01 Mar Me voy a meter yo solito en la lista negra, dijo Juan Carlos
Vaya por delante nuestro juramento solemne de que en la siguiente quincena volvemos a los libros; que tenemos ocho o diez leídos, pensados y con el comentario casi hecho para regalaros, pero que es que se nos cruzan actualidades que son insanas. Y que de tan insanas resulta que si no nos las quitamos de encima se nos van a pudrir y se nos van a gangrenar.
A ver: ¿qué hemos leído esta vez en el mundo efímero que nos ha hecho apartar otra quincena más los comentarios de los preciosos libros de Pietro Citati o de Mogens H. Hansen? Pues varias cosas que se han reunido todas en una información de hace exactamente un mes: que el bufete de abogados que lleva las cosas de Juan Carlos I ha cobrado a este 890.000 libras y pico, o sea un millón de euros, por su defensa en las cosas de Corinna en los tribunales de Londres. Como decían en la película 10: ¡y todo esto por un maldito polvo!
Habrá que recapitular. Si eres una figura no sólo nacional sino internacional, ¿qué es lo peor que te puede pasar? Que te agrupen con Milosevic, con Idi Amín, con Orban, con Ortega, con… Resumiendo: que te metan en la lista negra. Es que esos tipos (bueno, los que quedan vivos) no pueden ir ya a lugar alguno salvo a esos dos o tres refugios que hay en el mundo que ellos mismos han construido: una espléndida playa helada con espléndidos chiringuitos en Corea del Norte, una aldea palúdica que no podrás fotografiar con tu cámara requisada en la aduana nicaragüense, sitios así. Pero de lo demás olvídate. Bueno, esteee, que ya he acabado esa guerra que, chico, yo no sé qué me pasó, pero que me dio por liarme, pero ahora ya está, ya la he parado, me he dado cuenta de que la verdad es que me pasé varios pueblos, pero en fin, que ya estoy de vuelta, amigos, ¿alguno que me invite a las residencias oficiales con playa privada y sala de cine propia? ¿No? ¿Ninguno levanta la mano?
Tenemos ante las narices dos casos casi inexplicables de voluntariado. Y ambos vienen de universos lejanos, lejanísimos el uno del otro, y hasta contradictorios e incompatibles. El primero es, evidentemente, Putin.
A Putin le pusieron a huevo reconstruir su vida después de ser el sórdido agente de segunda del KGB en Dresde, oficina y ciudad en la que llegó a apuntar con su pistola a las gentes que, una vez caída la RDA, quería ver qué habían archivado sobre ellos los agentes policiales felones y los espías opresores. Después lo encontramos de concejal y cosas parecidas en San Petersburgo. Parece que su carrera va haciéndose congruente con su pinteja de burócrata eslavo con anemia. Pero ese mundo, al parecer, no le es suficiente, y con la clásica mezcla de ambicioncita algo oculta pero no del todo y azares casi dignos de la Iliada, el tipo llega a donde llega, con trile súbito cuando las borracheras, estas sí, homéricas, de Yeltsin. Y ahí lo tenemos, más o menos elegido democráticamente al principio, más o menos tolerable para los estándares europeos aunque con peros y con aunques, pero en fin, más vale ceder un poco en esto a cambio de que el gigante esta vez no chino sino ruso no despierte, y todos aquellos trágalas que hubo que ir poniendo en práctica. Anda, Litvinenko; anda, Politkóvskaya; anda, ese otro; anda, los ingleses de esa ciudad… Y aquí el misterio: ¿cómo consiguió Vladimir que no le metieran en la lista negra mundial con la invasión de Crimea de hace ya nueve años? Ah, las cosas esas del gas y del petróleo y su convoluto petrodolárico cuasiárabe, ya comprendemos.
Así que mira, chaval: suficiente se te ha perdonado hasta ahora, y suficiente has caminado por el borde del tejado, y déjalo ya. Que la suerte se le agota incluso al inquilino del kremlin, ¿no lo ves? No, no lo vio, y de cabeza: pues miren, oigan, que me parece a mí que me voy a tirar de cabeza a lista negra esa, que es que me ha dado por ahí, que me apetece, qué sé yo.
Y de cabeza a la lista negra. Así, como queriendo. Y, desde luego, habiendo podido evitarlo sin esfuerzo alguno, como ya lo estaba evitando a pesar de sus muchos boletos para la rifa.
Y el universo opuesto: a Juan Carlos I le pusieron a huevo pasar a la historia como el mejor rey de la historia de España y puede que hasta de parte del extranjero. Y el caso es que estaba camino de ser proclamado tal, y casi lo fue en varias ocasiones, como cuando le dieron el premio Carlomagno y alguna otra cosa que no es que simplemente sean de prestigio, sino que las gentes de prestigio aspiran a ellas. ¿Qué tío en nuestra historia (bueno, y casi en todas las demás de los demás países) recibe lo que él recibió y tal como él lo recibió, y en año y medio ha montado una democracia occidental modélica y funcionando, y con todo lo que él tuvo en contra? ¡Si es que casi es como para que hubiera abdicado a los ocho o diez años y dejarlo ahí, y retirarse en la cima, como quien dice, y haber dejado para siempre el modelo y el recuerdo del rey perfecto! ¡Qué entierro y qué funerales podríamos haber celebrado por primera vez en España verdaderamente sentidos y agradecidos al que desde la más alta posición de poder nos trajo a todos la libertad con la que casi ni nos atrevíamos a soñar! ¿Y qué nos importan ni nos han importado jamás a los de aquí si un rey o una reina un presidente o presidenta o un ministro o ministra tienen amantes y líos y lo que les dé la gana? Allá ellos, hemos dicho siempre, y probablemente hemos dicho bien. ¿Su amante o mantener a su amante han condicionado o mermado nuestras libertades o nuestra prosperidad? ¿No? ¡Pues allá cada cual! Y lo podía haber dejado ahí. ¡Lo podía haber dejado ahí! Pero no lo dejó ahí.
Qué oportunidad perdida, y qué difícil nos lo ha dejado. Ahora, ¿qué hacemos? Dentro de no mucho habrá que enterrarlo: ¿lo enterramos en gloria y honor o lo ignoramos como a su abuelo?
Qué manera tan idiota de meterse uno mismo en la lista negra: y desde qué situación tan diferente, tan opuesta a la del asno Putin. Juan Carlos I lo tenía todo para pasar a la historia como el mejor, y para que su nombre se usara como antonomasia de lo inesperablemente bueno: pues dicen los médicos que mi tía ha tenido un Juan Carlos I y que le ha remitido el cáncer. En mitad del huracán sucedió un Juan Carlos I y súbitamente la tormenta se disolvió. Y así. ¡Pero tuvo que cagarla!
Y ahora leemos lo de su facturita de abogados, coincidiendo con lo de que se va a Emiratos por aquello de la fiscalidad paradisiaca. ¿Por qué ensuciar todavía más su memoria? ¿Es que ninguno de sus miserables amigos pijos le ha hecho entender que los españoles estábamos necesitados de una figura como la que hubiera podido llegar a ser él, que nos reuniera a todos en su despedida y nos hiciera sentir a través de esa unión que éramos una misma sociedad y no lo que dicen los políticos?
Y ahora tendremos que decidir, en el tiempo que le quede, que tampoco van a ser décadas, si nos quedamos con lo que hizo como rey político y olvidamos lo que ha hecho como rey privado, o si lo segundo nos enturbia lo primero. Elijamos lo que elijamos, será injusto. Menudo marrón nos has dejado, Juan Carlos.