De The Velvet Underground con Nico a Take a Walk on the Wild Side

De The Velvet Underground con Nico a Take a Walk on the Wild Side

 

Que nos hemos dado el gustazo de rebuscar por los vinilos y nos hemos dado una dosis de The Velvet Underground con Nico, y hemos flipado. Y hemos flipado doble porque a continuación se nos ha ocurrido que teníamos que empalmar con Take a Walk on the Wild Side. Un poco más y nos tienen que ingresar.

Los reflejos condicionados son muy traidores, y eso es lo que tienen: que nos hemos agarrado una cogorza de órdago sin tocar una botella. Y sobre todo nos ha hecho mucha gracia la fragilidad de ese Velvet con la alemana Nico, ese sonidito que tienen como a medias entre lo que más tarde se llamó «sonido garaje» y algo gótico y tenebroso, el baricentro de un triángulo formado por el glam, el punk y el simple pop bailable.

Es que hay que ver a qué extremos llegamos de insidia y de calumnia, ¿eh? Pues para nosotros no lo es, porque nos encanta que sea ese baricentro, que lo es por otro lado de músicas o estilos o tendencias que no dejan de ser meros, cómo decirlo, constructos de críticos, la mayoría con intereses discográficos en aquellos tiempos, y empeñados todos en hacer el cuadrante, la cuadrícula, la nómina y el rol de todos los que aspiraban a hacerse millonarios digamos que poco más que por el papo, rascando, con ce, una especie de guitarra con la jarcia mal aparejada. Que se sepa y conste que, lo que es por nosotros, encantados, claro. No tanto con esos cuadrantadores, que consiguieron acabar con el trabajo y con el futuro de más de uno y de más de mil, como mínimo de nosotros los oidores, que nos vimos privados de los posibles audibles que ya nunca verían la luz, arrojados sus posibles autores a las tinieblas exteriores de la industria musical por un mal llevarse en los pasillos de la Casa de la Radio de Somosaguas un sábado por la tarde, cuando los conciertos en directo con público y Tena y los otros repartiendo boletos de fusilamiento o de vida.

A lo mejor se nota en nuestra prosa ese colocón del que apenas empezamos a salir. Es que es mucha la salinidad de esa agua del Velvet del 67, de esa especie, diríamos, casi de miedo que parece haber en el tímido rasguear, incluso en los baquetazos de la batería, y no digamos en las voces, la principal de Lou Reed hasta que entra Nico: un Lou Reed que parece pedir disculpas con su vocecilla de tenor acobardado, que se diría canta mirando en todas direcciones, no creyéndoselo, cómo, pero cómo, nos paga Warhol, Andy Warhol, el mismo Warhol, si no somos nadie, si apenas somos veinteañeros, qué hacemos aquí, no sólo en la explosión del pop (es decir: el 67 ya estaba el pop explotando, no naciendo, sino reventando y esparciendo metralla en muchas direcciones y con muchos colores diferentes, y el lugar donde lo hacía era ese, sí, Nueva York) sino en el mismo Vaticano, en la Meca, en el mismo templo dorado de Amritsar, ¡¡The Factory!!, ¿nosotros, que hemos cruzado las calles de Brooklyn en pantalones cortos y mirábamos hacia Manhattan en los días despejados como quien mira a las oficinas centrales de la Caixa desde la esquina donde toca la ocarina bajo la lluvia a ver si un viandante deja caer algún euro?

Sí, seguro que estaban acojonaditos con lo que estaban viviendo, pero iban sacándolo. Esas voces no mienten. Lo de Nico es otra cosa: fíjate que nos ha sonado a veces a The Corrs (al que teclea esto le acaba de caer una colleja) y a veces a Sally Oldfield (esta vez la da el que teclea esto a uno de los que le soplan por detrás). Cosas de amiguetes, suponemos, porque antes de hacer esa colaboración, uno no diría que ese estilo de Nico encajara por ninguna de sus caras en esa cosa de Velvet; pero, y aquí está lo genial, es que nos criamos con eso, y una frase como la anterior sólo la puede pronunciar quien está tan disociado que ya huele la puerta del psiquiátrico desde fuera. Como nos hemos criado con eso, nos parece normalísimo que dos mundos sonoros tan distantes como esa fragilidad de almendro en enero de la musiquilla de Velvet (las reciedumbres cayeron más tarde) sea el entorno de la voz neta, femenina pero viril, o masculina pero femenina o algo así de Nico (que también nos recuerda a algunas de las de Woodstock, otra colleja). Y luego vino Take a walk on the Wild Side.

No es del día siguiente, desde luego. Pero hay demasiada distancia en las calidades y los colores como para creerse que sólo pasaron 5 años, o quizá 4 entre uno y otro. Es verdad que en aquella época, como en algunas otras de vez en cuando, cada año parece encerrar los acontecimientos de tres o cuatro, cada mes parece durar cinco y cada semana dura dos meses. Y aquello fue así: la acumulación que se dio de invenciones, novedades, técnicas, ideas, paridas y genialidades tanto en la música pop como en cine, en teatro, en pintura y en todas las artes, pero también en todo lo otro que el artisteo ni contempla (aunque lo tiene de suelo), el mundo de la ciencia y la técnica; acumulación de tal dimensión que se seguirá intentando hacer catálogo y catálogo de aquello y nunca se acabará. En fin, habría que investigar al detalle acerca de las tecnologías de sonido, los instrumentos eléctricos, las grabaciones y todo eso para comprender cómo se pasa del disco del 67 al Take a Walk del 72.

Uno casi puede imaginarse que fue esa, precisamente esa canción, exactamente esa, la primera que lo recibió en la primera discoteca a la que fue en su vida. Debería ser oscura, en sótano, con primer hall y escaleras de bajada amplios, y todo, del suelo al techo, enmoquetado en negros, y ese olor para siempre entre sándalo, hachís, pachulí, valga la redundancia, y ambientador de cine de sesión doble. Cada escalón de la muy larga bajada coincidiría con el tum-tuuuuuum, tum-tuuuuum de ese bajo hipnótico que se diría interpretado por una máquina, y cada piso de la discoteca y cada vistazo antes de proseguir tendría que tener de fondo eso «que cantan las chicas de color«: du, dudú, dudú, dudududú, dudú, dudú, dudu-dudúuuu. Y al final coincidiría que hemos encontrado nuestra planta, las luces y los colores que queremos para esa noche, con ese saxofón final que revolotea como quiere y nos dice: yaaaaaaaa, aquí. Hay que ver. Tendría que haber sucedido así.

A lo mejor es que nos gusta este Take a Walk. La verdad es que lo oyes hoy y es como Alien: parece hecho ayer. Oyes el Velvet con Nico, y a lo mejor te puedes decir: parece hecho ayer, qué gracia tienen, imitando a esos que lo hacían así en los sesenta. Una especie de bucle temporal, pero frecuente, porque de vez en cuando salen unos tíos que tocan un twist fabuloso o hasta un punk que de tan bien que lo hacen no apetece oírlo (siguen denunciando cosas del 76 que ya no proceden o eso); pero es agradable oír aquel 67 de verdad, auténtico. Pero a continuación, ese mismo tío, muy poco después, hace esta canción por su cuenta que, si no fuera por su letra, podría ser para siempre. ¿Qué pasa con su letra? Que hay que estar muy amojamado para que a estas alturas te escandalice eso del que llegando a Nueva York se depila las piernas y decide travestirse, o que el otro se ponga hasta las cejas de cosas. La fauna esa que lo era de The Factory sólo porque era aquella época, ¿qué tendría de especial hoy?

Y eso es lo que hace más deleitosa esta escucha: que un disco nos ha situado en el cuándo, y el otro nos ha puesto en órbita. Como cualquier cosa musical de 2021 que nos pusiera en órbita. Y esto sólo se puede decir de dos o tres.

Aparte, tendremos que investigar en los laboratorios más profundos de la psiquiatría por qué estas músicas nos hacen pensar en el cine Giallo. O a lo mejor ya sabemos por qué: dice el Eclesiastés eso de «la piedra que desecharon los arquitectos es hoy piedra angular», ¿no? Nos vemos obligados a preguntar si se puede decir lo contrario: «aquello que escandalizó tanto en su momento ya no escandaliza ni a su abuela». ¿Su éxito de entonces (de The Velvet Underground, de Lou Reed, y del cine Giallo) tuvo más de puro cuento escandaloso ante los asustadizos «burgueses» de la época y no había en realidad tanta calidad como ese éxito podría hacer pensar? Seguro que ese caso fue numeroso, y lo hemos comprobado en numerosas revisiones de cosas antañonas. Pero Take a Walk… no; es que lo oyes hoy y su letra te da igual y te sigue molando. Como La residencia o Quién puede matar a un niño (digamos que Giallo español, con algunas de las mejores «manos que aprietan» de la historia del cine), o Claudine Auger, y no digamos Florinda Bolkan o Barbara Bouchet. No había cuento en su presencia en pantalla, y sigue sin haberlo, del mismo modo que no lo hay en ese maligno tum-tuuuuum, tum-tuuuuuum. Ah, que todo lo mencionado es de las mismas fechas, es cierto.

Algo habrá por debajo que los une.