Puristas, xenófobos, enfadados

¿Sudamérica o Suramérica? ¿Sudoeste o suroeste? ¡Qué peleas se desatan cada poco tiempo entre los partidarios de una facción y los de la contraria! Y no digamos con cosas como «el enemigo a derrotar»: eso es galicismo de la más baja estofa; se dice «el enemigo que hay que derrotar».

Y con la escritura lo mismo: Mississippi o Misisipi, e incluso Misisipí, ojo al acentito. Frankfurt o Francfort. Por no hablar de términos más recientes, acuñados en el universo tardoanglosajón actual, del estilo de streaming (oh, perdón: streaming, en cursiva), online u on line u online, y hasta Whatsapp. No olvidemos que hay quien propone, y quien ya usa como si fuera normal, alternativas como «corriente dominante» para streaming, «en línea» para online y… todavía no han propuesto que se prohíba Whatsapp en español y se sustituya por algo así como Quepasssa: porque es de su equivalente inglés de donde verdaderamente viene ese nombre de la aplicación.

Pero sucede que ellos mismos dicen «aplicación», que eso sí que es un terminacho mal traducido, del que podría a decirse a primera vista que es un falso amigo, pero con un poco más de examen se da uno cuenta de que no llega ni a falso primo segundo: application en inglés (y no lo ponemos con cursiva porque creemos que no hace falta aquí y ahora) no se traduce por «aplicación» en español, sino por «utilidad» o «utilización» o incluso, según contextos, por miembros más lejanos de la familia, como «herramienta». Pero se quedó desde el principio, gracias a la pereza lingüística de los ciberoligarcas españoles, eso de «aplicación», y vete tú a discutirlo ahora. Pues bueno, pues aplicación.

¿O no pasó algo parecido, hace unos 250 años, con las palabras «papá» y «mamá», tan francesas, e inexistentes y perfectamente sustituibles por las que hasta entonces se usaban en castellano para referirse a esos significados? Pues en realidad no fue parecido, porque fue mucho más: se trató de una importación tal cual, a lo bestia, de las palabras francesas tal como se pronunciaban. Y vaya si los puristas las usan.

Claro que los más puristas, que son unos pesados, andan como a la caza de la más mínima concesión a la economía (de la lingüística y de las otras muchas economías) en forma de adopción, a veces meditada y razonable, y a veces solamente cazurra y perezosa, de un término de otro idioma, o más o menos de otro idioma, algo deformado, para conveniencia y uso del hispanohablante. Pero hay que fijarse en que estos vigilantes de la pureza suelen acabar diciendo, y a menudo enfadados, «Es que hay que hablar comilfó», o sea comme il faut: que si eso no es francés es que esta es una web ecocatólica. Y se quedan tan anchos llamando, también, «mamá» a su señora madre. Y luego van y te dicen que tanta pelea les produce surmenage y que se van a una boutique que tiene una zona chill out a zamparse un turnedó, o sea un tournedo y unos fingers con un cheescake para acabar, tras el teriyaki. Paberse matao.

Así que quizá no habría que hacer, en general, mucho caso a los puristas de la xenofobia idiomática; pero la cosa no es tan sencilla, porque todos sentimos que hay límites. Que, en efecto, puede que no estén esos límites donde los más exagerados quisieran, pero que notamos que los hay. ¿No nos suena raro, por lo menos a los peninsulares alfabetizados, que alguien no conozca la palabra «escaparate» y se empeñe en llamar «display» a un escaparate? ¿O esas traducciones demasiado literales, del estilo de «¡Cese al fuego!» desde el inglés cease fire, en lugar de «alto el fuego», que en algunos países sobre todo centroamericanos ya son indiscutibles, y que en el fondo a veces producen cierta pena porque ponen de manifiesto que sus impulsores primeros lo que tenían era un escaso conocimiento de su propio idioma, el español? Por no hablar de las modalidades cercanas al espanglish (o spanglish) con sus carros, sacos, yacijas, rufos, y toda esa lista que parece serlo más de la compra de un circo ambulante que de un léxico doméstico. Quizá el spanglish (o espanglish) puede ser más comprendido por entorno y conveniencia, y quizá hasta pueda ser dentro de un tiempo tenido por los filólogos como una especie de dialecto híbrido; vaya usted a saber. Lo que es menos comprensible es lo que se hace en latitudes americanas mucho más al sur, sin problemas, por así decirlo, de entorno anglo, donde se tragan e incorporan términos ingleses (o más bien estadounidenses).

Dos viñetas casi contiguas del mismo tebeo: Steve Pops contra el Dr Yes. 1967. ¿Se ve o no se ve? ¿Es duda ortográfica o es alternancia aceptada? Hoy sigue la discusión.. El DRAE dice que ambas valen. Algunos no.

Pero siempre hay que tener cuidado: ¿o no decimos nosotros, sin precaución alguna, «stop» y «play» y «back up»?

Quizá es conveniente invitar a la calma. Como decían algunos eruditos académicos hace poco, si un término se asienta será porque conviene; que si no conviniera no se asentaría. Y viceversa, claro. Todos recordamos las discusiones, que se reproducen cada pocos años, sobre el término «yeyé» o «ye-ye», que se usó, se usó muchísimo, se extendió, entró en el diccionario, y se dejó de usar, y se fue y hasta se sacó del diccionario. ¿Y por el camino qué hicieron los puristas?

Además están los puristas de la ortografía, de las mayúsculas para esto sí pero para aquello no: si story es en inglés nuestra historia-historieta, y History es Historia -la ciencia, ¿por qué se enfadan tanto cuando en español, y a menudo en contextos equívocos, ponemos esa mayúscula cuando queremos hablar de la una y no de la otra, pero en español? También los hay puristas de la facción obediente, esos amigos de eliminar al estilo casi orwelliano la antigua acentuación de una palabra, recientemente corregida por la RAE, al estilo de ese clásico «guión» contra el reciente «guion», o el «sólo» contra el «solo». Diríamos, si lo dijéramos, que nunca hemos percibido el peligro de escribir esas palabras tal como se pronuncian en la península, sobre todo ese «guión» perfectamente bisílabo, y por lo tanto necesitado de tilde. Y que tampoco hay peligro de que a alguien le vaya a dar por escribir Han Sólo en lugar de Han Solo, puestos a ello, que eso sí que sería un atentado que mandaría al hospital a millones de puristas, pero puristas de otra cosa (claro que sería extraordinario que un purista de los acentos-como-la-autoridad-ordena sepa siquiera lejanamente quién es ese Han). O muchos casos de exclamaciones, interjecciones y partículas irregulares, del estilo de «Huy» contra el más moderno «Uy», y desde luego aquel antiguo «Bang» de los disparos de los tebeos, hoy, en el mundo del canon, «Pum», que también viene de antiguo, pero con su uso oral más que escrito. Aunque, si os fijáis, es raro leer en un tebeo «Bum» para una explosión (hay algunos, pero pocos), y aquí sí que parece consolidada la forma «Boom» pronunciada a la inglesa, claro, o sea «bum».

Lo que está claro es que esto, que a menudo es un lío, no deja de ser signo de que las cosas del habla también están vivas. Los idiomas no suelen aceptar que los esculpan en granito y ahí se queden. Desde su nacimiento, el castellano ha importado y exportado términos y expresiones; pero a veces parece que en esta época, tras haber sufrido una invasión a mediados del siglo pasado, de términos sobre todo ingleses, muchos se han acomodado a ello y no admiten más, ni ingleses ni de ninguna otra procedencia. Hay autores y columnistas que se empeñan en imponer su versión en general a la antigua de cierto término o cierto topónimo que hoy se ha convenido que mejor se escriba de otra forma (o se convino hace ya décadas): Tiblisi, Trapisonda, contra Tblisi y Trabzon o Trebisonda, o el muy celebrado por algunos Maastrique contra Maastrich. Estos autores siempre se manejan en el límite de no ser entendidos; a lo mejor es lo que quieren.

Contra puristas enfadados, calma y entenderse (entre nosotros; con ellos no se puede).