15 Abr My funny valentine, Frank Sinatra o/y Sarah Vaughan
My funny valentine, Frank Sinatra o/y Sarah Vaughan
Por seguir, aunque no por mucho tiempo, con la cosa de las canciones, queremos mostrar eso de las versiones, seguramente adentrándonos en territorios pantanosos por algunos de los comentarios que nos es inevitable hacer.
El primero: Frank Sinatra era un antipático. Hubiera bastado como signo de ello que los muy muy fans nunca hablaban ni hablan de él, sino de sus canciones o de su voz. Vaya, vaya, sospechoso. Y si les tirabas o tiras de la lengua, se defienden de maravilla y siguen hablando de esa voz. Pero una cosa es apreciar esa voz, que es magnífica, por supuesto, y sus interpretaciones de esta o aquella melodía que quizá se habrían quedado en nada de no ser por los matices que él metía ahí, que desde luego era un maestro en eso. A lo mejor ese aprecio ya es bastante y no hace falta apreciarle a él. Luego, cuando te interesas por su vida, lees cosas, incluso ves un buen documental que ahora circula por ahí (bueno significa no hecho por los abogados de sus enemigos), te das cuenta de que ese puntito de algo de mal rollito que siempre te había dado tenía sus fundamentos. Nada espectacular, nada enorme, nada parecido al gótico postpunk que ataba a sus novias y las forzaba, no. Simplemente mal rollito. ¿Quizá el mal rollito que siempre se percibe en el campo gravitatorio de los mafiosos, que hasta cuando son amables (¡o peor todavía cuando son amables!) algo te tiembla por las asaduras y te invita a quitarte de en medio, no estar ahí ni para las risas ni para las copas, que eso acaba convirtiéndose en tu afiliación a causas que no quieres, y si rechazas la afiliación pues te ves afiliado al grupo de automáticas víctimas? Pero todo sin aparato ni ostentación. Bueno, que nadie crea que vamos tan lejos con Sinatra; aunque ¿era él o no era él aquel al que se referían como cantante protegido en sus comienzos de carrera de actor en Holywood por la familia Corleone? ¿Fue por él o no fue por él por lo que aquel productor se despertó con una cabeza de caballo recién cortada dentro de su cama? Muchos que saben mucho dicen que fue por otro cantante; pero otros que saben también mucho dicen que más bien parece que…
Bueno, lo que nos importa es que cantó My Funny Valentine. Y si paras todas las máquinas y detienes todos los engranajes y quitas todos los ruidos, y te sientas y coges aire y te tranquilizas de una vez, y te pones a escuchar su versión, y has hecho un esfuercito por olvidar todo lo que rodea al personaje, de pronto entiendes por qué sus fans son tan fans. Desde luego, por esa voz, de la que nos vamos a limitar a decir que merecería pertenecer a otro cuerpo: a un tío quizá grande, desde luego apuesto, guapetón pero algo desaliñado; porque el que tiene ese timbre y esos colores no debe ser un presumido siempre recién lavado de brillito en diente, sino un tío amable y cariñoso, que sabe de tus dolores porque él también los vive, y por eso canta así. No pega nada la voz de Frank Sinatra en el cuerpo de Frank Sinatra. Cualquier día de estos vamos a hacer el experimento de poner esta canción en su versión con imágenes de otros tíos, a ver qué resulta; no sabemos todavía qué tíos: igual no existen. Nada de años cincuenta n sesenta. Tíos de hoy. Pero como hoy sólo se lleva que los tíos sean cariñosos si son además blandorros o del grupo de teatro Animalario, pues así la cosa no funciona. Habrá que buscar.
Puedes oír lo que hace Sinatra con esta canción aquí:
https://www.youtube.com/results?search_query=my+funny+valentine+frank+sinatra
Y luego está Sarah Vaughan. Hay varias versiones definitivas de Sarah Vaughan a lo largo de su carrera. No sabemos decir cuántas hemos oído. Por lo menos 5. Nos interesa una de un concierto de 1981. Hay otra, quizá la más famosa porque es cercana a la de Sinatra, y debe de ser de allá por mediados o principios de los cincuenta, y está algo estropeada por el exceso, de moda en aquella época, de violines y glissandi y cascaditas delicadas de cuerdas agudísimas. En plan azucaradillo y así, salvo su voz, claro: o sus voces, porque estamos hablando de quien estamos hablando.
En la versión de 1981, en concierto, con ella ya mayorcita, esto de las mil Sarahs se convierte en decenas de miles: tienes que estar muy atento para no pensar que te cuela un playback: sube a la tiple más inalcanzable y casi inaudible (puede parecer que por encima de los 15.000 Hz; seguramente lo está) y baja hasta el bajo más profundo de lo que Wagner ni se atrevió a plantear, y todo a veces en la misma frase, con tres segundos de distancia. Eso sólo lo puede hacer una técnica muy por encima de lo que debería llamarse superdotada, que además de haber nacido con ella hay que trabajarla sin descanso. Un pasmo.
Pero nos interesa que hace lo contrario que Sinatra. Este desnuda la partitura de todo adorno y te hace entender la canción como entiendes un edificio de Le Corbusier: zas, zas, zas, tres líneas que se cruzan, este volumen, este espacio, este acceso, limpio, despojado, lleno de aire y luz. Sarah Vaughan, por el contrario, explota ese mismo espacio para sacarle todos los remolinos de aire que se pueden producir en él al pasar una mariposa, o a veces un águila, o a veces quizá una bandada de estorninos, o de gacelas. No hay recoveco de la partitura en el que no se meta y lo revuelva todo y de todo saque rocalla, melismas, prolongaciones, hilos que nos llevan a otros mundos; y luego vuelve al siguiente compás y vuelta a empezar. La superdotación evidente se impone a la cantante y al final nos tenemos que preguntar si es la misma canción que canta Sinatra: eso sí que es deconstruir. O construir gótico. El que no conozca la composición se va a perder, no va a entender dónde estamos, adónde hemos ido, ¿hemos vuelto ya a la canción o seguimos de paseo astral? Se puede oír aquí:
Será que interpretar es eso. No hacer el robot. Qué lección de interpretación nos dan entre los dos.