Una nueva Guerra y Paz: nuevos descubrimientos

Una nueva Guerra y Paz: nuevos descubrimientos

 

  1. Tolstoi. Guerra y Paz. Alba Clásica Maior, 2021. 2 tomos. Traducción de Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella.

 

La editorial Alba ha sacado una nueva edición de Guerra y Paz. Nunca son suficientes. Hay veinte o treinta obras de la literatura mundial de las que nunca nos cansaremos de ver nuevas ediciones, nuevas traducciones, nuevas presentaciones.

Los aficionados saben que nunca se terminará de sacar todo el jugo a esa obra, empezando los problemas ya en la cuarta línea, con ese famoso «esclavo» que algunos traducen por «lacayo», otros por «servidor», y muchas más. Y eso, en ese famoso primer párrafo de la gran obra de la historia de la literatura rusa, que resulta que está escrito en francés. Eso es garantizar al lector que va a empezar a divertirse desde la página 1. No tenemos noticia de que se haya respetado ese francés en las traducciones españolas hasta que lo hizo Lydia Kúper en su traducción para Muchnik hace unos quince años (todo dicho de memoria, ponedlo en observación). Una edición magnífica esa de Muchnik, para empezar por esa iniciativa de respetar los idiomas, pero desgraciadamente con deficiencias de fabricación en rústica que hacían que sus mil y pico páginas se fueran cayendo en cuadernillos. En cuanto al francés, con esa «suave pronunciación» que sugiere el mismo Tolstoi que era propia de la aristocracia y los círculos cultos rusos, ya lo celebramos largamente en esa de Muchnik, y lo volvemos a celebrar con esta edición de Alba.

Es imposible relacionar en este espacio todas las ediciones que se han hecho de Guerra y Paz en España pero, por coger una muestra, la «pequeña» de Editorial Juventud, de 1971, esforzada y apretada, con traducción de Fernando Gutiérrez y con letra como mucho del 8, es meritoria y muy de apreciar, pero en sus 510 páginas se tiene la impresión de que ha habido supresiones y síntesis; desde luego, ese significativo francés no aparece. Pudiera ser apropiada para estudiantes de secundaria (vocacionales, claro, nunca a regañadientes). Penguin sacó una edición en 2015, con traducción de Gala Arias Rubio, en la que no se echa de menos episodio alguno, si bien su capitulación y su división en partes complica la comparación con otras ediciones; pero el castellano es magnífico y, como siempre, en el aspecto físico el libro de Penguin no tiene rival en tamaño agradable, peso y comodidad para la lectura. Tampoco respeta los párrafos tolstoianos en francés, aunque sí utiliza un frecuente mademoiselle Natalie, por ejemplo, que ya es una sugerencia de lo que hay en el original, que a según qué lector le compensa, pero a según qué otro lector le abre el hambre de los idiomas originales (también hay inglés y hasta español, como es sabido, en el original de Tolstoi). Luego vino esa que hemos mencionado de Muchnik, que nos produjo a los perturbados una alegría parecida a la que nos produciría visitar el sembrado de la familia pero con los ojos por fin recién operados, y descubrir así las dimensiones y los colores que creíamos entrever y ahora confirmábamos. Una pena: puede que todavía estén por debajo de algún asiento del metro las hojas que se desprendieron en aquella ocasión, y desde luego por las dunas de Valdoviño y por los pizarrales de Carboneras.

Y Alba rompe ahora con esta superedición en dos tomazos que suman 1.675 páginas, pero muy calculados de gramaje y grisura, porque no llega a perder un blanco decente pero el peso no termina de vencer a tu artritis y bueno, no te pongas virguero a leerlo boca arriba porque te va a acabar desgraciando el tabique nasal, pero se puede aguantar en condiciones y posturas normales (y no suma mucho peso para llevártelo a la playa). Un pedazo de edición con camisas en rojos de incendios (claro: El incendio de Moscú de 1812, de Oldendorp), mapas, índices analíticos, índices de personajes («En negrita, los históricos»), introducción del traductor y los dos epílogos de Tolstoi. ¡Y 375 notas a pie de página!

En estas cosas, una vez recompensado el editor, la clave es el traductor. En este caso Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella, que desde ya mismo tiene un puesto en nuestro altarcito del salón de los traductores-editores-escritores. Aunque algún purista podría irrumpir ahora y, en plan inspector de educación, cargarse lo bien hecho: porque ese fantasma que dicen que debe ser el traductor, el transparente e invisible, en este caso lo es todo lo que puede salvo en una cosa: se le nota el amor por su trabajo y por lo que ha hecho. Para no enrollarnos, transcribimos un parrafito de la introducción del traductor: «A diferencia de otras traducciones, hemos mantenido el punto de vista del autor: cuando Tolstoi describe una batalla se refiere a las tropas de su país como «nuestro ejército» o simplemente «los nuestros»». ¿Ah, sí? Los desgraciados que no hemos tenido tiempo todavía de aprender ruso vamos a descubrir cosas interesantes. Puede que por aquí el que menos haya leído cinco o seis traducciones diferentes de Guerra y Paz, y esto no lo conocíamos. Otro parrafito del traductor: «Hemos reproducido, asimismo, el defecto del habla de Denísov -no sabe pronunciar las erres-, algo que Tolstoi marcó sustituyendo la «r» por la grafía «g’ «. Aunque esto puede entorpecer ligeramente la lectura, lo hemos respetado escrupulosamente, algo inédito hasta ahora en una traducción de esta obra en nuestro país». ¿Entorpecer la lectura? ¡Enriquecerla! ¿Cómo es posible que nos hayan dejado llegar hasta aquí sin saber que Denísov no pronunciaba la r? ¿Cómo se puede agradecer este esfuerzo a Fernández-Valdés? Porque lo que sí entorpece es la escritura. Imagine el lector que no suele traducir que esa erre aparecerá en palabras diferentes en el original ruso y en la traducción al español, como es natural. Menudo esfuerzo. Ha consultado todo lo consultable, ha meditado todo lo que merece meditación, desde los niveles lingüísticos que van desde el campesino analfabeto a la aristocracia afrancesada y el intelectual que habla a base de filosofemas, y ha cotejado las anteriores traducciones. Eso es creer en el trabajo y en la literatura, y nos deja pasmados de admiración y de agradecimiento.

Pero te garantizo, lector, que es todavía más: cuando vuelves a sumergirte, una vez más, en Guerra y Paz ahora en esta edición y con esta traducción, nada te va a impedir que oigas directa la voz de Tolstoi, que es lo que ha querido en todo momento Fernández-Valdés. Qué subidón.