Las traducciones (eventualmente) de Asimov al español

Será culpa nuestra por no despreciar género ni tema alguno, pero el caso es que todo ese ciclo de novelas conocido como «el de las Fundaciones» de Isaac Asimov nos ha hecho disfrutar y, al tiempo, sufrir, como pocas lecturas más a lo largo de cuarenta años. La verdad es que estamos dispuestos a que se nos considere raritos por divertirnos con la ciencia ficción: nos importa un pimiento. Los que así insultan suelen ser gente cuaresmal y agria de esa que ni siquiera se da cuenta de que, para ciencia ficción, Hamlet (por no hablar de la poesía del 27, que es lo que suelen esgrimir como ese gusto suyo que les hace superiores). Ellos se lo pierden. Ahora nos vamos dando cuenta de que ese tradicional rechazo a estos argumentos y temas, aunque desde siempre fue sospechoso de exceso gastronómico de vinagre intelectual, y nos causaba más risa que ofensa, era en realidad la manifestación embrionaria de lo que en la actualidad ya se presenta desarrollado y glorioso como un comportamiento sólido de estúpida exquisitez presta a ofenderse a la mínima discrepancia o sólo a la presencia de un gusto literario diferente del suyo.

Así que nosotros a lo nuestro, frikis, raritos y como sea: el poco estilístico Asimov, el escritor de las solamente 4.000 palabras (popularidad obligaba), el pragmático de la prosa (igual que Ross MacDonald, pero a este no se le insultaba porque situaba sus acciones en calles conocidas del lector cuaresmal) nos ha hecho pasar temporadas fenomenales de diversión y entretenimiento, especialmente con sus novelas de este conocido como «ciclo de las fundaciones». No, no nos ha hecho conscientes de ningún mal que nos haya obligado a suicidarnos metiéndonos por nuestro propio pie en el mar, sino todo lo contrario: nos ha sacado de convalecencias y de costurones, nos ha animado de decepciones y nos ha hecho remontar abandonos, y nos ha decorado con colores las galvanas estivales a la sombra de las dunas.

Antes de seguir, hay que recordar que nadie se pone del todo de acuerdo a propósito de eso que entrecomillamos como «ciclo de las fundaciones». Asimov escribió muy pronto, allá por el 50 o 51, la primera novela: Fundación. No se sabe si ya tenía en mente, o si se fue provocando a sí mismo a medida que escribía, la confección de sus inmediatas continuaciones, Fundación e imperio y Segunda fundación. En dos años ya tenía esa trilogía, que durante mucho tiempo fue eso: La Trilogía. Mientras tanto, seguía escribiendo de otras cosas y con otros argumentos, de otros mundos y personajes: todos conocen que fue él el que mejor continuó la idea de robot de Čapek, para empezar con su famoso Yo, robot, que es contemporánea a la trilogía, y que luego continuó con muchas obras más, llegando a los años 80. Lo interesante es que poco a poco, a lo largo de su vida literaria, acabó haciendo explícita esa noción que tantos afirman del alma de los escritores, que se suele formular como «por muchos libros diferentes que escriba, todos serán el mismo libro, con sus continuaciones o sus antecedentes» -secuelas o precuelas, que dicen los cineros-. Pues sí: él no escribió sus mundos de robots, al principio, más que como alternativa y como muy otros argumentos, lejanos a los de las fundaciones, pero a medida que desarrollaba estas en otros libros, y desarrollaba también los de robots y los de otros asuntos, fue viendo que todos confluían y que en realidad formaban parte de una especie de gran saga (pero casi en el sentido nórdico, no en el de las películas Crepúsculo)  o una especie de cosmogonía del universo futuro. Los robots pintaban mucho, aunque al principio parecieran una alternativa literaria, en el mundo de las fundaciones. ¡Vaya si pintaban! Y, al mismo tiempo, aunque en la mayoría de las primeras obras de robots ni se mencionaba el mundo de las fundaciones, ellos no se podían entender sin ellas.

En conjunto, los cálculos más entusiastas establecen una lista de hasta 18, desde el original Yo, robot de 1950, pasando por 7, nada menos, explícitamente fundacioneros  (Preludio, Hacia, la Trilogía, Los límites de y F. y Tierra) y acabando con el llamado «Ciclo de la segunda trilogía de la fundación». Ojo a las fechas: se colocaron como «precuelas» o antecedentes novelas que fueron escritas, sin intención alguna de que así fuera, ya en los años cincuenta, pero otras en fechas tan tardías como 1985. En argumentos, unos dos mil años entre el comienzo y el final. Desde que se crean los primeros robots hasta… todos los follones de imperios y anarquías galácticas más o menos plagiados en Star Wars y en tantas otras.

Ideal para un confinamiento COVID, ¿no?

No te vamos a destripar las sorpresas y las diversiones, que las hay por kilos. Desde luego, no le tienes que hacer ascos a ideas como la de «viajar por el hiperespacio» y afines, que hoy son tópicas de este género pero que en realidad lo que sucede es que se inventaron en estas obras, como casi todo lo que maneja la ciencia ficción de los 80 para aquí (sólo en Star Trek hay cuatro o cinco inventos nunca discurridos por Asimov que, además, han sido proféticos y hoy están entre nosotros: el móvil, por ejemplo).

Pero si sabes inglés, mejor que leas todo esto en inglés.

¿Por qué decíamos lo de sufrir, al principio de estas líneas?

Lo verás inmediatamente. Aguilar fue quien se hizo al principio con los derechos de estas obras. Por esos misterios de la industria editorial hispanoamericana (?), encargó las traducciones a tierras lejanas, de esas caracterizadas por considerarse desafortunados por «haber nacido en español, idioma escaso», lamento con el que siempre se ha demostrado que no se expresaba más que las carencias idiomáticas personales del lamentoso, y por supuesto no del idioma. A falta de mayor cultura y trabajo, pillamos el anglicismo (o directamente calcamos del inglés), y arreglado.

No es cosa de dar la murga; pero te lo decimos en serio: si te gusta el español, vas a sufrir igual que nosotros. Así que en inglés.

Seguro que, aunque dado al bucolismo y al intimismo post-realista novelístico, te suena eso de «las tres leyes de la robótica». Lo ponen hasta en las cajas de galletas: eso de que un robot no puede dañar a un ser humano, etcétera. Se denominan «primera ley», «segunda» y «tercera», así, con ordinales. En un momento dado, en el desarrollo de los argumentos novelísticos, la cosa se la pone Asimov tan complicada a sí mismo que es necesario añadir una ley más, pero no una «cuarta» ley, sino una ley, por así decirlo, anterior o más general, previa a la primera. A Asimov se le ocurre llamarla «Ley Cero», en inglés «Zeroth», que, como sabes, es el ordinal del cardinal «Zero». No vamos a traer aquí nombres propios, porque además daría igual dado que la fechoría la inició uno pero muchos otros la copiaron a continuación: en las traducciones al español, a ninguno de esos traductores se le ocurrió ver el sufijo de ordinal en ese «th», y no se le ocurrió a continuación que al traducir había que poner ahí el ordinal español para el cardinal «Cero», que por casualidad se escribe y se pronuncia igual, «Cero». Y ya para siempre, en español, las tres leyes de la robótica, tienen una previa más general que se llama (insistimos: en español) Ley Zeroth. Tal cual. No sé, como si el primero se hubiera creído (y nadie le ha corregido después) que eso era un nombre propio y estuviera como mencionando una «Ley Martínez» o «Ley Smith». ¿Te haces una idea de lo que molesta la lectura esta chapuza cuando llevas cientos y cientos de páginas en las que tienes que corregirlo por tu cuenta una y otra vez?

Pero eso no es nada. Tú sabes lo que significa el inglés «eventually». Se ve que a Asimov le pilló una época de su vida (esto les pasa a todos los escritores, sin excepción) en que la pronunciaba mucho, la oía mucho, o se decía mucho a su alrededor (en el mundo norteamericano anglohablante sucede hoy mismo con «literally»); y así entró, con enorme frecuencia, sobre todo en La Trilogía, pero también se arrastró a las otras. Pues bueno, estilemas de autor. Salvo que, al traducir al penoso y escaso idioma español (John Carlin dixit, no se hable más) a esos genios originales no les pareció que la cosa mereciera más traducción que, sí, lo has adivinado, «eventualmente». Un mecanismo pareció averiarse, pero pasó el tiempo y, eventualmente, volvió a funcionar. Un tipo luchó y mató a sus enemigos y, eventualmente, llegó a presidente. Un conflicto laboral en un astillero espacial llegó, eventualmente, a una solución. Y todo lo que se te ocurra: ahí estaba el «al final», el «por fin» de los subargumentos y los conflictos, pero el lector español sólo conocería que eran finales y fines «eventuales», poco duraderos, transitorios, sí, caducos, como los contratos laborales que nos iban haciendo en la otra realidad, la de fuera de los libros.

Todo lo contrario de la eternidad en la que parecen haber entrado estas horrendas traducciones, que no hay quien corrija ni adecente, por más cartas que se manden a las sucesivas editoriales que eventualmente se hacen con los derechos de traducción de estas obras. No seguimos, porque la lista de horrores te amargaría el día, pero créenos: mejor en inglés.