01 Mar La frase de McCartney por fin se oye
El director de cine Ron Howard, que ya hace años alcanzó esa situación en Hollywood en la que puede hacer lo que le dé la gana, ha hecho un documental sobre The Beatles titulado Eight Days A Week: The Touring Years, en efecto en paralelo al que ha hecho Peter Jackson, casi pisándose el uno al otro algo inoportunamente; pero probablemente no se quitarán público.
Ya sabemos, y nos han comentado por escrito los compañeros Leedores, que The Beatles hicieron más conciertos de los que le es posible aguantar a un mortal, y decidieron en cierto momento dejar de hacerlos. Transcurrieron tres años, más o menos, y por fin hicieron el último, que no sabían que iba a ser el último, y raro y poco concierto, ese famoso «concierto de la azotea» de Let It Be. Ron Howard ha entrevistado a media población mundial, parece, entre actores y escritores y personajes de la cultura y de la no cultura de hoy, y ha rescatado materiales audiovisuales magníficos, y también ha puesto a hablar ante la cámara a Paul McCartney y a Ringo Starr. Ha conseguido una muy bonita película.
No nos vamos a enrollar ahora con la cosa Beatles, porque lo que nos importa es comentar que por fin, después de años y años (en realidad, décadas, sin ofender) de haber conocido la frase de Paul nada más que leída, y por cierto traducida no siempre igual, al final, en esta película, la hemos visto y la hemos oído de sus propios labios. Estamos todavía con el soponcio.
¿Qué frase?
Pues, en fin, esa para entender la cual hay que comprender y contemplar y reflexionar sobre la época en que la dijo, y sobre la pregunta increíble a la que respondía con ella, e incluso sobre el lugar y la ocasión. Y nos gustaría, además, que se reflexionara sobre lo que, de ser difundida correctamente y en su tiempo, o hasta algo después (pero ya hoy no vale, claro, salvo para este Oidor), habrían cambiado ciertas cosas, porque deberían haberlo hecho.
Estados Unidos, 1963. Un tren (parece) de uno de sus innumerables desplazamientos de la gira (quizá es un autobús). El plano es feo, improvisado desde luego, y además da toda la impresión de que Howard y los suyos han tenido que restaurarlo, porque tiene el aspecto de un blanco y negro de grano gordo maltratado por humedades posteriores, por ejemplo, y los españoles de laboratorio han tenido que intervenir (aviso a Herreras: las restauraciones y recuperaciones del cine pasan casi todas por España). El plano es muy picado, como tomado por un cámara de pie, sobre Paul, sentado allí más o menos de cara, pero muy abajo, y al pie de nuestra imagen, de espaldas a nosotros, el reportero con el micrófono que va y viene. Se adivina barullo alrededor, gente que pasa o que va a sentarse. Paul no está cómodo, mira para afuera, está como atendiendo a al reportero por cortesía pero un poco al límite; es visible que quiere irse.
El reportero pregunta:
– ¿Cuál dirías que es el puesto de The Beatles en la cultura occidental?
Así, a lo antropólogo francés de la época. ¿Hemos hablado de la antropología francesa? También podríamos decir: a lo Lacan. Aquí hay discusiones: no sabemos si adjudicar esa preguntita a un estilo pro-sartriano o pre-cioranesco. (Lo de pro- significa «para caerle bien a la editorial Galimard», y lo de pre- hace referencia a hacerse un huequecito en el mundo de la cuasicontracultura pero, eso sí, académica, de unos años después.)
Lo que tiene más gracia y más significado, es la sonrisa de Paul en ese instante. Ya sabemos, que antes no se sabía, que Paul era un chaval más bien culto. Lo fue mucho más unos años más tarde, desde luego, pero ya entonces había empezado su recorrido por las galerías de arte y su contacto con asociaciones cívicas de diferente carácter. Estaba muy lejos de ser el gamberrete de Liverpool que (la película de Howard lo cuenta muy bien) ni siquiera había pensado en que para salir a un escenario a tocar mejor ponerse algún vestuario en lugar de ir con la ropa de casa, por ejemplo. Ahora ya llevaban casi mil de sus, al final, 2.000 conciertos, mucho mundo recorrido, un buen capital y capacidad de maniobra, y estaba, el que podía, completando su educación. Se nota en ese tono, decimos, de la respuesta de McCartney. Esa sonrisa y, sin perderla, esa seguridad:
– No, nosotros no hacemos cultura, no somos del mundo cultural. Es sólo pasárselo bien.
Y ya está.
No había más que decir. A pesar del mal estado de ese fragmento, el audio parece claro.
Y resulta que lo responde el líder del grupo que más va a cambiar una de las cinco columnas de la cultura occidental en la siguiente década. Y a lo mejor en más décadas por lo que a algunos elementos se refiere: los que más saben siguen afirmando que hay cosas de las comenzadas por The Beatles que apenas se han desarrollado.
La frase es demoledora de muchos castillos de naipes intelectuales. Hasta ahora las traducciones repetían más bien «Es diversión», pero no importa mucho: nosotros no hacemos cultura es, probablemente, la mejor definición de la actitud que parece necesario tener en todo aquel que se dedica a lo que los expertos en columbarios han incluido en eso que llaman «cultura». Es muy visible que los que se meten a una actividad diciéndose de entrada «vamos a hacer cultura» o «nosotros somos cultura» no suelen expresar que entiendan muy bien a qué se le llama «cultura» y por qué, y ni siquiera (bueno, quizá es lo más complicado) si hay que llamar «cultura» a algo que no sea eso a lo que empezaron a llamárselo Lévi-Strauss y los demás, que es la madre de todo este lío. Y luego vienen los otros, y frente a lo manual parece excelso lo cultural; y luego vienen los de más allá y frente a lo electoral lo que hay que trabajar es lo cultural… Qué follón. Así es como se ha conseguido que tantos y tantos, en lugar de plantearse si querían hacer carrera de violinista o de pintor, dijeran abiertamente en esa cena trágica familiar: yo, papá, mamá, lo que quiero de mayor es dedicarme a hacer cultura.
Pues fíjate: cuatro tíos del Liverpool más obrero que no sólo no se lo plantearon, sino que hasta lo negaron expresamente, son unos de los pocos de los que de verdad se puede decir sin duda que están entre los que hicieron la cultura que hemos heredado, e incluso que seguimos construyendo. Y quizá, verdaderamente, porque no se lo propusieron.