01 Nov Músicos de la legua: ya no
¿Qué hacemos? ¿Lloramos con ellos? ¿Nos regocijamos de sus dolores actuales? ¿No habíamos dicho siempre que esos dineros que movían y ese pisto que se daban era una exageración que algún día tendría que corregirse?
Los músicos más o menos pop con un poquito de éxito podían ganar, sólo a base de vender discos, millonadas impensables para cualquier otra profesión (salvo futbolistas o cosa así). Unos tíos, algunos bien preparados y otros no preparados en absoluto, unos colegas de al salir de clase del insti, si daban con el manager preciso en el momento oportuno, y este tenía camelado al gestor de la discográfica adecuado, sólo por darle tres rasgueos a una especie de guitarra medio rota y unos zurriagazos a unos tamborcitos, podían hacerse de oro de la noche a la mañana. Pero de oro de verdad. Las millonadas que han circulado por entre el gremio de músicos (más o menos pop) y adjuntos a los músicos son sólo conocidas en parte, la asumible, porque un poco más allá son cantidades que prácticamente no tienen cardinal. ¿Y eso nos parece mal? Lo que nos parece mal es que eso fuera casi exclusivamente en esa actividad, y prácticamente en ninguna que exigiera esfuerzo, estudio, sacrificio, inteligencia y conocimientos. Lo que es por nosotros, que todo el mundo gane la mayor cantidad de dinero que pueda ganar, mira qué bien. Nada de rencores retorcidos de esos de sindicalista desinformado, que son lo mismo que los nuevos ricos o las aristocracias avinagradas, que en cuanto alguien consigue que le paguen mil euritos en su trabajo ya se están metiendo con él por privilegiado y forrado y «pijo». No, que muy bien, que cada cual gane lo más que pueda, suponemos que mientras no explote a otros o les robe. Aunque hay cosas que se pasan de la raya de exageradas, y cuesta aceptar eso con tanta suavidad, vale de todas formas, que gane cada uno lo más que pueda y sea todo el mundo feliz.
Pero es que eso de la exageración no es una exageración. Como es natural, no se han dicho muchas veces en público las cantidades reales (en el mundo anglosajón sí), pero las pocas que se han conocido nos han cortado la respiración. ¿Que sólo por ese primer disco-pelotazo ya se compraron los cinco del grupo una casa con piscina cada uno? Supongamos que hay que meterlo en el saco de oferta-demanda y de tanto produces-tanto ganas. ¿O queríamos que se lo llevara todo el ejecutivazo de la discográfica, o los del consejo de administración barrigudo que no habían hecho nada para, ni siquiera, ayudar a ese éxito de ventas?
Pero en esto llegó no Fidel, sino esa cosa nunca previsible llamada «progreso». Y los discos, últimamente llamados CDs, dejaron poco a poco de venderse. Ya al principio, digamos hace unos 20 o quizá 25 años, nos pareció a casi todos que con eso de internet, y los primeros y muy precarios programas de almacenamiento y difusión de músicas, las cosas estaban empezando a cambiar. La verdad es que, según los mismos músicos, los cambios fueron súbitos, muy de la mañana a la noche, y sin avisar: los que tenían unos ingresos ya veteranos y aquilatados, con constantes casi mensuales y regulares, por las ventas de sus productos veteranos, dejaron de tenerlos. Y los más recientes músicos y grupos (más o menos pop) pues nada de nada que fuese parecido a aquello en lo que tenían puesta la mirada desde que empezaron a ensayar en aquel garaje inmundo con sus amigos hace ya la eternidad de dos años. Entre las reproducciones ilegales y, sobre todo, las legales, eso de hacerse palacetes sólo por el producto de las ventas de un CD se había quedado convertido en arqueología. Creemos que no fue un genio en particular, sino casi todos los ciudadanos, los que nos dijimos: ha cambiado la era para los músicos, ya no es aquella que empezó «the day the music died» con el accidente de Richi Valens y Buddy Holly, que fue cuando de verdad empezó el pastón discográfico; eso se ha acabado ya y seguramente para siempre. Ahora, casi seguro, como aquellos pobres del avión: a vivir de los conciertos.
Y los hechos nos fueron dando la razón paso a paso.
Que no se lo achaquen a la pandemia, que sería un error de consecuencias erróneas: la cosa empezó claramente antes, y alcanzó su fase regular y su velocidad de crucero con Spotify y movidas similares. Por esta vía, sólo 15 o 20 músicos del mundo ganan pasta; mucha, mucha pasta, cantidades inimaginables de pasta. De 20 millones de dólares para arriba. Pero sólo esos 15 o 20 en todo el mundo. Los demás, los músicos normales, los cantantes elegidos por el gusto del oyente y no por la publicidad, achuchaditos. Todos, creo, lo hemos comentado: si el tema que me interesa de tal músico (más o menos pop) es el número 4 de los 10 que ha sacado, pues pago sólo por el número 4, ¿no? Así que los músicos de ahora pues… ya no ganan como los de antes y, en efecto, se han tenido que tirar de cabeza a los conciertos, tal como se había previsto. Que eso coincidiera con que los ejecutas más descarados de la industria empezaran a jubilarse y no pudieran ya más de ganar pasta y se retiraban a sus casoplos de Ampuria Brava con embarcadero privado y tal, no es algo que nos importe: el caso real y cierto es que las discográficas dejaron de ser el eslabón inevitable (y el vaciadero de pasta ineludible) de los músicos. Ahora cualquiera compone, arregla, graba, mezcla y acaba una canción convencional, y hasta de éxito, en el cuarto ese del fondo de su casa con un par de PCs y las apps adecuadas. Y las pone en cualquier plataforma, de pago o no, en internet, y listo. Algo parecido a lo que hay con la escritura. Sólo que por leer las ingeniosidades de un listillo nadie paga, pero por oír la última pachanga del influencer trap Fulano sí, vaya usted a saber por qué. Pero eso es todo lo que hay por ese lado.
Por el otro, conciertos. Por lo que hemos averiguado, las diferencias de ganancias entre unos y otros músicos son galácticas. No se puede decir que un grupo normal gana 30.000 euros por concierto, porque eso lo ganan algunos, pero otros ganan 2.000 y algunos pocos 100.000. Claro que parece que de lo que no se libra nadie es de la proporción ventas/ganancias; aunque algunos parece que cobran un fijo, sí. En fin, parece de todos modos que eso de los casoplones y los avioncitos ya es cosa de otro tiempo, porque alguno seguirá ganando como para eso (en general, los veteranos que vienen del pasado, claro, tipo Rolling Stones), pero los demás nada de nada: quizá, en los casos más populares, para comer todos los días y pagar el alquiler los cinco que tocan y los cuarenta que hay por detrás.
O sea conciertos. Que era lo que no tenían en el horizonte los novatos, que se veían más que otra cosa currando mucho quince o veinte días para dejar lista la grabación, y luego a la playa y a esperar rentas. Pero no, que hay que dar conciertos si quieres ganar algo.
¡Y resulta que ahora se retiran por cansancio! Justin Bieber, no sé cuántos más, y curiosamente más o menos en las mismas fechas: que se aparcan una temporada, que no pueden más, que han dado treinta conciertos en verano y que no se imaginaban que eso te podía agotar hasta ese punto, que ya no hacen más que pensar en el concierto de mañana o en el viaje de pasado mañana, y que eso no puede ser, que su salud se está resintiendo.
Y supongamos que eso es respetable. En cierto modo les ha pasado como a tantas generaciones (pero con otros temas y asuntos): que sus mayores viven un mundo, y les preparan más o menos para ello, pero cuando los jóvenes llegan ese mundo ha cambiado. Y estos músicos de 25 y 30 años de ahora se han criado con las macroventas de Bruce Springsteen, o de Taylor Swift, o de Madonna o esos, y para eso se han preparado (más o menos), pero al llegar eso de las macroventas pues ya no existe y lo que hay que hacer es pisar la carretera.
Como los del teatro de toda la vida.
Pero se retiran, porque es muy cansado. ¿A lo mejor no era la música lo que les empujaba?