causalidad. Eso de introducir la creencia como concepto de primera división en la Filosofía, en plena Ilustración, y por el personaje tenido por el máximo ilustrado escocés y quizá británico, no era fácil de digerir, y todavía hoy se cocina en debates y seminarios. Un «must» en las reuniones de buen tono, y más en las de todavía mejor tono, en aquella Francia prerrevolucionaria y ya revolucionada en todo menos en lo institucional. No muy parecido le iba a David Hume en su isla británica en la que, junto a un grupito de amistades sobre todo epistolares, las amplias masas tanto políticas como académicas, e incluso populares en muchos casos, echaban pestes de él por su escepticismo religioso (que era un esférico ateísmo) y por sus continuos comentarios humorísticos e irreverentes sobre aquel diácono o ese pastor.
Pero no se puede soslayar su buen humor en ningún caso, y su sociabilidad de hombre solitario, que le llevaron a ser un prolífico y riguroso escritor de cartas a unas cuantas personas, algunas de las cuales terminaron siendo amistades de las que ya quisiéramos tener, como la de Adam Smith, que se comenta en este libro.
Nada menos que Adam Smith. Sí, nada menos: no ese ogro que hoy pintan todos los que presumen de conocerlo sin haberlo conocido, padre de la explotación, de la salvaje globalización y de la especulación financiera (muy al contrario, por supuesto: pero hay que leer La riqueza de las naciones, y eso da pereza). Si tenemos Seguridad Social es, pongamos, por John Stuart Mill; y si tenemos a John Stuart Mill es por Adam Smith.
Y si tenemos Adam Smith, permitamos la ampliación, es en parte (en gran parte) gracias a David Hume.
Hume, en efecto, es el «infiel» del título; nunca el profesor, aunque lo intentó, pero… era «ateo». Lo más que consiguió fue ser bibliotecario. Smith, por su parte, unos años más joven, admiró desde el principio al autor de Ensayo sobre el entendimiento humano y comenzó a cartearse con él, y este a responderle, y ambos con un tono y un timbre que delatan su buena conexión.
Dennis C. Rasmussen nos cuenta todo esto con paso tranquilo, deteniéndose a explicar las obras de uno y otro, como hacían los ensayistas de antes de Derrida y de Zizek, y con unas y otras cosas nos sitúa de lleno en una serena amistad, una «viril relación» de respeto y buena educación, que quizá en ocasiones roza lo envarado, pero que el bonachón de Hume se encarga inmediatamente de soplar con matasuegras. Especialmente, como era de esperar, la ironía acaba creando el suelo común en el que ambos pensadores van a acompañarse ya hasta el final de sus días: se hace recurrente la felicitación de Hume a su amigo cuando la obra de este es, de momento, muy mal acogida por el público, y le desea que no llegue a un buen número de ventas, lo que sería signo de encerrar conceptos demasiado rutinarios y conocidos. Dime quién te elogia y te diré en qué te has equivocado.
Aparte de su relación con Adam Smith, conocemos la que le ligó brevemente a Rousseau, precursor de muchas de las superioridades morales de hoy, desde las pedagógicas a las legislativas, y personaje ya incómodo en aquellos salones parisinos antes acogedores para él, ahora cansados, y más a gusto con Hume.
Este lo saca de ahí, lo aloja en Inglaterra, lo acomoda, le facilita el sustento, y por fin tiene que suponer la demencia de Juan Jacobo ante las muestras de desagradecimiento y enemistad que acaba recibiendo a cambio.
Rasmussen narra todo esto, y la presencia humiana en La riqueza de las naciones, y el decoroso pero intenso aprecio entre Hume y Smith, con moderación y tono medio, dejando hablar en la mayoría de las ocasiones a sus personajes, más que hablándonos él. A lo mejor es eso lo que define a un buen biógrafo.