Grimaud-Brahms

Grimaud-Brahms

 

Hélène Grimaud es la pianista en ese concierto para piano y orquesta nº1 de Brahms, con la Orquesta Sinfónica de Baden-Baden und Freiburg, con la dirección de Michael Gielen. Irrumpe Grimaud con sus series de 10 acordes al piano tras el prólogo orquestal, no se sabe si furioso o desesperado, de 90 compases. Consigue imponer algo de calma, o quizá de esperanza, en el ánimo del incauto oidor que se ha expuesto a esta tormenta musical.

Cuando se deja uno rodear por este concierto y cuando piensa en él, no sabe uno muy bien si piensa en Brahms o en Hélène Grimaud. Cuando se oye y se ve, se sabe que se oye y se ve a ambos.

El gusto actual por despreciar a Brahms, la moda ya muy larga de sonreír displicentes ante la sola mención de su nombre, hace ya tiempo que han producido una fusión entre el compositor y el valiente intérprete de hoy que osa tocar cualquier partitura suya.

Un poco más adelante en ese concierto, la pianista reproducirá en sus teclas esa indignación o esa furia que al principio proclamaron los violines. ¿Venció la desesperación a la esperanza de los 10 acordes? ¿O se la extrajo el piano a los demás?

Cada solista lo hace de un modo diferente y personal, y Grimaud da a entender que la ira y el caos no han vencido, sino que ella lo ha metabolizado y ahora es suyo. No sabemos si Brahms también quiso dar a entender eso, pero ahora no nos importa. Lo que nos fascina es que la pianista ha conseguido secuestrarnos, sí, con su técnica, con su emoción, desde luego, pero también con su forma de ser y estar ante el piano.

No es posible seguir a Pierre Schaeffer (ni, ya puestos, a Pitágoras) con su propuesta «acusmática» si tenemos cerca a Hélène Grimaud tocando el piano; ni querríamos hacerlo. A Grimaud hay que verla mientras toca; queremos verla mientras toca. Porque toca con todo el cuerpo, con toda su cabeza, con la expresión de su cara, con sus miradas: y hace de todo ello su Brahms. Sentimos que nos dice: si yo hubiera sido Brahms, habría escrito esta partitura para que se tocara así, sufriendo, gozando, despeinándose y luego llorando, cansada y luego enérgica, reconstruida. Por eso toca con la misma elasticidad atlética con la que sale a zancadas a escena. Por eso mira como muy pocos solistas miran a sus colegas de la orquesta, se diría que con la intención de secuestrarlos como a nosotros y ponerlos a hacer Brahms como ella lo hace: siéndolo.