El adagio de Gayaneh, claro

El adagio de Gayaneh, claro

Esto ha estado a punto de no escribirse. Todo han sido consejos en contra. Mira que lo conoce todo el mundo y que, queriendo quedar como oídos, vais a quedar como chonis. Mira que eso lo han intentado descifrar los más eruditos y no coinciden en nada unos con otros, no vais a ser vosotros los que deis con la clave. Mira que lo han usado para casi todo y siempre mal, y ahora vosotros sólo vais a quedar como los peores.

Bueno, pues todo eso al final ha ayudado a que nos decidamos. Ya sabéis que a los que hacemos esta sección nos importa bien poco que nos tomen por aficionados, que es lo que somos: aficionados a oír, y a mucha honra. Así que empezaremos diciendo que ni uno sólo de nosotros ha dejado de derramar lágrimas en alguna de las muchas ocasiones en que ha oído este famosísimo adagio. Luego, en ocasiones todos hemos sentido cosas más templadas, o incluso leves, y en otras hemos reconocido lo que tiene de emocionante pero no nos ha hecho sentirlo, todas esas variaciones que, como si fueran las de composición de un tema sobre el pentagrama, también, y antes, se dan en el ánimo de las personas a partir de un tema emocional inicial. Es decir, aquí todos hemos sentido en alguna ocasión que el adagio de Gayaneh estaba compuesto, sabiéndolo o no Kachaturian, en contacto con algo muy verdadero de algunos momentos de las personas.

A continuación todos sabemos que se suele decir de él que expresa esto o aquello. No vamos a mencionar lo que dicen por ahí. Vamos a limitarnos a lo que decimos nosotros, coincida o no con lo que dicen los cánones (que son varios, en contra de lo que cada uno de estos cree).

En primer lugar, la opción más votada es la de soledad. A lo mejor es que la mayoría lo conoció por primera vez viendo la película 2001, una odisea del espacio, pero tampoco se puede asegurar que haya sido ni así ni por eso. Aunque la ilustración vale para recorrer esta opción. Nos parece excelentemente utilizada en esa película: comienza el capítulo III de la misma, el viaje a Júpiter, y ahora nos vamos a meter de verdad en lo que es el espacio: nada de cositas de patio trasero como lo que hay entre la Tierra y la Luna, sino el espacio de verdad, el camino de la Tierra a Júpiter, casi 5 UA. Eso es vacío-vacío, no esa especie de cosa rara llena de naves y de objetos y hasta de naves fantasma sin tripulación, meteoritos y de latas vacías de La Piara y de todo que hay en la mayoría de las películas y novelas que dicen pasar por ahí mismo o incluso entre un sistema y otro. No, nada de eso: ahí no hay nada. Pocas veces se puede usar esto con tanta propiedad: nada. Y por ahí van cinco astronautas, tres de ellos hibernados o cosa parecida, y los otros dos pendientes del funcionamiento de esa nave con forma muy glosada de espermatozoide, a fecundar una… civilización, quizás, un no se sabe qué ajeno y desde luego extraterrestre. Y accedemos a ese viaje, de golpe, asistiendo al muy silencioso y solitario entrenamiento de uno de los astronautas, en realidad unas carreritas en plan jogging por el interior del toroide cuyo giro proporciona una especie de gravedad. El adagio comienza mientras todavía estamos en planos exteriores de la nave. Son prolongados, y en efecto cuando vamos al interior ya estamos algo abrumados. Esos pasos y esos resoplidos de jogger, en lugar de rellenar, acentúan la sensación de desamparo, de pequeñez. ¿Cuál es más nada? ¿El vacío que hay ahí fuera o la «sustancia» de esa conciencia que practica un deporte y piensa y se siente mientras lo hace? ¿Ese haz de impresiones  que nos sugiere tanto desde Hume, desde Schopenhauer, porque ambos lo toman del budismo, es menos nada que un vacío, ahora sí se puede decir con propiedad, interestelar?

La segunda opción ha sido la de esperanza. Hay algo en ese adagio, en efecto, que según te pille te acaba haciendo sentir cierto consuelo. Hay un par de ascensos a acorde mayor por ahí en medio, pero no queremos meternos en esas zarandajas de musicólogo, porque somos solamente oidores. En un momento dado un instrumento releva a otro (que suelen ser un violín que releva a un violonchelo, pero hemos oído otras distribuciones), que parece haberse quedado algo triste, y el nuevo casi repite lo del anterior pero al final lo lleva a otro mundo, como de mullido sentido común, y ya no es un solo, sino que está acompañado de otros. La partitura parece estar escrita al ritmo de una voz humana casi de cualquier idioma: lo que se oye podría ser un discurso hablado, en el que unos instrumentos repiten la frase inicial del primer interlocutor para prolongarla y negarla o complementarla o contradecirla, y con rubatos que parecen los titubeos naturales al hablar… hasta que entra un sensato pizzicato que parece llamar a todos al orden y recordar: ojo, especularéis lo que queráis, pero tenemos que volver al mundo, y en él las cosas son más tranquilas: hay que hacer la cena a los hijos, tender la colada. Es decir, esperanza.

Ya nos han condenado a la chonez irreparable: será que somos chonis o cañis o cualquiera de sus variedades; sólo por lo que acabamos de decir. Pero es que no somos de aquellos que tenían una dilecta esposa que les hacía la comida y la colada, de modo que podíamos dedicarnos a Levinar, o a Cioranar, o ni siquiera a Sartrear. Aquí cada uno ha comprobado ya, y muy comprobado, que la vida es que cada uno se haga su comida y se tienda su colada, y que si la reflexión no incluye eso es que está Lacaneando. Y de ahí a que poder dedicarse a eso sea un consuelo en relación a lo que podría estar pasando, hay menos de un paso.

En tercer lugar ha salido la opción desconsuelo. Esta, que parece tan opuesta a la anterior esperanza, resulta que es compartida por casi todos los que también votan esperanza. Esto siempre es estimulante. En esta web, en la que nos gusta tan poco lo de las bipolaridades, las polarizaciones y los tomas o los dejas, que ambas, esperanza y desconsuelo, convivan, nos resulta muy interesante. Le hemos dado muchas vueltas a cómo explicar esto y, a falta de que en próximas entregas volvamos sobre el asunto y encontremos otra cosa, la que en la actualidad nos ha parecido hecha a la medida es la que pinta nuestra conciencia de mortales, nuestra anticipación especulativa de nuestra propia muerte como descanso (a ver si vamos a ser más estoicos de lo que creemos ser) pero al mismo tiempo el sinsabor de dejar de vivir la alegría de la pareja a la que hemos acompañado, los hijos o los nietos que hemos procurado alimentar no sólo gástricamente y que nos han hecho sonreír siempre, todo ese abandono que vamos a producir y  que no tiene reparación, pues ese es el consuelo imposible.

Así que hemos fundado una asociación para que en nuestra cremación sea este adagio el que suene: soledad y desconsuelo, pero esperanza en el descanso.