16 Mar Dolor y música: capítulo 1 y último
Dolor y música: capítulo 1 y último
No vamos a volver con palabrejos tan pitagóricos y tan molones como acusmático; ¿se podrá decir «acusmaticistas»? Queda para otra oportunidad. Aunque nos va a costar no traerlo, porque queremos exponer una discusión que hemos tenido hace poco, en su octogésimosexta sesión, que seguro que empezó antes de lo que conocemos, pero que nosotros conocimos en la que fue nuestra primera sesión, allá por 1974.
El profesor de música, que además era cura, del segundo o tercer COU de la historia, se indignó algo más que Jesús en el templo y empezó a repartir golpes con su propia quijada a todo el que no había hecho nada pero pillaba cerca: acababan de salir más o menos en tropel Dark Side of the Moon de Pink Floyd, algo de Tangerine Dream, diríamos que Phaedra pero no estamos muy seguros, y alguna cosa más de ese entonces novedosísimo tecno o electro con más adjetivos, que esa es otra discusión que los tratadistas residentes siguen celebrando: tecno sinfónico, tecno simplemente pop, tecnorock, psicodelia, etcétera. A nosotros nos daba igual cómo lo llamaran, porque lo único que nos importaba era que esas músicas, en nuestra primera juventud, nos transportaban y sobre todo nos sorprendían. Algunas nos siguen sorprendiendo hoy, en su tricentésima escucha. Además de por sus especiales sonidos, que hasta el momento no habíamos oído por ningún lado y no sabíamos qué artefacto los producía (aquí entraría el ramal acusmatifílico, pero hoy no), porque las mismas músicas nos llevaban a mundos que a lo mejor habíamos vislumbrado de lejos, pero a los que nadie había conseguido arrastrarnos tan sólidamente como estas novedades discográficas. Por quedarnos en los mencionados, Pink Floyd nos seducía con sus voces gruesas y como de yeti, con su bajo, con ese batería del que a menudo se decía que era de todos los rockeros el batería capaz de tocar más lento, y con sus súbitas explosiones como rompiendo una barrera de cristal que daba paso a un mundo dominado por una soprano algo r&b pero nada comedida (de la que muchos sostenían al principio que era otro aparato más, no una mujer); Tangerine Dream te hacía empezar directamente en algún lugar entre Betelgeuse y Rigel, allá por Orión, y de ahí para arriba no te soltaba. Y eso, os lo creáis o no, jóvenes lectores, sin tomar drogas.
Pero a lo que íbamos: éramos jóvenes, y a pesar de eso notábamos que habíamos caído en una época en que delante de nuestros ojos muchas cosas estaban cambiando; pero no el largo de los vestidos, o el color de moda en los abrigos, o los protocolos de saludo en sociedad, todo lo cual nos importaba un pimiento. No: nuestros mayores, unos de buenas y otros de malas, nos subrayaban mucho cuáles de las cosas que estaban cambiando eran de verdad de verdad cosas con las que antes habían contado todos como inalterables, eternas y para siempre. No es que achacaran esa eternidad exactamente a las canciones de Antonio Molina o a las de Joselito, pero un poco, sin confesarlo del todo, sí lo suponían algunos de la Zarzuela, desde luego muchos más de la música clásica sobre todo alemana y romántica, y otros más avanzados llegaban a suponer que se había alcanzado el final con, por ejemplo, algunas cosas del jazz «comercial» como Louis Armstrong o Ella Fitzgerald y, como diversión más o menos sucedánea, esas cosas que venían de América, Elvis Presley y sujetos así. ¿Qué camino le quedaba a la música? ¡Ya estaba recorrido todo! Puede que esto se lo digan hoy muchos, después de veinte o treinta años de pop repetitivo y copión sin excesiva novedad, que impide ver ni entre penumbras qué nueva música puede estar esperando «a que la descubran» ahí, un kilómetro más adelante de la Historia. Tome el lector esta forma de decirlo como una metáfora algo humorística y no saque conclusiones filosófico-penales.
Pero después de Elvis… ¡había novedades! Sin trazar la historia que no cabría aquí, llegamos a esos años 70 de los sintetizadores y de la programación (ojo, todavía no se hablaba de ordenadores en la música, porque no lo eran) y de las grabaciones previas luego reproducidas según pautas y… ya tenemos la bronca.
No lo habían dicho esos profesores de música, pero ahora nos culpaban a todos (quiero decir a toda la humanidad) de Dark Side of the Moon. Pero ¿qué problema hay con esto? Llevamos diez o doce años desde que el pop eléctrico echó a volar, hasta los Beatles usaron un primer sintetizador, ya son miles los que han introducido en sus discos una pistita con diálogos o ruidos de la calle… ¿Por qué se enfada usted tanto?
Porque lo llaman música, dijo por fin, después de semanas de mal humor.
¿No es música, aunque sea otra, lo que hace Pink Floyd (¡en Dark Side, tiene delito!) o Tangerine Dream o todos estos? No, no lo es. Algún listo adelantaba su alfil: pero tiene dos y res y fas, y corcheas y negras, y sostenidos y hasta… ¡bemoles! La bronca llegaba ya a dimensiones geodésicas y nos poníamos todos a distancia de seguridad.
A mí no me va a convencer nadie de que es música un sonido que sale cuando simplemente le doy a un interruptor. ¡La música tiene que tener esfuerzo, de las manos, o de los pulmones, o de los brazos! ¡Una música que no te duele no es música!
Y ahí, por supuesto, los jóvenes nos callábamos. La mayoría teníamos ya unos cuantos cientos de clases ante las teclas o las cuerdas, y desde luego sabíamos lo que era eso de que la música te doliera, pero de ahí a que si algo no dolía no era música… Me parece que para muchos aquellas discusiones fueron un signo muy claro de que había algo de verdad en eso que se repetía tanto de que nos merecíamos haber pasado por una guerra y que éramos una generación sin valor, o sea que había una diferencia generacional. ¿Recuerda algún lector la matraca que daban, y siguieron dando durante años y años, con eso de la «crisis de valores», tan insistente que llegaron a vaciar de significado la queja? Se parecía mucho a lo que ya se había desatado en la música.
Intentamos evitarlo, pero no lo conseguimos. Han pasado décadas, y lo mismo que nos pareció entonces nos lo sigue pareciendo hoy: ridículo. Si supieran lo que estaba naciendo, si supieran lo que hay hoy en el mundo de la música, los samplers, los compresores. Y la creación de sonidos que nunca se han oído antes, ni en la naturaleza ni en la industria: ¿por qué no? ¿Por qué no es música?