01 Oct Daft Punk: ahora que dicen que se separan
Daft Punk: ahora que dicen que se separan
Hay algo atractivo en ese anonimato robótico un poco anormal en el que decidieron refugiarse o al que decidieron retirarse los dos Daftpunks, Guy-Manuel y Thomas, hace ya veinte años. Desde entonces el público no les ha vuelto a ver la cara, salvo en dos o tres momentos en este o aquel documental en general algo patosos, sobre todo por eso, por violar ese anonimato. Al mismo tiempo, son legión los que odian a Daft Punk precisamente no por su música sino por ese camuflaje ciberelectrónico o androiderrobótico o como haya que llamarlo. El caso es que se percibe que detrás de ese numerazo de cascos y guantes como a medio camino de Star Wars y de Yo, Robot hay una decisión no sólo de cartel publicitario en Mullholand Drive, sino más cosas y de orden desde luego más personal.
Decimos lo de atractivo porque muchos entendemos que te guste dedicarte a un arte, o a lo que sea que por casualidad atraiga al público, pero que eso no suceda porque te gusta la popularidad, sino porque te gusta dedicarte a ese arte. Esto se ha convertido, tras décadas de vida del componente idiota marketinero-empresarial en nuestra sociedad, casi en una herejía. Es difícil ya encontrar un interlocutor que no se te ponga listillo cuando le hablas de tal actor (menos) o músico (algo más) o director de cine o televisión (mucho) que rechazan por completo ese elemento de lo que se llama «popularidad» que muchos otros se han empeñado en que sea cosa inevitable si te dedicas a esos oficios. Qué va, será que está disimulando, pero a quién no le gusta ser famoso, dicen.
Pues, para empezar, los Daftpunks mostraron cierta ejemplaridad. Ya eran conocidos (aunque no tanto sus caras), y sus discos, que creemos que entonces eran dos, habían sido exitazos atómicos…, pero desde el principio habían mostrado cierta cosa que algunos llamaban timidez y otros asocialidad. Simplemente, que les gustaba hacer música y vender, pero no les gustaba que les pararan por la calle o que les gritaran eso de queremos un hijo tuyo, que ya les había empezado a pasar, como algunas fotos de esa era arcaica muestran.
Hay un fenómeno en la música de hoy que alguien tendría que pararse a estudiar, porque ahí pasa algo. Ya lo empezamos a comentar hace mucho, cuando vimos cosillas de Glenn Gould. Luego ha pasado con muchos más, por ejemplo, con los Beatles: quizá fue entre Revolver y el Disco Blanco cuando dijeron: se acabó, ya no damos conciertos (a esas alturas, contra lo que se suele creer, ya habían dado unos dos mil, sí, dos mil, 2.000; muchos creen que sólo habían dado 40 o 50, los de la gira americana, sus principios en The Cavern y eso; pero no: 2.000). Y se dijeron, como tantos otros: a partir de ahora, menos gritos y más calmita, y a hacer música sin empujones ni follones. Y al estudio.
Daft Punk no hicieron exactamente eso, aunque sí algo parecido al principio. Luego han accedido a aparecer aquí o allá en estos Grammy o en, quizá, un par de Coachellas. El último de estos fue como un descenso de extraterrestres, si hay que medir las cosas por la reacción del público, y no sólo del que estaba allí, sino de todos los aficionados al tecno en toda la redondez de la tierra. La parusía.
El tecno, el electrotecno, todo eso que cada crítico (una vez más) llama como quiere. (Precisamente el nombre del dúo lo cogieron de una de sus primeras críticas, que les tildaba muy groseramente de «daft punk»: punk bobo o tonto o fofo. Se dijeron ¿Ah, sí? Pues toma Daft Punk.) Pues resulta que a nosotros el tecno nos gusta mucho en muchas de sus versiones. Nunca te puede gustar todo, claro, pero en ese sentido en el que se hace este tipo de afirmaciones, tenemos que mojarnos y admitirlo: que nos mola el tecno. ¡Si casi empezamos a oír pop con Tangerine Dream y algún otro majara de aquella época, más adelantados a su tiempo que un fabricante de móviles en la Guerra de los Cien Años! Y eso te educa toda esa parte del oído o, como dicen por ahí, te crea acostumbramiento (parece que se usa esto con intención de desacreditar un gusto por algo: no es que te guste, es que te has acostumbrado, como si hubiera diferencia). Y mientras tanto algunos latigazos, estos sí que adelantados hasta lo intraducible, en algunas de las rarezas del Blanco de los de Liverpool, y por supuesto algunas locurillas de concierto algo hiperacelerado al acoplar la guitarra al amplificador (y bastantes calambres y sustos), y por supuesto Pink Floyd y sus sonidos «de-imposible-procedencia-instrumental»… Bueno, y muchos otros. Y vino el dance, y el house, tan despreciados por los poperos politizados hasta que Carlos Berlanga habló a su favor.
Y un día, muy al principio, pero muy al principio, cuenta un antiguo representante, al «alto» de Daft Punk (Thomas), que es un cerebrito de la cosa electrónica y luego del cibermundo, le dio por ajustar y afinar los chorrazos de quejíos que soltaba el conector de un teclado cuando lo acercaba a su hembra sin llegar a tocarla del todo. Ese ruido que todos hemos oído cuando no hemos hecho esa operación como solemos, es decir, muy rápidamente y sin demorarnos. Pues él se demoró y paladeó el churruuuun-churruuuun-miñññññ de la corriente a medio establecer y se dijo: ici, il y a de tomate (o algo parecido). Se quedó estudiando el asunto, más o menos a principios de los 90, y así sigue hasta el día de hoy: y con los resultados parciales y sucesivos de su estudio ha hecho eso, lo que quiere el que lee esta sección, que ya estaba pensando que nos habíamos olvidado pero desde el principio estábamos hablando de ello: música.
Música tecno, sí. Pero además hicieron más. Cuántos artistas a lo largo de la Historia han acabado devorados por su arte, ¿verdad? A estos da la impresión de que les pasó algo parecido a lo que al protagonista de la película Arrebato, la de Iván Zulueta: que a base de ver todo a través de una cámara, esta se lo acaba tragando, o él se convierte en cámara. Los Daft Punk se dijeron: nos va bien, vendemos mogollón de discos, nos piden colaboraciones todos los músicos importantes, hacemos música, que es lo que de verdad queríamos desde el principio, y no queremos más. Ni abrazos, ni achuchones, ni groupies, ni portadas, ni que nos ahoguen los admiradores en un bistrot, ni nada de eso. Sólo somos seres que conectan cosas electrónicas y consiguen mundos nuevos a través de los sonidos. Y pasó lo que, por supuesto retrospectivamente, muchos afirman que era inevitable que pasara: que «se convirtieron» en seres electrónicos: robots. Y algo así como desde el 2000 nadie les ha visto una cara más que de acero, con un visor opaco, ni las manos, que son guantes, o no, de articulaciones dactilares protésicas. Ni parte alguna de su cuerpo humano, por abreviar. Y han seguido haciendo música, y se han hecho tacaños con sus apariciones de modo que estas se han convertido en apoteosis, y todos han seguido queriendo una colaboracioncita suya, por favor. Porque poner en tu disco que el tercer tema (normalmente el primero) es con la colaboración de Daft Punk hace que tus ventas se multipliquen por diez, sin exagerar.
¿Mundos misteriosos y algo temibles? No. ¿Sonidos de ultratumba y de acojone fiscal? Tampoco. En ocasiones, sí, algún viajecillo algo, digamos, estelar, o sólo planetario; y a veces conatos de desarrollo de (una vez más) cosas apuntadas por los Beatles, más amorfas y se diría que más puramente por explorar a ver qué hay ahí. Pero el 99%, ¿qué? Canciones. Pop. Funky, sobre todo (aquí empiezan las discusiones). Sin despreciar otras cosas, pero sobre todo buen rollo. Mucho funky.
Tenemos la impresión de que hay que haber estado con Robinson Crusoe los últimos 15 años para no conocer Get Lucky (https://www.youtube.com/watch?v=CCHdMIEGaaM). Inmediatamente, si se nos permite la comparación, la conocían hasta los abuelitos de residencia rústica y lejana, como inmediatamente todos estos conocieron también Yellow Submarine, cuarenta años antes. O tantas otras. Daft Punk, de verdad, lo han conseguido, y encima saliéndose de los circuitos del posado veraniego y de los/as machotes/as que toman más drogas que nadie.
Hay algo de broma en todo ello, pero lo poco que se les puede conocer apoya la idea de que poco de broma: que son dos jóvenes (se diría que siguen siéndolo 30 años después de serlo) que han sabido deshacerse de la basura que acompaña habitualmente al artisteo y lo han hecho con idioma y herramientas de las que por oficio dominaban. En uno de sus vídeos parece al final que van a mostrarse, se deshacen del casco, su cara va a aparecer, y por fin la vemos: una placa base bien aliñada de circuitos y soldaduras.
Hay un documental reciente que comenta su colaboración con nada menos que la Disney para componer la música del último Tron. Les respetan sus modos y sus métodos, que para eso los han contratado, pero entre unos y otros deciden que estos y aquellos fragmentos mejor que los interprete una orquesta de formación clásica. Hay un primer momento en el que uno de ellos marca el primer compás y la orquesta le obedece, y al parecer casi hay que atenderle médicamente del placer y el shock que le produce. Comenta algo así como «esto también», entre jadeos. No se les había ocurrido. Luego volvieron a sus cables y sus voltios sabiendo más.