The New Cold War

(Y apenas hace cinco días el ejército ruso ha entrado en Ucrania por varios caminos, y ha desordenado el orden internacional, y ha abierto nuevas puertas de oscuridad a nuestro futuro inmediato.)

Edward Lucas es uno de los directores de The Economist y ha sido corresponsal a lo largo de 25 años en varias capitales del Este europeo, incluyendo, por supuesto, Moscú. Escribió este libro ya hace una década, y lo ha revisado en varias ocasiones. Sucede de vez en cuando que hay realidades, y además libros sobre esas realidades, que parecen no adelantarse a su tiempo, sino percibir y expresar que hay fenómenos casi permanentes, casi invariables, y que la reflexión sobre ellos cinco años arriba o abajo va a ser igualmente válida. Ahora mismo está el asunto ucraniano en plena ebullición, sí, pero ¿por qué? Hay párrafos de este libro que parecen estar escritos respondiendo directamente a esa pregunta hecha en febrero de 2022.

«Nuestro sistema no es perfecto, pero es mejor: más limpio, más justo, más amable y más tolerante que el capitalismo autoritario de amigotes ruso» (pág. 279). Con esta clara exposición de convicciones, Edward Lucas cierra su libro, con el que nos ha hecho recorrer lo que al final experimentamos como obviedades, y quizá no lo son: sucede que casi todo lo que él cuenta compendiado y ordenado lo hemos ido conociendo los no especialistas a lo largo de los años, gota a gota, en los noticiarios internacionales o en otras publicaciones, y sí, al final, casi podríamos (pero la diferencia es que él lo ha hecho y nosotros no) escribir un libro como este, porque revelar, lo que se dice revelar, no revela gran cosa acerca de la cleptocracia machota putinesca. Pero posiblemente está bien y es útil reunir todo eso y presentarlo compactadito.

Sí, Edward Lucas probablemente sabe que los demás sabemos casi todo lo que este libro narra, pero además percibe que una de las flaquezas de las democracias occidentales es, precisamente, ser tolerante con quien no parece muy conveniente serlo, si es que se tiene en mente que, entre otras cosas, debemos defender la supervivencia de estas democracias. Diagnóstico con el que nos resulta imposible no estar de acuerdo, por supuesto. Lucas es consciente de que esta tolerancia casi suicida no se ejerce sólo hacia el caso ruso, sino que aspirantes a aprovecharse de ella los hay a cientos, y casi todos desde dentro de las mismas sociedades democráticas. Todavía más: en muchas de sus reflexiones y en muchas de sus páginas, este libro parece comunicar paso a paso, con la simple exposición de hechos, que hay una catástrofe esperando a la vuelta de la esquina y el piloto de esa catástrofe va a ser Rusia, o probablemente más en concreto Vladimir Putin. Pero este se podrá llevar sólo una pequeña parte de la autoría del desastre; porque casi más que del análisis del comportamiento del presidente ruso y sus secuaces, de lo que nos habla Lucas es más bien de nosotros, los ciudadanos de occidente que estamos empezando a experimentar ese problema que suele llamarse «desensibilización»: estamos (y de nuevo es difícil no estar de acuerdo) ya muy acostumbrados a que «Russia systematically breaks the promises it makes» (pág. 275), que por cierto es una afirmación irrebatible. Y además es cierto, lo damos por hecho y no nos escandaliza, por ejemplo como nos escandalizó el fraude del contrato australiano con Francia y su traspaso por la ley de Me Da La Gana a Estados Unidos. Cada vez que «Rusia» (investigar la extensión, en el sentido lingüístico, de este sujeto también tiene su aquel) dice que no va a invadir Ucrania, ya sabemos todos que la va a invadir. Y, salvo cositas muy formales y muy limitadas, pero bien publicitadas, ¿qué hacemos? Vamos a ver en la actual crisis de 2022 cómo se desarrollan las cosas. Porque es cierto; de nuevo, más que escribiendo sobre esa «Rusia» o sobre ese Putin, Lucas escribe sobre nosotros como si con ello quedara claro todo lo que se puede decir sobre esta actual «Guerra Fría»: «When Russia bombs Georgia it should prompt the same storm of protest as would be raised if it fired a missile at Finland». Y tiene toda la razón.

Es muy posible que, paso a paso, este libro quizá sea más una llamada a la acción que un fino análisis. Porque tiene de este, pero, como se ha dicho más arriba, no hay mucho descubrimiento. Quizá algún nombre de hampón con cargo que, como mucho, nos podría servir si nos lo encontramos alguna vez por algún chiringuito playero español, digamos. Lo que de verdad tiene y esparce pólvora de esta obra es el otro análisis, el de este occidente democrático que parece a menudo no saber qué hacer, o quizá sí lo sabe, pero se siente agarrotado, o desconcertado, o temeroso… ante la reacción de parte de su ciudadanía.

Por supuesto no entra en la obra, pero lo añadimos nosotros: la reacción de cierta izquierda española, y para nada extrasistema ni revolucionaria sino partícipe nada menos que del gobierno de la nación aunque le duela, ante el envío de fuerzas militares españolas a la crisis ruso-ucraniana, es signo niquelado de lo que Edward Lucas parece por momentos desesperado por transmitir al lector: cuidado, demócrata occidental, tienes que defender la democracia si quieres que siga viva, porque en cuanto te pares esa misma democracia alberga en sí ese enemigo que habitualmente nos resulta más cómodo localizar en el exterior. Tampoco incluye la infiltración procesual catalana, pero también está entre líneas.

Insiste Lucas: el primer paso para ganar (la cursiva es nuestra pero la palabra es suya) la Nueva Guerra Fría es aceptar lo que está sucediendo. El segundo, abandonar la ingenua idea de que Occidente puede influir en la política interior rusa. Y Europa y América deben darse cuenta de que el objetivo del Kremlin es dividirlas. Y todo ello, pregunta Lucas, ¿por qué? ¿Acaso quiere Putin, ese sórdido ex-agente del KGB en Alemania Oriental, falto por completo de carisma, burócrata mientras pudo y luego puro poderoso, extender de nuevo la ideología comunista, crear una revolución mundial como la soñada hace un siglo por sus predecesores, acabar con el capitalismo? No: la fuerza de esta nueva Rusia es nuestra debilidad, dice Lucas: el dinero.  Quiere todo el dinero, todo ese con el que el occidente capitalista juega alegremente, se diría que ya de un modo consolidadamente frívolo: ¿o qué ha pasado con el gas? ¿Cómo hemos llegado, paso a paso, a depender hasta este extremo del enfado de ese Putin y no digamos del desquiciado Lukashenko bielorruso, si cada centímetro que avanzaban ellos hacia el control de la situación lo han hecho abiertamente y percibiéndolo todos?

Junto a ciertas afirmaciones que no pueden faltar en un representante de la escuela de habla inglesa, como que el capitalismo es inseparable de la sociedad libre (siempre se olvidan de Pinochet y de dictadores varios, americanos, africanos, asiáticos), que a lo mejor son el simple tópico de peaje, quizá parte de la respuesta se encuentra en ese capítulo final, cuando afirma literalmente «la seguridad nacional es un asunto de políticos, no de hombres de negocios».

Pues es muy posible que acierte; pero… ¿los políticos actuales? Desgraciadamente,ya lo estamos viendo.