Morgan: crea un problema, resuelve un problema

Morgan: crea un problema, resuelve un problema

 

Una socia tinerfeña, pianista y escaladora, que se gana la vida en horas libres en lo más comburente de la industria aeronáutica, nos conmina por todos los medios de comunicación existentes a que resolvamos el problema que crea el grupo Morgan. Ya le hemos adelantado que resolverlo quizá no, pero que vamos a intentar plantearlo del modo más afilado posible, que ya es algo.

En primer lugar, hay que saber que Morgan es un grupo madrileño que se dedica al blues (ah, pues claro: según otros, al folk-rock, y según otros al indie -?-, y así hasta mil), y ya diremos más cosas de esto más adelante, porque es donde radica el problema que crea con su existencia y con su actividad. El grupo gira alrededor de la magnífica Nina de Juan, que parece nacida en Nashville por su forma de cantar, y que al parecer fue la que discurrió el grupo con sus composiciones, que paseó entre los amigos que se le acabarían uniendo. Paco López, el guitarrista, también está como viviendo en otra era y en otro lugar… y ya se nos está colando lo que queríamos retrasar, así que vamos al turrón.

Se trata de un grupo de blues (etc.) soberbio. Añade a su formación básica de cantante con piano, guitarra, bajo, batería y teclas electrónicas un trío de viento metal (B.B.King anda por ahí) y coros en ocasiones con cinco componentes: ¿de dónde sale ese poderío? Pues a lo mejor de que llevan nueve o diez años llenando las salas (hemos visto conciertos suyos por toda la geografía española, sin exagerar) y ganando premios como pocos. Y de su calidad. Y de su, nos permitiréis que lo llamemos así, clasicismo.

No sabemos los más viejos hasta qué punto los menores de cierta edad se darán cuenta de a qué aplauden cuando aplauden a Morgan; estará muy bien que respondan simplemente a su entusiasmo de oyentes o de musiqueros, y nadie tiene derecho a pedirles más. Pero es que sale sola, sin que nadie la espolee, la comparación: esa guitarra de Paco López, ¿cómo consigue que suene como la hija (o la nieta, glups) de las de Santana, George Harrison y David Gilmour? No, no es sólo cuestión de pedales: cómo toca el tío, cómo retiene los vibratos y cómo alarga los ligatos. Hay directos de su famosísimo tema Home en los que se le nota que ha cogido el punto y cuando entra su solo parece que se va a quedar en la primera nota, de lo moroso y goloso que se pone, y de la sed que sabe que está creando en los oidores: él sabe, con toda seguridad, que ha conseguido aires de la familia de Dark Side of the Moon, y se pone a exhibirlos. Ya puestos, ese «batería más lento» que era Nick Mason parece que tiene en Ekain Elorza un nuevo competidor: especialmente en temas como Volver a veces consigue la impresión de que se ha quedado paralizado en el aire. Y todo eso, como muy saben los viejos, tiene su efecto musical.

En fin, el problema que plantea Morgan es el que está aflorando por entre las comas anteriores. Es el que se están planteando notables músicos de clásica, profesores de escuelas musicales de primera línea mundial, compositores y algún musicólogo: ¿han llegado al final el pop, el rock y todos sus primos y hermanastros? ¿Ha llegado al final también la música orquestal en cualquiera de sus versiones y formaciones? ¿Pero a qué final?

¿No sería conveniente volver a desandar lo andado, caminar hacia atrás mirando con mucho cuidado el suelo y el paisaje hasta encontrar dónde se produjo la bifurcación que nos trajo hasta aquí, y entonces tomar el desvío que entonces se dio de lado?

Algunos dicen que Telemann y su plagiario Haendel; otros dicen que fue el trabajo de Mozart; otros más lo sitúan todo en Wagner… Vaya usted a saber. Cada uno parece encontrar que la música del siglo XX nos ha traído hasta aquí porque se tomó la decisión de componer así y no asá en un momento diferente. Lo que sí parece más o menos motivo de acuerdo es que nos encontramos en una especie de autopista musical de la que no se sabe cómo salir hacia territorios nuevos. Algunos ponen como ejemplo de ello al boss Springsteen, que es cierto que lleva por lo menos veinte años haciendo lo mismo; otros se fijan en el silencio de los más afilados, como Sting, y aducen que si calla será por algo… Y así, como decimos, hasta tantas opiniones diferentes como selecciones de fútbol, una por habitante.

Estamos tan apremiados por… todo, por resumir, que es verdad que si nos paramos un momento más de lo habitual a contemplar y reflexionar, puede que se obtenga la impresión: novedades novedades, lo que se dice novedades, en música hace tiempo que no demasiadas o puede que ninguna. Repetir lo ya sabido, interpretar puede que mejor que otros lo ya conocido… pero si hablamos de novedades en música hay que tener cuidado, porque el modelo de novedades ya sabemos cuál es, ese que se podría situar en las barbaridades sucedidas más o menos entre 1960 y 1980, digamos un poco a ojo. Y no cualquier cosa se iguala a eso.

Pues sucede que Morgan es un grupo que con su calidad, su textura, sus timbres, su voz y sus instrumentaciones nos ha desplazado de golpe a 1975. De hecho, algunos se han puesto a recordar la película insuperablemente bluesera, con lo bueno y con lo malo de los blues de todos los tiempos, Nashville, de Robert Altman. O aquel disco magnífico y por supuesto despreciado de Ringo Starr, Beaucoup of Blues, o… decenas más, todo aquel blues que nadie sabía muy bien cómo llamar, porque ya no era el blues negro del recorrido desde el origen, sino algo casi insultado al principio como country blues, muy pronto avanzado por sus timbres más eléctricos a otro casi insulto como es el de blues rock (que, aunque insulto, es lo que la ortodoxia comentarista adjudica por ejemplo a los Rolling, oiga). Por insultar en el mundo de los críticos musicales que no quede, claro; es toda una especialidad. Pero nos da igual: lo que expresa ese blues blanco eléctrico no lo expresa nadie más, así que a veces nos dejamos mecer por él.

Y vienen estos de Morgan y nos llevan allí sin habernos avisado. Tenemos que suponer que lo saben. Tenemos que suponer que conocen a Flying Burrito Brothers (aunque ya sabemos que hicieron poco de este blues, pero lo hicieron muy a fondo), a Keith Carradine, John Mayall y a todos esos. ¡Nos han traslado cuarenta y cinco años atrás! ¿Será ese el recorrido hacia el pasado que piden algunos profesores de música? A lo mejor los de Morgan se han situado allí, y nos llevan con ellos (imposible resistirse a la voz brutal pero emocional de Nina de Juan, y a sus bailecillos mientras se rasca un brazo al subir muchas octavas, a los recuerdos que nos trae de lo que hubiera podido llegar a ser la señora Joplin si, en fin, cómo decirlo, se hubiera comedido sólo un pelín) para volver a partir desde ese punto, pero ahora en otra dirección, haciendo desarrollarse las cosas de otra manera, y ya veríamos qué nuevas músicas podrían salir que hasta ahora no se nos habían ocurrido, acogotados como estábamos y estamos por la realidad de las que de verdad resultaron, como si fuesen las únicas posibles…

Un aplauso para Morgan, que a lo mejor ha descubierto que ser de los mejores grupos de 1975 es ser el mejor grupo de 2021.