Canciones para sábados de lluvia: los blues de Paul Simon (2)

Empieza I’d do it for your love, precisamente, con un golpecito de caja china: lluvia. Un sonoro goterón que cae desde el alero del tejado y aterriza en el alféizar de nuestra ventana. Nos van a acompañar esos goterones a lo largo de toda la canción.

Recordáis aquella preciosa película de Paul Mazursky titulada Próxima parada Greenwich Village? Recordaréis, entonces, la originalísima forma de fotografiar Nueva York, tan distinta de los tópicos fotográficos se diría que obligatorios hasta esa fecha. De pronto teníamos ante nosotros, mientras íbamos de acá para allá con ese grupo de amigos, unas calles de ciertas zonas de Manhattan -no sólo Greenwich Village- que podrían serlo de cualquier barrio de León o de Zaragoza o incluso de Madrid en uno de esos momentos, en general de fin de semana, en que las calzadas y las aceras están casi vacías de tráfico y de personas. Oscuras, probablemente bajo un cielo plomizo de sobremesa de sábado ventoso y frío, solitarias como corresponde a esas horas justo tras la comida y mucho antes de los jolgorios nocturnos, y con los bares y las cafeterías más silenciosos y acogedores que en cualquier otro momento. Para esos escenarios está escrita I’d do it for your love; incluso aunque no lo supiera Paul Simon. Hay pocas cosas más deliciosas que ir solo al cine a la primera sesión de tarde un sábado lluvioso. ¿Hemos dicho «hay»? ¡Qué despiste! Queríamos decir «había». ¿Acaso hay todavía sesiones de 4 de la tarde en cines (que a lo mejor ni existen ya) a los que tienes que llegar caminando por esas calles residenciales pero vacías bajo un sirimiri vivificante, cerrándote bien el abrigo? Pues mirad por dónde, a lo mejor hemos dado con una de las claves del gozo de estos blues de lluvia de Paul Simon: que nos llevan a los placeres de otros tiempos. También a los dolores, desde luego; pero también a las alegrías con las que nos compensábamos.

Que si decimos lluvia decimos, en efecto, caja china: la que abre esta canción a medio acento (no queremos decir eso de anacrusa, por favor, no nos obliguéis) con un primer goterón y se va a prolongar, como ese metrónomo que hemos dicho, sin pausa, hasta el final. Por encima, por la melodía y por los adornos instrumentales, va a pasar de todo. Como es Paul Simon, ya hemos dicho lo de las tonalidades que te columpian; además, en esta canción entran instrumentos no avisados, parrafadas aceleradas de saxofón tenor mientras el saxo bajo va por el fondo tan tranquilo, y a todo esto el cantante a lo suyo, siguiendo su compasillo y como mucho chinchando un poco más al oyente rememorativo con algún rubato dolorido. El primer verso es «We were married on a rainy day», nada menos; y el segundo «the sky was yellow and the grass was gray», andante, bajando de semitono en semitono. No se puede pedir más.

Hay en Paul Simon, como hemos dicho, blues a mogollón. Casi por todas partes. Cuesta encontrar alguna composición suya que no tenga por lo menos un blues que asoma brevemente por el fondo y a veces asustado vuelve a esconder la cabeza. Hasta en sus composiciones más festeras, o en esos que el personal llaman «himnos» que a menudo parecen compuestos aposta para que los llamen así, estilo American Tune o The boxer, encontraremos aquí escondido este compás que viene directamente de las amistades musicales tan heterogéneas, pero a menudo jazzeras o blueseras, de Simon. Incluso en esos «himnos» el tono de la letra es, en general, más propio de un blues que de una exaltación. No deja de ser Simon un producto de los años cincuenta estadounidenses, con James Dean y todas esas rebeldías ya un poco hastiadas de glorias y desfiles. Al final hasta ha estado dando conciertos a pachas con Dylan.

Pero blues, blues descarado sin hibridaciones, Papa Hobo, que hasta empieza mencionando nada menos que a Detroit: «It’s carbon and monoxide the old Detroit perfume». Así no caben muchas dudas. Y hasta el título es uno de los personajes, ese o esos Papa Hobo, ya casi míticos, y en todo caso icónicos de aquella Gran Depresión en la que el blues terminó de consolidarse, entre otras cosas describiéndolos, y contando sus vagabundeos y sus desventuras. Armónica barítono, violín, guitarra: canónico. La guitarra, eso sí, tocada con un nivel de técnica que pocos rockeros alcanzaban. Y los continuos, característicos y hasta violentos cambios de tonalidad, de compás y de aires, como ya hemos dicho no de un párrafo al siguiente, sino de una frase a otra. O sea, lo mismo que le puede pasar a cualquiera que mira desde la ventana golpeada por la lluvia y se percata del brillo inusual del asfalto de su calle, y de la ausencia sorprendente de basuras, y de que, se diría que súbitamente, los árboles no tienen hojas; ¿cuándo se les han caído?

Está bien disfrutar de la música rodeándola de ayudas; y a lo mejor, de todos estos blues, y de los que no mencionamos de momento, el más acabado y completo y dolorido es, como ya estaréis pensando muchos, Still Crazy After All These Years. Supongamos que no nos debe importar la vida personal del artista, sino solamente la obra que nos ofrece. Pues muy bien. No sabemos nada de él y de por qué escribió «I met my old lover in the street last night»; pero lo que nadie nos puede pedir es que no sepamos que eso está narrando algo que nos pasó a nosotros, y que ese Still Crazy nos lo hemos dicho de nosotros mismos unas cuantas veces, y que pocos nos lo han hecho sudar (o llorar, o reír, o bailarlo) como este blues complicado, adornado, mil veces bifurcado. Y apoyado y casi empujado por ese piano eléctrico de timbre casi nasal, envolvente. Y siempre el cine: al poco de escribir esta canción, Paul Simon actuaba en Annie Hall, haciendo un papel pequeño pero fundamental: es el músico chic, excesivamente chic, afectado, que desde Los Ángeles seduce a Annie y la separa de Alvy con bailecitos molones y promesas hollywoodienses. Lo que tiene esta película es un bloque final que, según el estado en el que lo veas, resulta sobrecogedor: Annie y Alvy se vuelven a encontrar años después por la calle, cuando ella ha vuelto de aquel sueño; se toman una cerveza juntos, ríen algún recuerdo. Y se despiden con un apretón de manos en la esquina de una acera desangelada. «And we talked about some old times, and we drank ourselves some beers», dice Paul Simon en su canción. ¿Es el blues otra de las versiones musicales del lamento de cabrones? A veces lo parece, pero la verdad es que no, porque habla de cosas mucho más amplias; una minucia eso de ese lamento, comparado con lo que te inunda el corazón cuando oyes en condiciones esta canción, como si fuera un contraste radiactivo para un TAC de esos que queman las venas y te recorren entero de arriba abajo. Lo que pasa, es que, como dice el mismo Simon, «I ain’t no fool for love songs». Solemos estar en la parte práctica o pragmática de la vida, haciendo cosas, buscando el lado bueno (algunos no, están siempre cabreados).

Oye, pues por eso mismo darse una terapia de sábado lluvioso con estas canciones te depura que es un gusto.