Nos repetimos porque se repiten: ¡Que no somos idiotas!

A lo mejor es uno de esos asuntos en los que hay que ser tenaz y plasta: nos toman por tontos, así que cada vez que nos tomen por tontos les diremos que no somos tontos.

Pero ¿quién les ha dicho que su misión en este mundo es catequizarnos? ¿O siquiera enseñarnos fundamentos de moral? Incluso cuesta concederles, visto el nivelillo y la amplitud, que tengan «misión» alguna, por decirlo con esa jerigonza de telefilm protestante; pero, puestos a comprender, rebajado todo lo que haya que rebajar ese concepto, llegaríamos a aceptar que tienen una tarea, que bueno, que sí tienen encargado un trabajo: pero este no es otro, ni tiene por qué ser otro que el limitarse a ser diputado, o sea legislador, o entrenador de diputados con forma de secretario de partido político, y cosas de ese estilo. Diputados y políticos que venís al mundo: ¿por qué no os calláis de una vez, dejáis de dar lecciones, y os dedicáis a los que se os ha pedido que os dediquéis?

Es como si les resultara imposible. Como si lo que se estuviera poniendo de manifiesto con su conducta fuera que en realidad se han metido a políticos porque lo que tienen, previamente, es una insuperable sensación de eso, de superioridad. Ellos entienden cosas que los demás no entendemos. Ellos están en un mundo, el de mañana, que nosotros no acertamos ni a conjeturar. Por supuesto, ellos se mueven según unos parámetros de perfección moral, de progreso moral, de bondad, que los que no somos ellos ni adivinamos, ni suponemos, ni imaginamos. Y por eso nos tienen que dar con esta frecuencia esas leccioncitas que, oh, cada vez que recibimos, renuevan nuestra confianza en que ellos, sí, ellos, están entre nosotros para conducirnos a un mundo mejor, que es el dibujado por ellos.

La verdad es que con comentarios como el que se espeta en ese tuit por parte del diputado Rufián, que no es más que un modelo muy acabado de mil y un comunicados que hacen a menudo él mismo y muchos de sus colegas, lo difícil es poner en orden las respuestas que surgen casi automáticas.

Primero, una persona que habla con ese argotito es un idiota. Se parece al caso de todos esos compañeros de oficina, o vecinos en el estadio de fútbol, o vecinos en la comunidad de vecinos, o donde sea: siempre hay uno por ahí que recurre a si algo está en la ley o no, si algo es legal o no; incluyendo el caso de apagar el portero electrónico a cierta hora digamos de la cena, con lo cual los estudiantes de la casa que o vienen de sus gimnasios o de sus academias, o vienen de su ocio o de lo que les dé la gana, se quedan entorpecidos en la entrada a su propia casa: pero el vecino, ese vecino, se pondrá muy solemne y preguntará si alguien conoce una ley que le impida apagar ese artefacto para bien de la comunidad, ahorrando un probable gasto en electricidad (y además saltará otro vecino, seguro-seguro, añadiendo: «y además es poco solidario»).

Segundo, se muestra en el sermoncillo que dime de qué presumes y te diré de qué careces. Para algunas personas, para muchas, y en España en particular para muchísimas (y muchas más que en la mayoría de países) una relación entre dos hombres como la comentada en ese tuit es tan normal y tan de su vida cotidiana que ni repara en que eso se tenga que comentar. A ver si va a resultar que tanto comentario y tanto sermón es cosa más bien de los recién llegados a estas realidades, que quieren impostar naturalidad y veteranía.

Tercero: nos toman por idiotas, y eso es una hartura. Se parece al fenómeno socio-politológico comentado en esta web por otros compañeros en más de una ocasión: ese que se puede formular como la confusión entre no tenerlo todo y no tener nada. Ese que lleva a tantos (siempre recién llegados, en este caso es muy visible) a rugir, ante la existencia de imperfecciones o de problemas, que «esto no es una democracia»; está claro que es porque en sus cabezas (que en ese momento se pone de manifiesto que se han dado poco a la reflexión) esa «democracia» de la que hablan no es un régimen político ni lo que es en realidad, sino una construcción utópica e idílica, que en política, naturalmente, no tiene nada que hacer salvo incordiar. Con estos asuntos de catequesis moralejística lo que sucede es que parece que del hecho de que existan algunos brutos e ineducados estos genios de políticos sacan la conclusión de que todos los que no somos ellos somos brutos e ineducados. Y entonces tienen que estar todo el día derramando su sabiduría y su consejo y su directriz, porque adónde íbamos a llegar si no. Pues claro que hay borricos y trogloditas. Pues claro que hay tres o cuatro fulanos que al ver pasar a un travestí la emprenden a golpes con él. ¿Alguien en sus cabales puede apoyar que a partir de ese suceso las noticias que lo comunican se titulen «En España se apalea a los travestís», como hacen estos?

No hay forma de suponer cómo se atreven a dirigirse así a nosotros.