15 May Los sobreentendidos, con los progres son menos
Lectura de reseña sobre programa de televisión
Hemos leído la transcripción parcial de un programa de televisión que produjo y emitió hace cosa de un mes La Sexta, titulado Encuentros inesperados, dirigido y conducido por Mamen Mendizábal. Y, como suele suceder, allí donde menos se espera salta una liebre; y en este caso esa liebre nos devuelve muy a nuestro pesar al asunto nunca suficientemente descrito y desde luego en absoluto resuelto de las presunciones culturales, también denominado por algunos la hegemonía cultural y, por otros más, como la plasta de la cultura, etcétera.
Mendizábal, experta en lo suyo, y muy, muy, muy del sector acrítico de la izquierda cultural, ha desarrollado un buen nombre precisamente en ese ambiente que, por otro lado, la moteja de «pija» (no han leído a nuestro compañero De Chamber).Entiéndase que hace ya tiempo, en casi todos los lugares, y muy intensamente en España, los movimientos de izquierda y especialmente las movidas culturales con gentes de izquierda desarrollaron apéndices según un modelo diferente al usado por los partidos políticos. Qué quiere decir esto: que es conocido que todos los partidos políticos, probablemente todos, pero con toda seguridad los de izquierda, han desarrollado casi desde el día de su fundación una cosa que pronto se autodenominaba «sector crítico» o «movimiento crítico» o similares. Que no falte la crítica. ¿Que no falte? Lejos de introducir crítica en sus entornos, esos sectores críticos han tenido siempre el destino de crear nuevos partiditos, como bolitas de mercurio que se van subdividiendo. En esta web ya hemos insinuado en más de cien ocasiones que por aquí algunos han nadado, se han zambullido e incluso han buceado en esa izquierda cultural y han podido contemplar de cerca, y hasta en contacto piel con piel, esa pretensión de hegemonía cultural que viene siendo tesis pre-, intra- y post-gramsciana desde que el tiempo es Gramsci, en lo cual no insistiremos. Incluso no habiendo estado tan ahí, cualquier observador con menos de cien dioptrías lo ha podido observar desde cualquier atalaya. Resumiendo, se trata del fenómeno ese al que las gentes perspicaces pero quizá bienintencionadas de más se refieren cuando lloriquean cosas como «¡Es que todos los de la cultura son de izquierdas!». Pues sí, tienen razón. Podríamos ajustar finamente la cosa y acabar poniendo cifras y nos saldría algo como un 94% de las gentes que trabajan en «cosas de la cultura» se dicen de izquierdas, así que dejemos algo como ese 6% fuera de la clasificación; algunos de ese 6% se dicen o se dicen de derechas, otros lo son, y otros más ni se dicen ni se dejan de decir.
Lo trágico de esto es, como tantas veces hemos comentado, lo de los supuestos sobreentendidos y las presunciones, que son, tanto las positivas como las negativas, casi siempre inmerecidas. Si eres trombonista de la Orquesta Nacional y te invita Mendizábal a su programa, te pedirá que hagas pedorretas con el instrumento y que las sueltes a la vista de las fotos de famosos: Trump (pedorreta en Do), Merkel (en Fa) y Ayuso: aquí, glups, el trombonista cae en la cuenta (lo de un directo en la tele es que agobia un poco a los no expertos, y están aturdidos, y tardan un poco en coscarse) del juego que están haciendo con él, y frena, y se aturde un poco buscando el modo de preguntar a la presentadora que de qué va esto, que no quiere decir sus ideas políticas en la tele, que a él le han invitado por el concierto de trombón que va a dar, ascendiendo a solista, y que… Pero la presentadora, que cree y, por lo que a ella respecta no cree sino que sabe, que está siempre entre colegas, o por lo menos colegas de hegemonía, insiste y pone más sonrisa de sobreentendido, porque de entrada su mollera no acepta que puede que no, y aprieta el tornillo un poco más.
Pero en estas llegó Mario Vaquerizo. Que tanto a él como a su pareja vital y a menudo del espectáculo Alaska se les ha dado siempre en tres cojones, por decirlo en pacense de Almendralejo, su «encuadramiento» político, y lo que pensaran o dijeran de ellos, y los desdenes y desprecios que otros señalados por los escenarios y los focos les han propinado. Es que les importa un pimiento todo lo de ese frente de esa guerra idiota, y da gusto verlo. Es muy de temer, por otro lado, que en caso de que a base de «hegemonía cultural» (ya que no de urnas) llegara a triunfar un golpe de estado de los fascistas españoles de izquierdas, ambos, Vaquerizo y Alaska, estarían en la primera lista de depurables: porque se han reído de todos aquellos de los que les apetecía reírse, entre los cuales hay varios de los que sin duda formarían el nuevo comité de salud pública, o nombre parecido que le pondrían, los siempre sedientos de reproducir glorias y heroicidades que en su día no pudieron mostrar ni ganar. Así que Mendizábal puso un clip de una exministra derrapando eclesiásticamente (es que lo hacía como ministra, no como ciudadana), fotos eclesiásticas y cosas en general eclesiásticas. Pero Vaquerizo no es trombonista: lleva cuarenta años en escenarios (y algunos escenarios, por así decirlo, de sílex), y ha tenido el cuajo de presentarse con sus socios y bajo el nombre de Las Nancys Rubias a animar con canciones las noches de verano en pueblos en los que todo lo que no fuera retorcerle a mano el pescuezo a una cabra era considerado afeminado. Sal tú ahí y toréame esas giras, so lista, a ver cuánto dejas como restos mortales. Y más o menos así reaccionó Vaquerizo: oye, Mamen, te veo muy sesgada (más o menos dijo); y luego: te veo muy polarizada, La Sexta toda está muy polarizada (ídem). Porque él no estaba invitado para hablar ni mal ni bien de la Iglesia, sino para entretenimiento ligero, cosas del mundo del espectáculo, asuntos de ese tono. Mendizábal estaba recibiendo un corte de vainilla (que decían los niños hace mucho tiempo) en su propio cortijo, y eso no podía ser, así que recontraatacó: bueno, Vaquerizo, pero, ¿y los abusos de eclesiásticos a menores? Y Vaquerizo contestó como le dio la gana: ¿no bastaría con eso? Se entiende que no los defendió, pero «no opinó lo que hay que opinar», sino que fue menos esquemático. Y, en estas cosas, no ser esquemático es ser el enemigo, como ya sabemos.
Van ganando, evidentemente. Y lo que da más pena es que van ganando sin saberlo, y sin desearlo (más que una minoría muy selecta). Llevan ganando por lo menos seis o siete décadas, y en algunos sectores quizá más: en un reciente programa concurso cultural de televisión (en horario infantil) un concursante coruñés de unos 22 o 23 años narraba que había vuelto poco tiempo antes de una estancia dos años haciendo un máster en Estados Unidos, becado por… (dudó) un empresario de mi zona, unas becas que… (dudó), sí, que da el principal empresario… Le cortó el presentador (que juega mucho inclinando la campo de fútbol -dialéctico, se entiende- hacia la portería menos progre): Ah, espera un momento: ¿ESE empresario? ¿ESE? y el joven becado, viéndose de pronto en terreno amigo remachó con un gesto y un tono entre la sorna, el desprecio y desde luego levantando salpicaduras festivas de ese mar de sobreentendidos del que hablamos: sí, ESE (del que hay que hablar mal desde que regaló aceleradores de neutrones a la sanidad española por varios miles de millones de euros, claro).
Sí, ESE, ese despreciable ser que te había pagado la beca de dos años para hacer un máster en Estados Unidos.
Eso de «de bien nacidos es ser agradecidos» no merece ni ser citado, entre otras cosas porque no lo entendería. Pero es que van ganando: YO digo de quién hay que hablar con guasita, o con desprecio, o con ya nos entendemos tú y yo… aunque hayas estudiado a su costa.
Eso es que van ganando.