01 Jun Los Beatles y los Stones
Los Beatles y los Stones
Yves Delmas y Charles Gancel: Beatlestones. Un duelo, un vencedor. Editorial Milenio, Lérida, 2021.
Había que elegir. Era obligatorio estar con los unos o con los otros. Y si por fin te habías pronunciado, ni agua al enemigo: «pero el tema X de los otros no está mal», empezaba a decir el incauto; y caían sobre él lluvias de improperios y expedientes penales. Aprendido eso muy pronto, algunos supieron callarse ante según quién (casi todos), y dejar para su intimidad el disfrute de Hey Jude el jueves y de Honky Tonk Women para el viernes. Además, no hizo falta esperar todas estas décadas para conocer que las cosas no eran como decían los sacerdotes que tenían que ser. Allí mismo, en Inglaterra, no se andaban con estas tonterías, y era público (y muy publicado) y notorio que no sólo había amistad entre ambos grupos, sino hasta cierto padrinazgo… de John y Paul hacia los Stones, a los que introdujeron al mundo de los agentes, de los estudios, y a los que hasta regalaron algunos temas, y ayudaron haciendo coros. ¿Era eso la oposición CEDA-Frente Popular que parecía estar jugándose por aquí cuando se hablaba de Sgt. Peppers o Exile on Main Street?
Ah, sí: por extraño que le parezca al lector de hoy: como a continuación sucedería con Bowie, o con Pink Floyd, con los Kinks o los Beach Boys o, por resumir con precisión, con todos, había que tener mucho cuidadito con pronunciar los propios gustos delante de según quién (casi todos), porque inmediatamente te etiquetaban los que hasta ese momento creías tus compañeros como un peligroso agente de la oposición (a ellos), que podía ser, a lo largo de un mismo día, y con el mismo material, según los sucesivos interlocutores, algo calificado propio de franquistas, rojos, naranjas (sic: era una categoría que incluía «cobarde» si bien rojo), por supuesto burgueses y pedantes (esto solía significar algo así como «izquierdoso-latoso»)… En fin, el batiburrillo habitual entre los catetos que siempre ha habido por aquí y no parece que termine de irse.
Pero muchos disfrutaban tanto de los Beatles (se decía así, con artículo español) como de los Rolling (ídem, y además no se solía usar «stones»). Y gracias a ellos, que quizá eran y fueron y probablemente siguen siendo mayoría inmensa, ha quedado tan viva la herencia de unos como viva la presencia de los otros. No ganó ningún bando, porque no eran bandos verdaderos, sino meros banderines de enganche de chulitos de pandilla con vocación frustrada de liderazgo.
El libro Beatlestones habla de todo ello, si bien sin hacer referencia al cateto politizado español, y eso produce cierta sorpresa, porque quitando los matices de «profranquista» o «pecero», en Francia, país de los autores, las cosas al parecer no eran muy diferentes. Ya lo comentaron los compañeros oidores hace tiempo, si lo recordáis: casi todo lo que los listillos afirmaban contundentemente sobre unos y otros, y en especial sobre los Beatles, resultó que era falso y a menudo lo contrario de la realidad. Y en cuanto a la relación con los Rolling se puede decir más o menos lo mismo. Si se supo en su momento que Mick Jagger estaba en los coros de All you need is love, y John y Paul en otros de los stones, por ejemplo, ¿por qué seguir insistiendo en sus enemistades? Se conocían entonces muchas cosas, pero se callaban o se negaban, porque había necesidad de enemigos, de fabricar causas y de justificar el cabreo estructural (parece que nos hemos puesto a describir el presente). El libro, escrito a dos manos, una más beatle y otra más stone, va presentando temas y asuntos y en cada uno de ellos pinta las cosas desde el punto de vista de un grupo o del otro, y sin mucha más estructura: unos cuantos párrafos acerca del asunto X en los de Liverpool y, sin epígrafe ni doble espacio ni nada de nada, el siguiente párrafo es el primero de otra cantidad similar de párrafos dedicados al mismo asunto desde el punto de vista de los londinenses. Eso da agilidad a la lectura, y acerca el ritmo casi al de una conversación. Aunque en ocasiones, y será fácil imaginar que nos referimos al asunto de las groupies-novias-ligues-incluso esposas-pero algunas luego arrepentidas, esa proximidad de escritura, y además teniendo en cuenta las cosas que pasaron, apetece hacer la lectura en voz alta, porque se trata de una sucesión de nombres propios de mujeres y hombres que se lían y luego se deslían para liarse con el anterior novio de la otra de un otro que a su vez estaba ahí abandonado y escribiendo baladas porque la anterior se había ido (en general con Eric Clapton) y eso hizo que la mujer del otro previamente abandonado por… Y apetece concluir, y no sólo una, sino en cuatro cinco ocasiones, con aquello de «y una prima de su abuela, que atendía por Mariana», de la maraña de nombres y madejas de relaciones por las que uno se ve rodeado en un momento, similar a la de aquel conde Sisebuto. Y recuerda uno entonces, ahíto de historia y de años, las portadas de las revistas con Jagger saliendo de un restaurante con su ligue del momento, o con Paul y sus esposas, o con todos los beatles más o menos meditando (es mucho decir) en las alturas del Himalaya, y desde luego con los stones montándola sobre el escenario mientras ante este se desataba una masacre.
Algunos dicen, y este libro lo recoge con cuidado, que los Rolling murieron en aquel festival de Altamont, y que desde entonces fueron ya para siempre (incluyendo 2021) una fábrica o una empresa con la que sus socios ganan barbaridades galácticas, aunque no son muy amigos, pero oye, que eso les basta para seguir llevándose bien (lo de Altamont es una desgracia elevada al cubo: qué haría que contrataran a los Ángeles del Infierno como servicio de seguridad). En fechas muy cercanas a ese festival, los Beatles anunciaban su disolución o su separación, que supuso, quizá no paradójicamente, que se empezara a comprender que no había quién comprendiera lo que habían hecho en sólo siete u ocho años: el revolcón completo de la música popular, y parte de la otra, como más tarde se iría viendo. Hay quien recurre a la astrología para explicarse lo de esa década, en la que todo concluye, además, con nada menos que la primera llegada del hombre a la Luna; hay quien suelta peroratas de materialismo dialéctico; hay quien habla de Krishna. A lo mejor, por una vez, hay que dejar que el asombro nos domine sin explicarlo.
No se nos puede olvidar que este libro está soberbiamente traducido, con una calidad de castellano como hemos visto pocas veces en productos de esta modalidad y casi en ninguna otra, pero figura como traductor una empresa (¿no hay alguna cosa de la ley de propiedad intelectual que obliga a poner nombres y apellidos reales del o de los traductores?). Aunque hay una nota a pie de página en la que se escapa un indicio: N. de la T., pone. Ya hemos eliminado a toda una mitad de posibles traductores, los varones. Es una pena, porque entre coloquialismos, jergas y argots, y ringoísmos (como dijo Lennon del extraño inglés que a veces manejaba Ringo: tomorrow never knows, a hard day’s night y todo eso) las traducciones de estos libros suelen ser un sembrado de anglicismos inoportunos o presumidos; y este libro y esta traducción torean con ello como hemos visto pocas veces, y da gusto leerlo.
Unas cosas con otras, parece claro el veredicto del libro acerca del ganador final. Pero también insisten los autores en que tampoco hubo tanta competición. Sí, unos eran más verdaderamente working class (justificamos este nuestro anglotérmino en que se trata de parte del título de una canción de John, picajoso lector), y esos eran y fueron y casi siguen siendo los acusados de pijos; los otros eran burgueses urbanitas hijos de la clase media profesional londinense de los cincuenta (¡uf!), pero fueron y casi siguen siendo tomados por los revolucionarios: nada nuevo bajo el sol. Unos empezaron un poco antes que los otros, y además ayudaron a los otros cuando estos fueron empezando un poco después; muy bien, buenos compañeros. Los que empezaron después fueron muchas veces a remolque, imitando casi, o apoyándose en los últimos logros de sus hermanos mayores: pues lógico y normal.
Nada de esas guerras que los cronistas residentes siempre han cantado y en muchas ocasiones inventado.
El mismo libro sugiere que no hubo tanto «duelo» como su propio título comunica.
Hubo música.