Los números generacionales. Una entrevista con Plunkett el joven

Nos disponíamos a leer End State, de James Plunkett el joven, cuando nos asaltó una entrevista probablemente en el diario el Mundo, que no nos quedó más remedio que leer, y ahora que comentar en alguno de sus detalles. Del libro probablemente no os libraremos más adelante.

Tiene cierta dificultad afrontar, para los de cierta edad, lecturas como la de este y la de estos politólogos o casi politólogos de escuela anglosajona, y no digamos ya si se trata de un miembro de las generaciones más jóvenes. Por un lado, la mayoría gozan y ofrecen al lector una envidiable soltura, o libertad, sin ataduras de las más habituales en la politología continental, como ellos dicen: lo cierto es que en ese «continente» muchos llevamos años, o más que años, contemplando y reflexionando sobre la realidad de que los esquemas derecha-izquierda ya rara o rarísima vez sirven de algo, que no dicen en realidad nada concreto ni verdadero sobre el comportamiento o los proyectos políticos, etcétera. Pero quizá nuestro propio lenguaje «continental» no puede desprenderse de cierto moho del pasado relacionado con esa noción anticuaria de la sociedad, que es a lo que vamos.

A menudo llegan «jóvenes» como este Plunkett, nacido en 1982, es decir, generación X de lleno, casi apuntando a milenial, y ponen los puntos sobre las íes. Muchos de esos puntos resultan al poco tiempo ser meros lemas de combate sin demasiado fundamento detrás, y esto es así desde siempre. Pero mucho cuidado con suponer que eso se puede decir de todo lo que proponen, porque con cierta regularidad es de ellos, de los apenas cuarentones (y a este lado de la pantalla tenemos de los dos grupos, de los primeros ochenta, y también de los viejos, y todos lo hemos vivido en nuestras propias carnes) de los que salen propuestas válidas que, además, en bastantes ocasiones se han seguido, se han aplicado y, naturalmente firmadas por otros, por personillas de relumbrón, o más habitualmente por políticos, han reformado cosas.

Ahora nos ha impresionado una afirmación que todavía estamos debatiendo, y así lo ofrecemos, de este joven Plunkett, por la soltura no sabemos si británica, insular o simplemente generacional que suelta en la entrevista (y en el libro, recorrido en sobrevuelo, parece que se regodea en la noción): «Los baby boomers tuvieron suerte. Se beneficiaron de una época de crecimiento económico fuerte e inclusivo, al menos en gran parte del mundo occidental. Actualmente son una generación grande y políticamente poderosa y están usando ese poder que tienen para hacer que las pensiones sean más generosas y exprimir el apoyo para las personas en edad de trabajar y los niños.»

Insistimos en que a este lado de la pantalla somos mitad boomers y mitad X: y nadie está de acuerdo con eso. No sabemos si se trata de lo que antaño, muy antaño (¿habrá algún milenial que sepa lo que significa la siguiente expresión?) se llamaba «jaimitada», o una mera boutade de combate para llamar la atención, o si verdaderamente lo piensa o lo observa. Pero si hay algo por detrás o por debajo, no hemos tenido que discutir mucho si merecía tanto nuestra atención como para escribir de ello: todos hemos comprendido de golpe que la idea que puede haber detrás de una afirmación así no es en absoluto irrelevante ni falta de intención.

Porque pone el dedo en el centro de la llaga de uno de los problemas cruciales de esta época: el fin de la vida laboral de las generaciones que trajeron la economía global desde las carencias de la posguerra mundial hasta la opulencia del siglo XXI, y ello con condiciones laborales, sociales, políticas, familiares, educativas, sanitarias, ideológicas y vitales propias o de esa posguerra que hoy ni se puede imaginar cómo era el que no la vivió, o incluso muchas de ellas traídas a la posguerra desde la anteguerra, una vez pacificado el mundo, en ese brutal intento de reconstrucción salvajemente reaccionaria, moralista, anacrónica y retrógada que se dio precisamente durante la infancia y la juventud de esos boomers. Ahora, a los que se han dejado un cuarto o un tercio de su sueldo durante toda su vida pagando las pensiones y la construcción de los sistemas sanitarios, de enseñanza, de infraestructuras y de seguridad en las que han nacido y se han educado los X y posteriores, se les discute precisamente si es legítimo que ellos «cobren su pensión», y eso no parece una idea demasiado ajustada a la justicia distributiva.

Los boomers naturalmente que han disfrutado de beneficios y privilegios en relación a generaciones anteriores a ellos. Para empezar, como mínimo, la mayoría no ha tenido que dejarse arrojar a unas pútridas trincheras a dejarse rajar a la bayoneta, como muchos de sus padres y sus abuelos sí se vieron forzados a hacer. Eso ya es mucho, por supuesto. A lo largo de su infancia se fueron desarrollando y aplicando las vacunas de la polio, la famosa triple vírica, y otros beneficios sanitarios generales prácticamente impensables sólo una generación antes. La educación, si bien todavía en precario, fue siendo poco a poco general y gratuita (aunque esto, que parece mucho más fácil de hacer cuando no se tiene que poner en práctica, sólo terminó de conseguirse, precisamente, para las generaciones X en el conjunto de Europa). ¿Podríamos, quizá, sumergirnos en una investigación de los beneficios de los que disfrutaron unas generaciones respecto de sus anteriores, por ejemplo desde 1800? Quizá veríamos que desde hace cinco o seis generaciones, con altibajos, la cosa ha ido yendo a mejor.

Esa sí que es una de las ideas de Plunkett (aunque, como es sabido, no solamente de él) con las que es imposible no estar de acuerdo: sólo alguien muy mimado en su cunita de cristal y rosas puede salir al mundo y decir que el mundo está empeorando. Hay, visibles, esos altibajos, pero en una línea que sólo a un recalcitrante, a un carlista de un lado o del opuesto del espectro pseudopolítico se le puede ocultar que es de mejora contundente.

Si ahora hay en el mundo de la reflexión global tres temas protagonistas, uno de ellos es precisamente el que se puede formular, por ejemplo, así: ¿de verdad se puede describir la situación de la generación del babyboom como de «exprimidores» de las personas en edad de trabajar y los niños (sic)? Plunkett resulta algo desconcertante porque algunas de sus afirmaciones son propias de un ultraliberal desorejado de la facción psicópata, mientras que otras (por ejemplo, fue asesor en Downing Street de Gordon Brown) parecen de un tío normal preocupado por la nueva política, que se empeña en mirar entre las zarzas en dirección al futuro: ¿tenían que haber dejado de cumplir años las generaciones del boom para que Plunkett no las acusara de exprimir? Se han tirado toda la vida pagando las pensiones y todo lo demás a todos los demás, y ahora que (no porque ellos lo hayan decidido) llegan a las edades de jubilación, ¿exprimen?

Algunos estaban ahí y lo recuerdan, y algunos algo más tocados hasta guardan papeles de todo aquello: el alquiler de los pisos, los billetes de tren, la ropa, cualquier objeto de consumo básico, las mismas matrículas de la enseñanza, por supuesto los seguros médicos, cualquier cosa, elija el lector, elija Plunkett cualquier cosa, lo que se le ocurra, lo más doméstico y dado por supuesto de su vida de treintañero, y se le podrá mostrar que en cuanto los boomers llegaron a esa edad de comprarse su propia ropa, alquilar su propio piso (que no era a los dieciocho ni a los veinte, como clama la llantina de los veinteañeros semipolitizados de ahora), independizarse en cualquiera de los aspectos y facetas de la vida, todo, absolutamente todo, multiplicó sus precios por cinco, o por diez, o por veinte: sí, porque eran «muchos» y los caseros y todos los demás no iban a dejar de aprovecharse de ello. Y eso sin incluir asuntos mayores como el precio a la venta de los pisos, o de los coches, y otras cosas de calibre mayor. ¿De verdad Plunkett ha repasado la nómina de concejales y consejeros de sanidad españoles y ha comprobado que son todos boomers, cuando es raro el tipo que supera los cuarenta y cinco años? Y son esos los que están consiguiendo con su incompetencia que se monten esas enormes colas en los ambulatorios, en la atención primaria sanitaria, en las  especialidades: porque pasta, lo que se dice pasta, han seguido soltándola, siguen soltándola los boomers de cada trabajo que hacen, pero ninguno de los que están en los puestos de responsabilidad ha sabido hacer de todo ese pastón nuevos ambulatorios, por decirlo brevemente.

Está bien que se saquen estos temas. Dentro de poco veremos el End State, seguramente, en esta misma pantalla. Pero, chaval, que te has acostumbrado demasiado a tener mesa reservada porque sí en los mejores restaurantes de Londres, y eso deja un poco bizco. ¿Quién te va a pagar a ti la pensión? ¿O cuando llegues tú eso ya no lo llamarás exprimir?