01 Oct La risa en la antigua Roma, de Mary Beard
en Alianza editorial, ed. de 2022, pero viene desde 2014
Quizá es justo esa fecha de 2014, que al parecer fue 2013 en el original inglés, la que explica que este sea un libro que se sale en cierta medida de los carriles por los que ha llevado sus últimas publicaciones Mary Beard. Probablemente sea esta autora la que mejor ha sabido encontrar ese punto dificilísimo entre la divulgación y el alto nivel, como ha demostrado en tantísimas obras, al principio sólo escritas y luego entregándose a un torrente de producciones audiovisuales de un magnífico nivel. Algún día habrá que desentrañar el misterio de su relación con su colega (de una generación posterior, como mínimo) Bettany Hughes, que hace en lo audiovisual una labor similar, aunque puede, ahora que lo escribimos, que algo más volcada hacia Grecia, y no tan inclinadamente romana como Beard. Pero es que, a base de prodigarse, diríamos que las dos se han erigido en el combate clasicista del siglo, porque serie que saca la una, serie con la que le responde la otra.
Pero en asuntos de libros gana, por lo menos en nuestro país y en lo que respecta a la divulgación, Mary Beard. Ya comentamos su SPQR y quizá de pasada alguna otra de sus obras. ¿Cómo lo consigue?
La risa en la antigua Roma, como decimos, hace pensar que es el libro inmediatamente anterior a su exitazo mediático (que ahora incluye la extensión de su campo incluso a la museística y la pintura y la escultura de todas las épocas), porque está un poco más allá, o bastante más allá, de la mera divulgación. Quizá se tratara de una obra destinada sin remilgos al público universitario, y desde luego especialista, como mínimo, en literatura latina. 667 notas a pie de página, y 22 páginas de bibliografía no son ni frecuentes ni, desde el punto de vista editorial, «aconsejables» para algo destinado al gran público. Pero es que lo primero que queremos subrayar de este libro es que, con todas estas apariencias, y por nuestra parte suposiciones, de pronto te das cuenta de que lo que ha hecho con sus otras obras, estas de divulgación, ha sido casi (casi) no bajar el nivel respecto del nivel de La risa… ¿Va a resultar que estas nuevas clasicistas han encontrado ese lugar mítico del que hablamos, que no es ni «Academia» (la mayúscula la ponen en las aulas ellos al pronunciarla) ni vulgarización? Da la impresión de que sí.
No obstante, esta obra todavía no está ahí. Prácticamente cumple con todas las normas, las razonables y las rutinarias, de un texto inter-cátedras; pero además su discusión sobre las atribuciones erróneas a Aristóteles, en esa «Algunas preguntas antiguas y modernas sobre la risa» no es para el que no tenga ciertos conocimientos previos de aquellos contextos históricos.
Recorremos con ella, después de ese (extenso) vistazo a las ocurrencias más o menos fundamentadas o absurdas sobre la risa que han expresado autores desde Cicerón hasta Bergson y Freud, el camino de los chistes y los efectos cómicos tanto en teatro como en oratoria desde el siglo I A.C. Y lo que con más fuerza salta a la vista es que, aunque algunos casos extremos de situaciones absolutamente contextualizadas y propias de su época y su lugar se nos escapan, y nos cuesta comprenderlos como desencadenantes de risa, hay otros elementos y objetos y fulminantes de la Roma republicana que son los mismos que hoy funcionan, y no sólo en nuestra muy romana y mediterránea cultura, sino en sociedades distantes en espacio y en conceptos. Y hay que tener cuidado, además y por supuesto, con considerarnos «más romanos» de lo que somos; porque lo somos mucho y hasta mucho más allá de lo que nos damos cuenta a menudo, pero también es cierto que frecuentemente atribuimos a romanidad cosas de carácter y de usos y costumbres que no lo son.
Y al otro extremo están los casos como el de ese lord inglés que dejó escrito a su hijo que «lo que nunca debe hacer un caballero» es reírse; pero no tanto el muy divulgado discurso sobre el texto aristotélico (desde El nombre de la rosa no hay quien se lo quite de delante) que trataría de la risa en su Poética, que Mary Beard, seria y catedrática como es, y lo es mucho en este libro, dice que si no hay qué tocar no hay de qué hablar, y reduce el caso a habladuría y pseudociencia. Y no está mal que haga eso y sea así de tiesa en casos como este, porque esa es precisamente una de las virtudes que el no especialista pero alfabetizado aficionado va a sacar como beneficio de esta lectura: reencajar las cosas, tras tantos años de esquematizaciones simplificadoras especialmente sobre historia antigua tanto en libros como en documentales (debería haber un organismo regulador ente el que presentaran cuentas los norteamericanos cuando han hecho documentales sobre historia antigua europea con factura, textura y confección de reportaje sobre el uso del Kalashnikov).
De modo que es un libro quizá algo más árido de leer de lo que puede que el aficionado medio se espere, porque es algo más cercano a los estándares «académicos»; pero si se supera eso, la información que proporciona y la densidad de sus párrafos impide el desmayo y mantiene al lector en permanentes preguntas. Que puede que sea lo mejor que se puede decir de un ensayo de estas características. Aparte de alguna sorpresa que proporciona: ¿sabíais que del siguiente chiste, del que hoy hay mil versiones:
«Un sabio, un calvo y un peluquero viajan juntos. Al llegar la noche deciden que la primera guardia la haga el peluquero y la segunda el sabio. El peluquero se aburre y corta el pelo al sabio dormido. Cuando luego le despierta, el sabio se toca la cabeza y dice: qué tonto es el peluquero, que ha despertado al calvo y no a mí»
tenemos una primera version escrita en griego del siglo I?
Y sigue describiéndonos.