La intelectualización y sus desconocidos límites en la música

Por más vueltas que le damos, no conseguimos imaginar qué realidad alternativa hubiera impedido nacer y crecer a los géneros o estilos o modalidades de comunicación como las que están cundiendo en las redes, y hasta en ocasiones en Youtube. Nos interesa ahora en particular una obra o pieza o producto difícil de denominar rápidamente, pero que seguro que conocéis: un personaje se dirige a cámara, o sea a nosotros, y nos explica y nos desguaza y nos desmenuza una obra musical de un cantante o, en ocasiones felices, de un clásico de hace siglos. Suelen ser vídeos (llamémoslos así para abreviar, y evitemos a los puristas) más bien larguitos, por lo menos de media hora y habitualmente de 45 o 50 minutos. Aparte de algunos sinvergüenzas chapuceros, resulta que algunos personajes que cultivan este género o modalidad son verdaderos entendidos en lo suyo, es decir en la música, y a menudo muy entendidos en los rincones más lejanos y oscuros del solfeo y de la composición. Normalmente se trata de jóvenes dicharacheros, sueltos, campechanos y a menudo palabroteros; algunos recuerdan a aquellos sermoncitos de Carlos Tena en los que este se ponía muy pero que muy progresista al llamar «viejo peluca» a Bach (y lo cierto es que había ganaderías de melómanos que se ponían a mugir con esas tonterías; unas ganaderías mugían de escándalo y de espanto, y las otras de placer y progreso) en aquellos programas de Radio Nacional que, por lo menos en nuestro recuerdo, casi siempre se titularon Clásicos populares. Ese puntito de irreverencia que sólo es interesante para los que han sido muy reverentes previamente no falta en estos vídeos que decimos del presente; pero, más que eso, lo que tienen casi todos es mucho conocimiento, mucha sabiduría musical y mucho amor por lo que cuentan. Y sí, hay mucha gorra puesta con la visera hacia atrás, mucho piercing y a menudo mucho montaje algo, digamos, grosero: ¿y qué? ¡No vamos a estar conduciéndonos siempre con los modales de un bancario londinense de 1900!

¿Rosalía saca una canción nueva? Ahí llega Jaime Altozano y en un pispás te la desmonta como si fuera un mecano. Este muchacho Altozano es uno de los entendidos y además amantes (que está claro que no siempre son dos cosas que van unidas). Tiene unos cuantos vídeos divertidísimos, precisamente, sobre alguna broma a propósito de Mozart. Hasta cuenta historias truculentas con pinta de documental que tiene la decencia y el tino de desvelar como bromas ya cerca del final, y por en medio ha hecho picar al espectador en varios anzuelos, que luego le desclava. Un tío divertido e informado, ya decimos, del que conviene ver de vez en cuando alguna de sus lecciones. Por ejemplo, cuando Rosalía saca algo nuevo.

Altozano tiene radiografiada a Rosalía como si fuera su tutor en un viaje interplanetario. Y seguramente se guarde algo, pero da la impresión de que no se lo guarda cuando nos echa un nuevo documentalito sobre cómo está hecha esta o aquella canción (también se les puede llamar así, porque casi lo son). «Vamos a examinar la primera estrofa», empieza. Y va separando las bandas de sonido como si a él se las dieran en grabaciones diferentes, y nos comenta cada una de ellas, y nos lleva la mirada y la audición a los detalles más perversos de lo que se ha compuesto para cada instrumento, o de cómo luego se ha pasado por el pasapuré digital de sonidos, y hasta la misma voz, que se ha sampleado (el verbo se ha quedado en español, para horror de algunos) y se ha modificado recortando sus frecuencias más altas, o algunas de las medias, o añadiéndole no sé qué armónicos y texturas: en general, el léxico de la producción musical está ampliándose hacia aquí, y utilizando cada vez en menor proporción el idioma antiguo, sustituido a menudo por la jerga electrónica y computacional. Tampoco es que se haya inventado exactamente ahora, porque casi va a hacer un siglo de alguna de las cosas más eléctricas por ejemplo de Schönberg, y medio siglo largo desde aquellas notaciones musicales prácticamente dibujadas como a imitación de un Zóbel señalando «desde aquí ruido rosa, abriéndose» (de volumen, solía ser), «en este punto, fricativa entre La y Sol» y esas cosas tan divertidas de descifrar y sobre todo de comparar luego con el resultado una vez producido el disco. Bueno, en la actualidad todo esto se ha ampliado, y el papel de la producción musical, aun sabiendo hasta qué punto fue capital e importantísimo, aunque desconocido, en la producción discográfica anterior, hoy se ha hecho, por decirlo así, con más de la mitad de la partitura. En esta, y Altozano nos lo enseña muy bien, paso a paso, y siempre mostrando el ejemplo, hay algo, un poco, una parte, en fin, por supuesto, de melodía con sus intervalos y sus valores de pentagrama; pero eso es a menudo casi como una excusa para la verdadera (no lo decimos nosotros) creación musical, que es la que viene a partir de eso, y que antes era la labor oscura y sacrificada que se llamaba simplemente producción musical. No despreciarla como hacen tantos artistes, ojo, que podrían sacarse más de diez y más de cien casos en que fue esa producción y ese productor los que convirtieron una bobadita de cancioncita elemental, de pronto, en un temazo con éxito y todo. Mira, un día hablaremos de algunos de estos casos.

Pero vamos a lo que vamos: lo que se pone de manifiesto en estos análisis al microtomo de una pieza musical del actual rap-trap-etcétera es, en primer lugar, que hay unas tribus de profesionales del asunto de primera calidad. Lo que saben tanto de música como de programación como de pura producción discográfica, y además de electrónica y hasta de electricidad, no se puede compendiar en un libro. En segundo lugar, sucede que nos encontramos, cuanto más nos adentramos en ese mundo, con una colección de producciones, o de productos, o de canciones, que parecen haber sido hechas con esos parámetros de construcción. Vamos a ver cómo queda una cosa si la sampleamos y luego la dopamos a voltaje y medio, y la reproducimos de nuevo en monoaural, y lo metemos todo junto en el producto final. Y los superentendidos consiguen, en efecto, un producto nuevo (que ya es conseguir, cuando todo parece pisoteado y agotado), analizable hasta la micra y el nanosegundo, una composición o pieza musical o algo de un interés electrónico insuperable, pero… de poco interés musical.

¿Y qué es el interés musical? Malvada pregunta, lector. A lo mejor es lo que intentamos, golpe de pico a golpe de pico, ir averiguando con estos Oidores. No vamos a meternos a definirlo ahora. Pero recordamos a menudo, cuando se nos informa de estas proezas electrónico-cibernético-musicales, toda esa música de hace ya setenta y ochenta años (y cincuenta y cuarenta también) que fue construida obedeciendo a la más conseguida ecuación asintótica de una cónica dada, elaborando pasajes progresivos de un tercio superior sucesivo hasta conseguir una unidad de derivada. Algo que, si no has entendido muy bien lo que quiere decir, no deberás preocuparte, porque nosotros tampoco: pero por nuestros muertos que se decían cosas así cuando entonces, y gran parte de la tribu musical asentía, más o menos arrobada: lo ha conseguido, si es que es un genio, ya decía yo que. Pero lo que salía de eso, la obra musical resultante, también sucede que no le interesaba más que a los profesionales muy muy metidos en esa, precisamente esa, forma de abordar la música. Desafíos matemáticos, intelectualización autorreferente, olvido completo de otros horizontes musicales. Cómo podríamos decirlo: si se hubieran presentado como experimentos para conseguir nuevos sonidos no naturales trabajados por expertos en acústica física o en manejo de sierras radiales y gongs inaudibles, nada que objetar. Tampoco es que objetemos mucho a cómo se hizo, pero siendo honestos no podemos decir que no objetamos algo: es que esas hazañas no se presentaban en una ferralla de polígono industrial, o en un laboratorio de física, sino en un auditorio de música. Era todo intelectualmente irreprochable, avanzado, original, valiente. Pero no tenía nada que ver con la gente. ¿Estaremos con casos como estos de Rosalía empezando a hacer algo parecido?