01 Jun Periodismo científico-acrítico o periodismo científico-informado
Leemos con enorme interés una especie de última hora que sale en los diarios generales a finales de abril: resulta que se ha concluido que el chimpancé consigue mejores puestos de poder cuanto más chulo y más agresivo es. Pero es que eso se parece mucho a descubrir que el cielo es azul, y ahí hay algo que nos interesa, claro.
Hay dos cosas que nos intrigan ahí. Y una de ellas, a continuación, está compuesta de otras cuantas más. La primera es que eso sea una sorpresa para los grupos de científicos de la universidad norteamericana que así lo ha concluido. Esto sale de la observación durante casi treinta años del chimpancé Frodo, al que le puso el nombre nada menos que Jane Goodall. Frodo empezó a hacer carrera cuando chavalín con sus travesuras, travesuras que pronto se convirtieron en desplantes. Las contestaciones chulitas a sus cuidadores se extendieron, por supuesto, a sus iguales chimpancés; y de eso se pasó a bromas pesadas, y de estas a berrinches, broncas y robos y golpes. De modo que Frodo se labró una reputación, digamos, que fue operativa muy pronto, y que a la postre le ha hecho ser el jefazo de su familia (no se ponen muy de acuerdo los mismos científicos: unos dicen que tribu, otros familia u otras cosas). Al final, Frodo ha muerto de un problema renal, pero ha dejado la segunda herencia más cuantiosa de su especie: 8 hijos de diferentes madres, título sólo superado por otro chimpancé hace años. En fin, que la cosa, desde el punto de vista del estudio científico se parece bastante a una candidatura a los premios Ig-Nobel: que el más bruto se hace con el poder y con las tías, y para descubrirlo nos hemos tirado 30 años de estudios. ¿Cómo pueden presentar esto como algo sorprendente?
Ah, pero es que hay una segunda intriga: desde siempre, la por otro lado antipática Jane Goodall fue denostada y vilipendiada por los medios académicos por (como siempre) «no científica» (aquí la ciencia la hacemos sólo nosotros en los laboratorios, claro), antropomorfizante (sic) y superchera: principalmente porque propuso desde el principio, tras unos cuantos años de observación sobre el terreno, que los chimpancés (y los gorilas) tenían algo que llamó «personalidades» individuales. Esto es diferente a lo que ahora han hecho los de Harvard: es que cuando lo dijo Goodall eso se consideraba una herejía; vamos: que a ella la consideraron una hereje. Qué tontería es esa de que los animales tienen personalidad, todo el mundo sabe que no obedecen más que a los instintos, que son, además, iguales en todos los individuos de una misma especie. Y ella: pues yo he visto que… Y los de la Academia: ni visto ni leches. Esto es ciencia, y lo tuyo es… A ver, un momento, ¿qué es lo que hace esta señora, García, dígame?
Y lo que ha pasado ahora es que con estas cosas de Frodo (el chimpancé, que en paz descanse) parece que los de bata ya se han convencido de que tampoco era tanta locura eso que sabe cualquiera sólo con un año de haber convivido con un perro. Los de bata a menudo tienen la mollera dura como el granito. Ya se sabe que los biólogos, salvo unos pocos, empiezan queriendo ser de bata y casi todos, a los pocos años, acaban queriendo ser de bota: que los laboratorios y las ecuaciones pueden estar muy bien para cierta etapa de la vida, pero que luego hay tanto fallo, tanta excepción, tanta varianza y tanta desviación, que a menudo ahí no hay quien se aclare, pero que en una buena observación de etología sobre el terreno, o no digamos en un buen recorrido botánico, se conocen cosas tal cual son, sin tener que empezar por plantearse la minimización de la intervención distorsionante observacional (más allá de que las leonas no te huelan y decidan que les vienes bien como guarnición de la cebra) y etcétera. Y así se sabe y se descubre que los chimpancés tienen personalidad mucho antes que tras cuatro mil trece observaciones de laboratorio. A veces se nos olvida que no sólo es ciencia la estadística.
Por aquí va lo que nos ha interesado e intrigado de esta lectura del largo artículo, que hemos dicho que se subdividía así: a) con qué soltura las cátedras sueltan los autodesmentidos, así, sin pagar impuestos pero sin mirar hacia los campos de cadáveres que han ido dejando atrás por causas que ahora son ellos mismos los que abanderan (ay de la condena que puede caerle ahora al que diga que «los chimpancés no tienen personalidad»); b) la fragilidad o volatilidad o quizá labilidad con la que la mayor parte del periodismo científico se presenta ante los lectores o, dicho de otro modo, la impresión que da tan frecuentemente de que sus profesionales lo son de la sección de sucesos, o de sociedad, o de economía, a los que provisionalmente han encargado, y a regañadientes (de ambos: del jefe y de ellos) que redacten esto de los chimpancés, o aquello de los neutrinos, o eso del ozono. Los grandes maestros del periodismo científico, alguno por desgracia recientemente fallecido, parecen ser ignorados (como tantas otras cosas) en los tiempos del tuit y del tiktok y de esas cosas.
Pero es que con esto pasa mucho lo mismo que pasa con la enseñanza, con las pelis negras, con el cuerpo: si te pones a contarlo (a enseñar, a mostrar crímenes, a hablar de tu fractura de tibia), ¿por qué justo desde el comienzo ya no lo cuentas sino que lo evitas y lo rodeas con eufemismos y paráfrasis y perífrasis? Lo comentaba hace poco un compañero veedor: si te metes a hacer cine de crímenes no vale que eludas las mantecas que ha sacado a la luz el sacamantecas: si te molestan las mantecas, haz Mujercitas, porque si no, ¿para qué haces lo que no quieres hacer?
¿Por qué la información científica es tan a menudo elusiva? ¿O no es elusiva, sino, simplemente, esquemática? ¿O no es esquemática, sino, simplemente, acrítica, y se traga y traslada a capón lo que diga cualquier tío o grupo o paper más o menos interesados e inconfesos? A lo mejor no era cosa de que se hubiera presentado esta especie de información sobre las conclusiones harvardianas sobre la personalidad de los chimpancés tan tranquilamente, sino puede que hubiera sido mejor ser un poco más científicos, es decir, como mínimo, críticos, y alejarse un par de pasos, y señalar que, a estas alturas, llegar a esa conclusión Goodalliana de hace 30 o 35 años, y común y doméstica desde que hay animales domésticos, es como poco de plastas académicos aburridos medio burriciegos.
No tenemos que descartar que la cosa del periodismo científico se arregle y vuelva a su anterior cauce.