01 Mar La tribalización de Europa
La tribalización de Europa
Marlene Wind: The Tribalization of Europe. A defense of our liberal values. Polity Press, Cambridge, UK, 2020
Muchos pensamos que ha llegado el momento de rescatar a la palabra liberal de su secuestro por parte de sus dos principales enemigos, que lo son también entre sí: los tarugos ultraliberales del apáñatelas como puedas, a un lado, y los tarugos de izquierda que se regocijan de no entender el verdadero significado de la propuesta liberal, ya en marcha desde hace doscientos años pero últimamente muy manchada de las pegajosas ideas ultras.
Este libro es una expresión muy concentrada de esa lucha. Wind es profesora en la Universidad de Copenhague, y en su escritura se ve que muy bien conectada e informada, y hasta se la nota algo quizá irritada por tonterías y remilgos, y decide salir adelante de una vez: Europa está mucho más cerca de perder sus democracias liberales, su democracia, de lo que a menudo se percibe, y ello aprovechado y al mismo tiempo provocado por las fuerzas «tribales», que parecen haberse limitado a considerar una llamada «voluntad del pueblo» que nadie sabe muy bien quién es, porque a menudo sólo se considera tal al que piensa como el dirigente tribal de ese caso en particular, y no a los demás ciudadanos; «voluntad» supuestamente expresada en elecciones pero, ojo, más y mejor cuanto más «plebiscitarias», y no digamos ya si se trata de la orgía de un referéndum, que es el arma definitiva de destrucción masiva que utilizan los, llamémoslos así, tribales. Voto y voto, referéndum y referéndum, y qué más quieres. Pues sí, si hablamos de democracia no sólo se puede sino que se debería querer algo más:
Democracy is not just «the will of the people» in simple numerical terms but is also about respecting fundamental values, minorities, a free and critical press, and independent courts. (Pág. viii, Preface)
[La democracia no es sólo «la voluntad del pueblo» en términos simplemente numéricos, sino también respetar los valores fundamentales, minorías, una prensa libre y crítica, y tribunales independientes.]
Nada que nosotros no sepamos, y más los dedicados a viviseccionar conceptos como la Confianza, la Tolerancia, y otros, como fundamentales de una sociedad que quiera ser llamada democrática, por supuesto; pero cuántos ni lo saben ni, aun oyéndolo o leyéndolo, lo niegan: no, déjate de zarandajas, democracia es lo que el pueblo diga, y que lo diga cuando y como quiera.
Este libro dispara directamente a la testuz de los que danzan de noche alrededor de las hogueras mientras recitan esas cosas, «democracia es urnas», y así. A menudo danzan con algún cautivo atado a un poste cercano, en general la mitad de ese pueblo al que dicen representar completamente, pero que resulta que no está de acuerdo con ellos: ¡discuten hasta episodios de su mítico pasado! No son de los nuestros:
The ideal and cultivation of a common past are absolutely central to the current tribal discourse. To the extreme Brexiteers as well as the Catalan separatists and ethnic-nationalists like Hungarian leader Viktor Orbán, the reference to prior historical greatness is crucial. (Págs. 6-7.)
[El ideal y el cultivo de un pasado común son absolutamente fundamentales en el actual discurso tribal. Para los brexiters extremos, tanto como para los catalanes y para los nacionalistas étnicos como el líder húngaro Viktor Orbán, es crucial la referencia a una grandeza histórica anterior.]
Sí, casi consuela que una profesora danesa lo vea con esa claridad. En realidad, ha llegado en la actualidad una larga remesa de publicaciones de politología descriptiva, la mayoría norteeuropea o norteamericana, que da la impresión, en conjunto, de que por fin alguien de por ahí se ha enterado de lo que pasa por aquí. El tratamiento que hace Wind, por ejemplo, del dislate catalán no puede ser más académico y, digamos, mesurado, y llega de todas formas a describir, y reconocer que describe, ese escenario como si fuera el camarote de los hermanos Marx: y sabíamos que había alguien que lo había percibido, pero los medios académicos seguían sacudiéndose las cenizas de la pipa de las solapas, y quizá ya no. Percibe la profesora, y describe con buena iluminación
a conflict-obsessed press happy to serve as backup chorus (pág. 8.)
[una prensa obsesionada con el conflicto y feliz de servir como coro de respaldo]
como una de las constantes que se pueden encontrar en estas manifestaciones de tribalización europeas: desde prensa meramente amateur y juvenilista conflict-obsessed (nos quedamos con esta precisa expresión) hasta cosas más serias, aunque no por ello más eficaces, destinadas a oscurecer las realidades de las tribus que se postulan como futuro:
Corruption has also been thriving among the separatists in Catalonia, but has been blotted out with as much solid media coverage of pro-independence and anti-Spanish troubles in the streets as possible. (Pág. 8.)
[La corrupción también ha sido floreciente entre los separatistas de Cataluña, pero ha sido encubierta tanto como le ha sido posible a una concienzuda cobertura mediática de los disturbios callejeros pro-independencia y anti-españoles.]
Recorre la autora el continente europeo intentando detectar signos de enfermedad democrática, y por supuesto se detiene especialmente en Hungría, en Polonia, en el Reino Unido del Brexit y en Cataluña. Es informativo el detalle con el que ella y sus colaboradores exponen el procedimiento de regreso a la tribu de unos y otros lugares, porque resulta ser, al final, el mismo, con independencia de sustratos culturales y de objetivos políticos particulares. En realidad, tras ese minucioso recorrido por imposición de idioma, por el subrayado del yo colectivo mítico, por el llanto por la soberanía traidoramente regalada, por la creación o el sometimiento de prensa y redes sociales y, salvando exageraciones brutales como la cleptocracia familiar húngara, el lector llega rápidamente a preguntarse: ¿Y todo esto para qué? No, no tiene esa fácil respuesta: por la pasta. No, no: por la pasta, algunos, en realidad, unos pocos; algunos arriba y visibles, otros pocos ocultos en la turba, pero nada más. El resto, hasta los miles y las decenas de miles… ¿para qué?, ¿cómo es que se atreven a prescindir del imperio de la ley, del Estado de Derecho, de la independencia de los tribunales de justicia, de la libertad de expresión?
El libro es, como decimos, descriptivo, y no llega a contestar a preguntas como esta, pero el lector se ve obligado a plantearlas, si es que no se las viene planteando desde hace años. Ha estudiado la autora con detalle de entomóloga el 1-O semicatalán, y lo cierto es que, como se dice en castizo, no ve por dónde cogerlo, y sólo se explica su «éxito» internacional por esa cobertura mediática internacional aliada con la torpeza y apatía del gobierno de Rajoy. Es cierto que «éxito» fugaz: ya casi nadie, hoy en día, salvo un arrogante hispanoangloargentino residente allí, y otros con intereses en el asunto, deja de comprender que por muy diputados que sean, los que perpetran ilegalidades y prevaricación deben ser juzgados. Es difícil no estar de acuerdo.
Subraya Marlene Wind ciertas ideas que en efecto conviene tener muy presentes, por visibles que puedan parecer: la muerte moderna de la democracia no se está dando mediante golpes de estado súbitos o sangrientos, sino paso a paso, minando el sistema a la vez que utilizándolo (los ejemplos de las elecciones chavistas y orbanistas son palmarios); esta muerte de la democracia no viene forzosamente de la derecha o de la izquierda: hay casos híbridos, como el del secesionismo en Cataluña, en el cual los autodenominados progresistas a menudo emplean el mismo tipo de retórica excluyente utilizada por los nacionalistas de extrema derecha; o: ¿pueden las democracias votar su autoaniquilación? Sí, pueden; y lo están haciendo ahora mismo justo delante de nuestros ojos.
Todo el libro es una permanente llamada al cultivo de esas otras instituciones que limitan, compensan y equilibran el mero poder de las urnas. Cita varias veces el otro contemporáneo Cómo mueren las democracias (escrito se diría que teniendo en cuenta el asalto al Capitolio de Washington del 6 de enero pasado, pero lo cierto es que aunque prácticamente lo describe está escrito antes), que también muestra parecida preocupación primordial: el equilibrio, el cuidado en cribar candidatos, no sea que llegue un… Trump, por ejemplo, o un Orban, o un… no mencionemos más cercanos.
Al final, estas preocupaciones y esta alarma puede que no sean más (y ya es mucho) que los signos de que estamos es un verdadero cambio de época, mucho más profundo y mucho más extenso de lo que nadie había previsto: la extensión de la soberanía, o la pérdida de soberanía por parte de los Estados nacionales tanto «hacia abajo» como «hacia arriba», es decir, hacia las soberanías locales y regionales como hacia la soberanía supranacional, algo especialmente importante en el caso de la UE. Sí, es esa «dilución» de soberanía que fue y quizá es todavía interpretada tan fieramente por los nacionalistas (también españoles, y desde hace años) como «entreguismo», nada menos. Y a lo mejor ni fue ni es una decisión de nadie en particular, como no lo fue el fin del feudalismo, y nadie dijo entonces: «Vamos a ir dejando atrás el feudalismo y vamos a ir engordando la era pre-capitalista». Hay cosas que suceden se diría que independientes de las voluntades personales, y sobre todo en lo colectivo y lo histórico.
La soberanía ya hace tiempo que no es ese juego de suma cero que quizá fue en el pasado, que la tienes tú o la tengo yo: ahora es más influencia, capacidad de modificar, de re-orientar: allá los del Brexit con lo que han perdido, porque a la postre van a tener que obedecer normas (de consumo, de exportaciones, de sanidad alimentaria) en las que ya no han podido influir.
Y eso no lo entienden unos cuantos, por ejemplo aquellos fanáticos anti-entreguismo. O los cleptócratas, desde luego. O los que tapan 30 años de corrupción sostenida del principal dirigente regional simplemente creando ruido. Qué tendrá la tribu, que tantos la necesitan.