Fenomenología del… ¿hiperactivo?

Fenomenología del… ¿hiperactivo?

Byung-Chul Han: La sociedad del cansancio. Trad. de Arantzazu Saratxaga Arregi y Alberto Ciria. Herder.

 

Afirma Byung-Chul Han que el hombre de ahora mismo es más parecido a los animales que nunca, en su carencia de ocio o más bien de inacción y de aburrimiento. Los animales «no dejan lugar al hastío», y de ahí que el humano de ahora se asemeje a ellos, siempre haciendo algo. En consecuencia, ese fértil aburrimiento propugnado por Walter Benjamin (toquecito de la Escuela de Frankfort), aburrimiento que es padre de todas las reflexiones, no tiene lugar hoy, y la contemplación y la reflexión (conceptos muy queridos en esta web, por supuesto) están en peligro, o casi en extinción.

Nos parece muy bien que el valiente viajero Byung-Chul Han decidiera a tan avanzada edad como sus veintipico años reencauzar su vida y sin saber alemán se fuera a estudiar filosofía a Alemania: un aplauso. Nos parece también muy bien que se acabara doctorando en Friburgo y que por fin acabara dando clase de asuntos afines en Múnich. Y nos parece igualmente bien que publique tanto. Pero ¿no contradice eso la que parece propuesta de La sociedad del cansancio?

Parece más bien alineado contra la que últimamente es diana de casi todos los dardos, Hannah Arendt (no sea que le tomen a uno por sionista), a la que por otro lado critica su idea del animal laborans despersonalizado; pero acaba, en su crítica, afirmando que «el animal laborans tardomoderno es, en sentido estricto, todo menos animalizado»: ¿hemos leído bien? Eso es 10 páginas después de afirmar la semejanza hombre-animal. No sabemos cómo casar ambos aleros del tejado, que Byung-Chul deja construidos pero, a nuestro parecer, sin montar. Pero por lo menos ha podido dar el obligado toque a Arendt.

Con Nietzsche se trenza un buen sombrero, si bien advirtiendo en la etiqueta que es sólo para cierto tipo de llovizna, nada serio. Una nueva excusa para un nuevo toque a Arendt, por si no había quedado claro («la dialéctica del hombre activo, que a Arendt se le escapa»), que le da trampolín para saltar y volar por la vita contemplativa que propone el desmesurado sajón y, sobre todo, para deshacerse de cualquier velo: la terminología hegeliana se impone, obligándonos a los lectores a preguntarnos si hacía falta, cuando el autor ya se estaba explicando sin esa jerga. A continuación repasamos, y nos damos cuenta de que ya la ha colado por aquí y por allá, desde el Prometeo (algo reformado, muy reformado; quizá tanto que ya no es Prometeo, pero así lo usa) con el que abre el libro hasta el Bartleby que parece últimamente de obligada mención. Queda Freud, por supuesto, del que Byung-Chul señala que sus reflexiones sobre la represión son propias de la sociedad aquella en la que escribió, y que tienen poco que decirnos acerca del hiperactivo humano de hoy: lúcida observación, simple, directa, diríamos que coincidente con la que puede obtener cualquiera que mire lo suficiente, y que nos informa del buen fenomenólgo que hay en Byung-Chul, por debajo de deudas académicas, pandilleras, terminológicas, posturales. Qué satisfacción.

Nos satisface porque el autor parece atrapado en esas desagradables redes del caer bien a algunos, del tener que defender su lugar quizá en el mundo editorial (con el que contradice, por cierto, su propuesta de vita nuda) o en el académico a base de mostrar adhesión a esta o aquella jerga (no encontramos, por más que buscamos, de qué otro lugar puede salir la necesidad de escribir «abrir-se», con guión, en lugar del suficientemente claro «abrirse»; pero seguiremos buscando), y de momento no sabemos si eso es todo Byung-Chul o si hay más. Y de pronto parece que hay más. Quizá nos quedamos con la apetencia insatisfecha de recomendarle que vea más documentales sobre animales bajo el mediodía tórrido de las sabanas tanzanas para que observe igual de lúcidamente hasta qué punto entre los animales ¡vaya si hay inacción, aburrimiento y hastío! Y eso… no da lugar, que sepamos, a reflexión.

Eso sí, en su rodeo por los barrios de la capacidad de escucha prácticamente perdida a base de actuar y actuar, y en lo necesario de escuchar para aprender, que el autor refiere sólo a Nietzsche en su Ocaso de los dioses, alguien tendría que advertirle de que puede que algunos se empiecen a enemistar con él, porque prácticamente repite, no sabemos si él lo sabe o no, las palabras de un tal… Finkielkraut. ¡Cuidado con las pandillas!