15 Ene The Beatles. Get Back
The Beatles. Get Back.
Ed. Planeta, 2021.
Aclaremos en primer lugar que se trata de la transcripción de los diálogos grabados en magnetófonos Nagra para la película Let It Be, que incluyen parte de los que al final se montaron en la película, pero muchísimo más material. Hay, es cierto, un par de prólogos de Peter Jackson y de Hanif Kuereishi, y un epílogo de John Harris, pero lo demás es diálogo transcrito a lo bestia, se diría que en crudo (todo, por cierto, excelentemente traducido por Eva Raventós). Y aquí, que es donde suele estar el problema en estos casos, es donde en Get Back está la mena.
El libro es una barbaridad de edición de calidad insuperable. Sus 5 kilos de peso y su tamaño mayor que folio no ayudan a manejarlo con demasiada comodidad; pero si te haces con la mesa adecuada, va a darte igual, porque para empezar te va a fascinar por su fotografía, su maquetación, la calidad de la impresión y del papel. Mucho del material que muestra, como se dice de los documentales que transcribe, es la primera vez que sale a la luz, y tratándose de quienes se trata y de lo que se trata, el asunto no hubiera merecido tratamientos más humildes ni apañaditos. En fin, que tiene casi planta y pinta de libraco de mesa de café, que se dice en inglés, pero es casi todo lo contrario; porque si sus centenares (sí) de fotografías te dejan apabullado por su calidad y su tratamiento editorial, no menos te va a seducir su texto, casi en un 100% diálogos, como decimos, directamente transcritos de las grabaciones.
Y ese transcribir prácticamente puro incluye, por supuesto, la inagotable cantidad de titubeos, dubitaciones, balbuceos y bobadas que se dan en la conversación normal, y además las superposiciones de conversaciones independientes, o las interrupciones o las interferencias de ajenos. Eso suele desanimar a presentar estas transcripciones cuando se busca una limpieza de diálogos, o quizá sin expresarlo, una condensación depurada de diálogos propia de la dramaturgia. Pero, naturalmente, aquí no hay eso. Hay lo que podríamos llamar «cinema verité» o «free cinema» o simplemente documental puro. Y resulta que, leídos con calma y de cerca, uno por uno, hasta el que esté bien informado de este final de The Beatles va a descubrir detallitos que hasta ahora no se habían difundido mucho.
Estamos en enero de 1969. Señalando las grabaciones de cada día casi como un diario, desde el 2 del mes hasta el 10, leemos y casi oímos a los cuatro músicos mientras trabajan y trabajan y trabajan sin parar, dejándose los hígados diez y doce horas diarias en los estudios Twickenham primero y Apple después, para encontrar una letra mejor o un estribillo musical mejor o un timbre más adecuado para ese puente, o una velocidad más apropiada para esa balada (que al final acaba convertida en rock and roll). Tocan y tocan y cantan y cantan, y conversan y discuten y se interpelan y se necesitan unos a otros. Además hay por ahí algunos personajes imprescindibles como George Martin, el ingeniero Glyn Jones y otros. Linda Eastman, la mujer de McCartney, fotógrafa de primera, nos va a dar más o menos un tercio de las impresionantes fotos de este libro, y el resto, magníficas también, son de Ethan A. Russell. Todos dicen algo en un momento u otro (Eastman creo que sólo un monosílabo, una vez). Algunos hablan de más. Martin y algún otro intentan templar gaitas.
Aparece por fin nada menos que Billy Preston, que va a añadir con sus teclas segmentos importantes en esos dos últimos discos del grupo. Su actitud, se diría, no puede ser más humilde. Los cuatro Beatles, en su ausencia, hablan sin tapujos de él: «Yo creo que aquí tenemos al quinto Beatle», dicen textualmente. Como casi todos los jazzeros, sabe de composición lo que no está escrito, y las caza al vuelo, y resuelve algunos problemas: yo creo que si pasas por Mi séptima se te arregla.
Nadie sabe qué discos van a hacer próximamente, ni qué va a ir en cada uno, en caso de hacerlos; ni, por supuesto, lo que está a punto de pasar. Se plantean un último concierto pero no como aquellos anteriores de hace ya tres años, sino algo extravagante, divertido, diferente a todo lo hecho. Ya conocemos que la cosa acabará en la azotea de los estudios a mediodía, con las famosas imágenes de la película Let It Be; pero ellos no lo saben, porque lo deciden prácticamente la tarde anterior, con todos los titubeos e inseguridades del mundo. Eso es el 30 de enero, cuando ya ha vuelto George Harrison.
George está terminando de componer algunas de las más espectaculares canciones de este final del grupo. Por fin se ha soltado. Se diría que quedó marcado para siempre por su condición de dos años menor, y ha sido el más tímido compositor de todos. Pero en esta temporada ha llegado a cosas como Something, lo cual bastaría para hacer que cualquiera se sintiera algo más seguro. Sin embargo, a su alrededor, y no precisamente por sus compañeros Beatles, hay menosprecio incluso explícito: ese solo de guitarra lo podría hacer Eric Clapton, dice un productor delante de George. No, ese solo lo podría hacer George Harrison, le defiende John Lennon. Lo cierto es que las cosas no parecen en los diálogos que vayan mal entre los cuatro, si se entiende que cuatro energías como esas lo mínimo que pueden hacer es discutir y replicarse e intentar superarse unas a otras. Pero, es sabido, George dice el 10 de enero: creo que voy a dejar el grupo. ¿Cuándo? ¿Este año?, le preguntan. No, ahora. ¿Cuándo ahora? ¿Este mes? No, en este momento, ahora mismo. Me voy. Y se va.
Yoko, la malvada de la película desde siempre, no es que ande por ahí: es que está fija en todas las sesiones. Paul, Ringo y George han hablado tranquilamente: bueno, hay que entender a John, está en esa fase inicial de novios (no era tan inicial). Pero aparte de no mostrarse en estas cintas tan malvada y cizañera como dice la leyenda, lo que sí es verdad es que a veces opina, a veces da un sí o un no a un cambio de acorde que propone uno de los cuatro, a una propuesta de ritmo o de compás o de modulación o de lo que sea. ¿Tú te sentarías entre esos cuatro mientras componen en colectivo y te atreverías siquiera a respirar?
Ya están componiendo, como si fueran a ser en el futuro canciones para The Beatles, partes de las que serán sus canciones en solitario de los discos próximos que va a hacer cada uno por su lado: ellos no lo saben, y de momento parece que son nuevas composiciones, otras más, que irán entrando en el repertorio del grupo. Pero algunas ya las conoceremos en esos discos por separado. Hay algo de crepuscular, naturalmente, en todo eso; pero a lo mejor es erróneo, porque no se puede decir que lo que iba a venir a continuación fuera precisamente decadente. Algunos han intentado convencer al personal de la decadencia del disco McCartney o de Ram, o de All things must pass de Harrison, pero en la actualidad está empezando a decirse en abierto que, por ejemplo, esos primeros de McCartney en solitario contienen algunas de sus mejores obras.
Poco tiempo después de la separación del grupo, Yoko ponía en la puerta a John Lennon, y este se tiraba unos añitos bebiendo; al poco de ser readmitido, aquel perturbado se lo cargaba en Nueva York. Harrison se dedicó a producir conciertos (para empezar, el de Bangla Desh) y su propia música con algunos exitazos del nivel anterior. McCartney se puso a componer y componer, lanzó su nuevo grupo, también con algunos éxitos que ya quisieran los demás, y ha seguido siendo hasta su presente ancianidad una autoridad en ese mundo. Ringo hizo algunas cosillas bonitas de blues, y mil y una colaboraciones en proyectos ajenos importantes.
All things must pass, claro, pero ellos no parece que se pusieran en la cola para su finiquito en estos meses de 1969, sino que seguían y seguían, evidentemente no iguales a los jovencitos de diez años atrás, pero sí en su dinámica de cuatro verdaderamente iluminados que además no se las daban de tales, sino que lo que querían era que ese La menor pasara más suave a ese Do menor y ahí se tiraban dos horas retorciéndose las meninges y los oídos para encontrar la mejor transición.
En el libro Get Back, Cuando George dice que se va, y se va, se produce una elipsis que nos lleva directamente a ese 29 de enero (20 días después) previo al concierto de la azotea. Ni se mencionan los días intermedios. Dicen unos aedas de la cosa que George negoció dineros con Apple; otros dicen otras cosas. Pero nos tememos que todo son conjeturas. Esa elipsis es un silencio en el libro demasiado atronador, y lo que lanza son desde luego nuevas conjeturas en la imaginación del lector. ¿Estuvo en esos 20 días el verdadero motor de la separación del grupo, anunciada apenas unos meses más tarde? ¿Qué le pasó al pacífico George, qué le venía pasando que, de pronto, hizo que tuviera esa revolera?
Vendrán nuevos homeros a completarnos las sagas y saldrán nuevos cotilleos a la luz. Pero algo hay, para empezar, en este libro que sobresale: si alguien dudaba de que a la excelencia se llega por el sudor, este libro le aclarará las ideas.