01 Abr Peter Brown: El mundo de la Antigüedad tardía
Peter Brown: El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma. Clásicos radicales. Taurus, 2021. Traducción de Antonio Piñero.
Cuando se hojea este libro, ya desde el primer vistazo, sabe uno que se va a tirar algunas horas de placer y de aprendizaje. Hay conocimientos, hay contenidos, hay datos e historia, y hay historias. Además hay una edición peculiar, que en tiempos recientes se va imponiendo para cierto tipo de géneros o modalidades: las tapas son de cartulinilla y el diseño es muy sencillo, casi elemental (no por eso sería forzosamente más barato, desde luego, pero en este caso salta a la vista que sí); pero el papel marfileño de 70 gramos y sobre todo la cantidad de ilustraciones informan, sin dejar lugar a la duda, de que se trata de una edición cuidada, cultivada, muy trabajada y muy querida de los editores. Hay prácticamente una página de ilustraciones, y muy bien elegidas, cada tres de texto. Y eso no se hace con desgana.
El título ya informa suficientemente, sin enigmas ni metáforas, del contenido. Lo que no incluye es lo que el texto va a ir iluminando progresivamente: que quizá se ha narrado hasta ahora ese segmento de la historia europea no con la precisión o con la perspicacia que hubiera sido necesaria. La famosa división germánica, por decirlo de algún modo, de los periodos de la historia ha sido algo que, curiosamente, los profesionales de la investigación histórica nunca han terminado de aceptar, o han tratado de un modo muy provisional y meramente instrumental, pero en general en desacuerdo con esa cuadriculación; y sin embargo no hay ya quien extraiga de las cabezas de los aficionados, del público en general y también de los profesionales esa división tan ortopédica y tan germanocéntrica (lo cual incluye la italolatría invencible en la que todos nos hemos educado cuando se habla de Renacimiento, por ejemplo). ¿La Edad Antigua? Hasta el 451, dicen algunos, mientras que otros se enfadan mucho y corrigen: no, hasta el 472. ¿La Edad Media, pues? Desde entonces hasta 1453, dicen unos, mientras otros replican: no, hasta 1492; y unos terceros irrumpen: la imprenta, la invención de la imprenta. Y así sin límite; y todo porque a aquel insigne cuadriculador le dio por cuadricular y, lo que sí que es enigmático, todos aceptaron esa cuadrícula, a pesar de que la mayoría tenía ante sus ojos los hechos crudos que la contradecían.
Pero en esto llegó Peter Brown. Mucho tiempo antes de este libro, desde luego, pero al final lo vemos todo reunido en este libro. Para empezar, a los aficionados a la historia antigua les gustará el invento, porque han sentido desde siempre que hacía falta: eso de «Antigüedad tardía» no aspira, por lo que en el libro se afirma (y parece que en la larga vida de conferenciante del autor igual), a añadir un nuevo cuadradito en la red de la historia escolar, sino, precisamente, a romper dentro de lo posible esa noción que, incluso a los más doctos, les tienta desde que fueron marcados con el hierro de la ganadería de las asignaturas bachilleriles de historia, tan germanizantes. No señor: Antigüedad tardía, muy bien, claro que sí. Es en cierto modo una pena que algo así tenga alrededores y ondas de choque casi de revolución, pero mejor romper esa verja que retenía nociones que todos sentíamos y pensábamos pero no circulaban. ¿Acaso, como en aquella ridícula película, hubo alguien en el 452 por la tarde, o en el 471 por la noche, que se dirigiera a los demás diciendo algo como «nosotros, los caballeros de la Edad Media»?
Más bien hubo la continuidad y el fluir que es inevitable en la rotación y la traslación de todos los seres, incluidos los humanos, que habitan sobre la corteza terrestre. A menudo ha dado la impresión de que había como un empeño en dibujar los tiempos históricos sobre las manías o las histerias de los actuales: pero nadie puede creerse que los ciudadanos de la Hispalis tardía se dieran por «cambiados de era» en cuanto unos «bárbaros» acabaron con un Rómulo Augústulo del que probablemente sabían poco más que el nombre, como hoy sí hemos reaccionado tan al instante ante la invasión de Ucrania por el torpe ruso, a base de móviles, de instagrams, de whatsapps y todo eso. Ni en lo formal e institucional, ni en lo personal y emotivo, por supuesto, las cosas sucedían con la puntualidad y la precisión tajantes de hoy, ni por supuesto tenían, a los ojos de las personas, los mismos significados que hoy les damos.
Peter Brown se centra en sus mojones favoritos, los que le marcan el camino para comprender aquellos siglos que parecen de pronto mal estudiados en cuanto este libro suyo se lee con la suficiente reflexión. Todos tenemos la experiencia de leer o de pensar los años que van del 250 al 700 muy en función de lo que se abandonaba a la decadencia, heredado de lo anterior, y, lo que es peor, lo que prepara o adelanta lo que va a venir, es decir, los tópicos «decadencia del Imperio Romano» a un lado, y «la islamización del Mediterráneo», al otro, que es como habitualmente la cuadrícula ha invitado a comprender ese tiempo.
¿Ese tiempo? ¿Se puede decir así, en singular, como si esos 500 años fueran «un solo» tiempo? Hoy está bastante difundida la tesis de que esa «decadencia» no fue exactamente tal, por más que el libro de Gibbon siga siendo una lectura deliciosa. Más bien, el Imperio fue transformándose y en enorme proporción fue invadiendo a sus invasores, y ahí se continuó a sí mismo. El cristianismo cambió muchas cosas, desde luego, pero a su vez fue moldeado por la sociedad, y de hecho por las varias sociedades sobre las cuales prosperó. Esta es quizá la tesis central, o una de las centrales, de este libro entretenido y densísimo: «Con anterioridad, el mundo clásico había tendido a pensar su religión en términos de cosas«, y este nuevo cristianismo proponía pensarla en términos de «hombres». Para empezar, había que pensar en el quizá sobrehumano Yeshua (y, de ese pensar, la historia de las herejías y sus masacres adjuntas) central de los ritos, y había mucho que pensar sobre los que se acercaban a él imitando su modelo, sobre los que adoraban a los que se acercaban a él… Y, en conjunto, el cambio ético que proponía la adopción de conductas admirables en la vida y no sólo en esos ritos, por ejemplo, con los monjes a la cabeza como elementos de pura y enérgica «propaganda por el hecho».
Fluidez, cambio, zonas intermedias: y menos cortes tajantes, nada de revoluciones, ninguna muerte súbita cultural.
Brown nos retrata la muy frecuente escena de los ciudadanos cultos del imperio, e incluso de los ciudadanos de los reinos herederos ya no imperiales sino «bárbaros» (pero nunca se insistirá demasiado en que casi tan «romanos» como los anteriores) visitando con todo respeto los templos de los dioses ya perdidos e incluso esbozando elementos de los ritos antiguos, casi como hoy el agnóstico ciudadano del occidente cristiano visita los templos cristianos levantados hace 500 y 1.000 años. Aquellos cristianos del año 300 habían visto a sus abuelos celebrar los sacrificios a los dioses antiguos, pero ellos ya no los celebraban, sino que participaban de esa religión nueva de hablar : de hablar entre ellos y de oír hablar a las autoridades, de leer sus escritos y sus cartas y, sobre todo, de adorar al Hombre o a los hombres que querían seguir al primero, y ya no a piedra alguna. Algo que fue y es muy similar a lo que hacen los actuales laicos europeos, que casi de una generación para la siguiente han abandonado las iglesias, y las han abandonado porque probablemente son personas que sirven a nuevas religiones de las que quizá todavía no se han hecho conscientes; pero no le cuesta demasiado al estudioso o al simplemente lector, como todos vemos, trazar una línea ininterrumpida desde Astarté e Isis hasta los cultos femeninos del cristianismo (dejémoslo así), y casi podemos suponer que en el futuro alguien verá que en este siglo XXI nuestra época y sus ritos y sus adoraciones giraron hacia… nosotros no sabemos qué, como aquellos caballeros que no podían saber que lo eran de esa «edad media».
Esa continuidad de las generaciones, ese fluido ininterrumpido de la cultura y del conocimiento y hasta de los sentimientos y la posición del hombre en el cosmos, es lo que atraviesa las páginas de este libro de principio a fin. Y eso a pesar de la descripción de las mil y una tropelías que unos y otros cometieron con ahínco y dedicación, en general sobre los otros o los disidentes o los antiguos. Vanas violencias, todas meras nimiedades en el conjunto de la historia y de su inclasificable discurrir.