Idioma, estilos, manías: las escrituras de esta web. Críticas-autocríticas.

Nos complacen mucho las críticas a nuestras escrituras, que muchos lectores nos envían con buena voluntad y a menudo con mucho humor. Nos fastidia a veces que parece no ser relevante el contenido de algo, sino la presencia o la ausencia de una coma (a menudo, además, de las que antiguamente algunos profesores llamaban «comas psicológicas», propias de cada autor) en el texto que se dedica a comentar ese algo. Bueno, hombre, ya sabemos que ahí puede ir esa coma; o que a lo mejor hasta era mejor un punto y coma; pero también pueden no ir y ser todo un tramo sintáctico leído de corrido, tal como a menudo se habla (o a menudo habla el escritor en particular, que está plasmando sus ritmos verbales); por ejemplo.

Y a poco que se examine la cosa con un mínimo detenimiento, se verá, además, que en esta web hay varias y muy diferentes escrituras, cada una de las cuales merece una crítica individualizada.

Nuestra lectora favorita nos ha hecho llegar en varias ocasiones cierta incomodidad ante algunos textos por, dice con precisión, «exigirle volver atrás y releer» un cierto periodo largo de sintaxis complicada (y es, posiblemente, la lectora más experta que puede encontrarse uno). Inmediatamente reconocimos dos escrituras, y así lo hemos cotejado con sus autoras: la de Paca Maroto y la de Micaela Esgueva. Que están de acuerdo, sin haberse puesto de acuerdo entre ellas, en que escriben a lo bruto. No, como advierte y prohíbe nuestro señorito Rafael R., en escritura automática; pero sí, como ellas dicen, a lo bestia, tal como si estuvieran en conversación. Es verdad que se puede comprobar: si se leen sus textos en voz alta, aun siendo dos estilos algo diferentes, a menudo permiten y hasta piden que se entonen y se soplen en plan «intervención en tertulia». Y además se puede ver en el modo en que van estableciendo contenidos, como en discusión con un  oponente que objeta y objeta y objeta antes de tiempo. Es visible que ambas (insistimos: sin llegar a ser iguales ni mucho menos sus escrituras) escriben en «sin embargos», intentando contestar la objeción rápida que se les va a hacer, y la contestan antes de exponer su tesis. Eso es forma tertuliera apremiada, desde luego. Y propia de gentes que han discutido mucho, y sobre todo con tertulianos quizá de niveles incómodamente menores. «Antes de decir lo mío, ya sé que se ha dicho en contra esto y esto otro y aquello, y no penséis que no lo tengo en cuenta; pero lo mío es lo siguiente»: ese podría ser el esquema de sus textos, que se notan con ese apremio del que teme ser cortado antes de haber expuesto lo que debe. Y trae inevitablemente consigo el periodo largo, la subordinada de subordinada de subordinada, y a menudo el tirón prolongado ese a veces incómodo «sin comas», por resumir, que, en efecto, hace que de vez en cuando tengas que volver atrás para recordar. Muy buena crítica, pues, la de la lectora; y buena defensa la del estilo discursivo personal, o discutidor, o tertuliero.

Podría decirse que en el extremo opuesto están los comentarios a Ramón Nogués y sus contemplaciones geográficas o arquitectónicas. Que qué seco es el hombre; que se le escapa por aquí y por allí el sentimiento e inmediatamente lo tapa como quien tapa el llanto de un bebé en el teatro; que por qué hay que ser tan azoriniano sólo por estar contando cosas de paisajes y casas. Lo de azoriniano le ha tenido al hombre compungido unos diez minutos, a medio camino del llanto desgarrado y la risotada incontenible. Luego se ha limitado a agradecer el comentario (en realidad han sido muchos comentarios, no sólo uno) y a encogerse de hombros. Esa crítica no implica que sea difícil leerle, se supone, y él se limita a comprometerse a escribir lo mejor que pueda cada vez. Pero hay que anotar que hay lectores que están incómodos con los periodos largos y lectores que lo están con los cortos. A lo mejor por eso es un acierto incluir escritores de ambos estilos en una misma web (no para que estén incómodos todos, sino para que todos tengan un lugar de descanso; que es que tenéis mucha mala idea).

Lo de Isabel del Val pertenece más bien al género de lo psicológico: a su (ella dice que) provecta edad, conserva las energías juveniles gracias al cabreo al que le condena la contemplación cotidiana, durante más de tres décadas, de una degradación estúpida, visible y evitable, tanto como lo hubiera sido el tener una cuadra de caballos a los que cada año ibas cortando una pata: ¿por qué? Si no te gustaba cómo corrían, o te parecían débiles o feos, mejor alimentarlos mejor, o entrenarlos mejor, ¿no? Cualquiera que conozca la materia que trata Isabel comprende que motivos no le faltan. Y así explica ella su escritura: hay momentos de reflexión y de vamos a ver vamos a ver vamos a ver, y hay momentos de no poder más, de dar un golpe en la mesa y de sentirse harta de tonterías. ¡A su edad!, como dice ella, se pone a enlazar palabrotas casi siempre canónicas (en algunos momentos no tanto), pero expresivas en todo caso, y resulta que sus textos acaban siendo comprensibles a menudo gracias a ellas. Su lectura puede ser algo incómoda, admite ella, cuando le da por expresar sin mucho cuidado sintáctico lo que en su opinión merecen oír los reos de sus procesos. Pide disculpas por ello, pero pide al mismo tiempo comprensión. Otro estilo de escritura.

Y Jacob de Chamber, que dice de sí mismo aspirar a ser versallesco, y que lleva décadas luchando con una terrible enfermedad. La enfermedad es la del humor. Dice que quisiera contenerlo, apartarlo de su escritura, poder escribir en plan ensayo académico estirado… pero que le puede la guasa. Que no siente que la ponga él, sino que está ahí mismo, en esas personas y esas sociedades que aspira a describir como un entomólogo describe las relaciones entre las hormigas. Y que no consigue hacerlo, porque se le cruza su enfermedad que, además de enredarle la vista, le enreda, reconoce, la sintaxis. Le hemos dicho que no tanto, que su escritura puede que sea de las más claras de por aquí, y que en realidad los comentarios de lectores se refieren muy al contenido (como era de esperar), y muy poco a la forma, salvo a las palabras esas tan originales que le da por sacarse de la manga, que algunos lectores, al parecer, no entienden pero otros desde luego celebran.

Algún día, probablemente dentro de poco, comentaremos cosas que estamos leyendo y nos obligan a pensar en la peste del purismo idiomático en la misma medida en que nos obligan a sufrir las gilipolleces del revolucionarismo idiomático; últimamente hay una oleada nueva de inventos o más bien averías, sobre todo léxicas, en los discursos públicos, que hoy no caben aquí pero en las que nos es inevitable pensar en cuanto queremos ser mínimamente autocríticos. Porque todo esto de las sintaxis complicadas o enrevesadas, o demasiado secas, o demasiado contenidas, o excesivamente barrocas, no dejan de ser una tos que es síntoma de una cercano foco de purismo (o de revolucionarismo), y eso es incómodo, porque es lo más opuesto a lo que en nuestra opinión de leedores estaría bien que fuera el criterio principal: que el texto comunique, que se entienda, texto que a veces será directo y transparente, y otras veces más difícil «y que exija relectura» (como es frecuente, claro, cuando nos ponemos con filosofemas); pero que sirva para comunicar, para entenderse, para intercambiar ideas. Estas tampoco tienen que intercambiarse con dos monosílabos y un simple sujeto-predicado. Si se puede, mira qué bien. Pero a veces no se puede, y hay que ser algo más complicado.

A propósito, preguntado nuestro señorito Rafael R. por su participación en estas críticas-autocríticas, se ha limitado a acogerse a su obligación de no defenderse, al ser precisamente el señorito, y a dejarse vapulear, dice en plan mártir, porque para eso está al volante. Pero, eso sí, reivindica muy orgulloso el carácter plasta, minucioso y ordenado de su escritura, la de Confianza, Tolerancia, Solidaridad y algunos de los textos aventados en la sección Filosofía No Radical, única escritura y única sintaxis de las que se hace personalmente responsable, con sus atornillamientos léxicos y su detalle (él reconoce que) a veces inaguantable, pero que es lo que la cosa pide (dice con su habitual imprecisión oral, que es la que dice combatir al buscar tanta precisión escrita). Y que en esos sí que no hay enrevesamientos churriguerescos; como mucho, filigrana.

Joder con el señorito.