Un enojoso suceso de vampirismo pseudocientífico: la misión Hypatia

Hemos leído en casi todos los medios de comunicación a nuestro alcance la noticia del encierro de seis científicas españolas en un hábitat, construido en el estado norteamericano de Utah, que pretende simular las condiciones de vida en una base en Marte. Ya conocemos que se han hecho anteriormente experiencias de este tipo, unas con éxito y otras no, y algunas hasta interrumpidas a medio tiempo del previsto por problemas irresolubles, pero otras fructíferas y constructivas, que han ayudado sin duda a planear los próximos viajes y las estancias primero en la Luna y luego en Marte. Está muy bien que se hagan: ya se sabe que los experimentos científicos tienen al final valor si se convierten en experiencias, que no siempre es así.

En este caso, que hemos leído, como decimos, por todas partes, llaman la atención ciertos aspectos que en la divulgación científica no suele ser tan habitual que estén presentes, por lo menos en los parámetros de salud mental media y de rigor intelectual usual.

En primer lugar, el nombre de la misión: Hypatia.

En segundo lugar, el hecho de que todos sus componentes sean mujeres.

En tercer lugar, el discurso de presentación de la líder, que ha glosado antes que otra cosa los elementos de inclusividad y diversidad y enfoque de género que ha guiado el plan de la misión desde el primer momento.

Cómo no nos va a parecer perfectamente positiva la incorporación de las mujeres a la ciencia y a la técnica, en todos los niveles y en todos los órdenes, en todas las categorías y puestos y trabajos, sin discusión y sin atención alguna al hecho mismo de que se trate de mujeres: qué animal venido de qué oscuridades puede siquiera plantearse objetar lo más mínimo a eso. Y el mismo hecho de que esta misión vaya a ser llevada a cabo por seis mujeres del más alto nivel de muy diferentes especialidades científicas y técnicas es signo indiscutible de que ya venía siendo así.

Pero eso no es una consideración científica, y la acción a la que da lugar no es una acción científica, y el discurso que lo explica no es un discurso científico.

La elección del nombre Hypatia, que por desgracia se está convirtiendo poco a poco, a causa de su mal y popularizado uso, en una especie de Belén Esteban de la historia de la filosofía, ya dice suficiente de las intenciones de esta misión. Es perfecto que se recuerde a la filósofa, por supuesto; y lo es también que su nombre sea uno más del reparto indiscutible de filósofos históricos, claro. No es que fuera científica, pero eso tampoco es algo exigible, del mismo modo que sería igualmente adecuado que el nombre fuera Plotino, que por cierto vivió por las cercanías históricas de la filósofa. Pero sería ingenuo que supusiéramos que el nombre de Hypatia ha sido elegido inocentemente; ni siquiera las componentes de su misión o su portavoz lo afirman, sino que, muy al contrario, hacen de esa elección la bandera que hoy en día parece esperable hacer.

Y se subraya, como decimos, más que el experimento de los peces o del reciclado de líquidos, la importancia que tiene la experiencia en términos de inclusividad, diversidad y género, por supuesto.

Pero eso es política; no es ciencia.

Lo que sucede es que al ser todas ellas españolas y catalanas y posar con sus monos de pre-astronautas para las fotos, y llevar esos monos sobre el brazo izquierdo una bandera de Aragón y no una bandera española, puede que muchos interpreten que ahí hay más intenciones que las expresadas abiertamente (puede que esa bandera no sea la de Aragón, sino la catalana; no le queda claro al lector de la noticia ni está claro si a las participantes en la experiencia, pero tampoco es relevante). A nosotros, como leedores de ciencia entre otras cosas, no nos importa nada en absoluto la bandera que cada cual quiera pegarse a la vestimenta; pero cuando leemos algo presentado como divulgación científica, de la que, por otro lado, somos muy amigos cuando es buena y de buen nivel, estas interferencias no científicas nos entorpecen.

Tenemos la impresión de que las cosas relacionadas con esa inclusividad que menciona la portavoz tendrían que ser tratadas, planificadas, analizadas y practicadas y sobre todo mencionadas en ámbitos ajenos y exteriores a los de las comunicaciones científicas y sobre todo de las experiencias científicas. Que haya más mujeres o menos, o que incluso algunas de ellas «ofrezcan prestaciones de intensidad y cuantificación diferentes al desplegar sus acciones físicas», o sea que sean cojas o mancas o sordas, que es como se llama eso, no le importa lo más mínimo a la ciencia ni nos importa a los que buscamos ciencia y leemos ciencia.

Da la impresión de que con tal de poder no abandonar la posición de víctima, muchas causas han exagerado la descripción negativa de la realidad hasta el extremo de deformar el contacto con la misma, y seguir luchando en consecuencia, en muchas ocasiones, lanzando tajos de mandoble al aire y no a un enemigo real. Eso podría ser una descripción muy ajustada de lo que ha pasado con la causa catalana, por ejemplo (y es que nos han llevado ellas a hablar de esa política), a lo que habría que añadir la ceguera para la percepción de las propias carencias y hasta de los propios delitos. ¿No habrá habido algo de contagio de ese infeccioso reservorio político catalán hacia otros ámbitos, y del otro reservorio de la jerga cursi del culpable supremacista, y presenciamos ahora una expresión de ese contagio en la presentación de esta experiencia pre-astronáutica? Deberíamos estar los cercanos a la ciencia a lo mejor hasta exultantes por ser seis científicas españolas las protagonistas y agentes de algo así de importante. Pero lo que leemos no nos lo permite.