01 Jul Montalbano
Montalbano
Los 25 títulos enteros y completos que nos hemos leído del comisario Montalbano que hay en español, de los 28 (parece que hay uno más, entonces 29) originales, oiga. Claro que no de una sentada. Empezamos ya hace años, claro, pero hemos acabado recientemente, y además lo hemos hecho varios, y de ahí esta conversación que se nos ha despertado. Conversación que lo primero a lo que nos ha llevado ha sido a regodearnos muy prolongadamente en el airecillo doméstico y agradable que tiene toda la obra montalbanesca. Ya podemos estar en medio del más horrendo delito con muerte y sangre, que unos chanquetes fritos al llegar a casa, bien guardados en la nevera por la cocinera, nos van a devolver el gusto por la vida y la calma y la respiración. Llega a haber en un episodio temprano unas sardinas rellenas de anchoas. Una nueva especialidad de ser bestia.
Aunque es interesante que lo que ha conseguido Camilleri con este personaje es, como quien no quiere la cosa, cambiarnos los reflejos, o quizá más directamente zumbarle al estereotipo que aun los más antiestereotipos no han conseguido despegar de su escritura. Resulta que el comisario (y además siciliano) de los más truculentos casos de homicidios y chantajes ni es alcohólico, ni es cínico, ni es un desperado ni es un delincuente. Todo lo contrario: es un tipo que hasta podría haber inspirado esos personajes de comedias cinematográficas europeas recientes del estilo de Bienvenidos al Norte o su versión italiana Bienvenidos al Sur y otras parecidas: un buenazo pero sagaz, algo tripero pero sin exagerar, futbolero cuando hay que serlo pero no siempre, educado en el trato a sus iguales y a sus subordinados, algo chungón con los superiores rimbombantes a los que toma el pelo suavemente imitándoles la retórica sin que ellos se den cuenta de la burla, y al final amigo como el que más de una buena película en la tele mientras cena en su casa. Y encima le da por tener una novia que vive casi lo más lejos posible de Sicilia, allá por Génova, a la que parece que es o por lo menos quiere ser completamente fiel, y que suele pillarle en sus visitas sorpresa atándole un zapato a una testigo cañón o recibiendo el abrazo insinuante de una veinteañera culpable que se lo quiere camelar sin que él sepa descifrarlo, o despidiendo con un abrazo equívoco a su colaboradora sueca.
Además, la Sicilia en la que nos movemos con Montalbano está también muy fuera de la «Sicilia norteamericana» que parece obligado acatar, y que lo cierto es que tiene poco que ver con la realidad, igual que tenía poco que ver con la realidad la España que pintaban desde fuera como toda ella un olivar con un partisano con boina detrás de cada olivo, por supuesto con patillas y naranjero, a los que acababan etiquetando expresamente como «luchadores por la libertad vasca» (sin ir más lejos, y exactamente así, la serie McGyver, entre otras). La Sicilia verdadera es muy parecida a la que vemos en los Montalbanos, y sólo aquel suceso concretísimo o ese crimen momentáneo la relacionan con los tópicos corleonescos, y tampoco mucho. La vida en la Sicilia real, el día a día, y retratada en estas novelas, es la de un país que vive y trabaja bajo el mismo sol que todos los demás (o quizá un poco más de sol en su caso), y que tiene los mismos problemas que todos pero quizá alguna alegría más que la mayoría; con un clásicamente mediterráneo gusto por los placeres sin lujo, de los que las cenas del comisario con su novia o sus amigotes en la terraza de su casa son recuerdo regular, y no digamos los platos que prepara esa fantasmal cocinera que parece inspirada por el dios de la cocina porque cada noche hay algo nuevo e inédito en la nevera esperando al esforzado funcionario tras una jornada de aguantar macarras, políticos a cual más vacuo, burócratas adocenados, y muchas veces a sus propios compañeros, ese que no sabe cerrar una puerta sin dar un portazo volcánico, ese otro que sigue después de treinta años sin saber poner un fax, pero todos leales y buenos tíos, aunque cansados de sobrellevar.
Tienen intriga policiaca estas novelas, y algunas muy buenas intrigas, pero nos parece que tienen sobre todo la intención de mostrar que esos casos delictivos se dan entre nosotros a veces como accidente, en otras ocasiones como consecuencia de problemas que arrastramos, pero que no consiguen cargarse lo que somos, lo que es el comisario Montalbano, que a lo mejor nos representa a todos: el impulso de encontrar la parte buena, el placer, el disfrute de las cosas y sobre todo de la amistad, la fuerza inexplicable del seguir adelante sin grandes metafísicas ni graves teorías ni sesudas explicaciones, sino, sencillamente, porque pasado mañana viene de visita la novia del norte y como sea tengo que haber conseguido que la casa esté limpia, porque si no menuda bronca me va a caer.
Y mientras lo pensamos y planificamos la limpieza, y se nos cruza una intuición sobre el secuestro ese pendiente del farmacéutico que ya veremos luego si la anotamos o no, saboreamos los pulpitos a la parrilla que nos hemos encontrado al volver a casa: Camilleri, viejo comunista y sin embargo divertido y amable, se saca a sí mismo de la legión de escritores ideólogos y nos muestra simplemente sus puntos de vista con referencias tan claras y manejables como esas. Quizá su primera admiración por Vázquez Montalbán disparó algo, al mismo tiempo que despertaba su finura crítica: el barcelonés suspendía sus novelas (resultan más pesadas tras todos estos años, por esa causa) para darse a discursos muy «de comité central» sobre las intenciones de los empresarios o sobre la pasividad de las burguesías «y sus políticas», insistiendo en el sintagma «realmente existente» y expresiones parecidas. Camilleri, se ve en su obra, en sus entrevistas y en un documental que anda por ahí, se diría que más simpático y más libre de peso y de imagen, se deja de rollos y, materialista como es, nos invita a disfrutar de la vida por lo que hay en la vida (pulpitos, pimientos rellenos, un chapuzón en Taormina, amigos) y, con eso, que sepamos que ya tenemos para tirar medio bien otro día.
Su fallecimiento es tan reciente que todavía no podemos hacernos una idea de lo que quedará de él, y casi estamos esperando el siguiente Montalbano. Por ahora, nos vale con sus risas y su buen humor y su comisario, que nos parece que somos un poco todos.