Por qué Abbey Road

POR QUÉ ABBEY ROAD

¿A estas alturas, Abbey Road? ¿Estamos tontos? No llega ni a baby boomer, es todavía más viejo. ¿Adónde vamos a llegar? A este paso, cualquier día sacamos un bocadillo de chocolate Elgorriaga de los sesenta o un Scalextric, o puede que incluso a Schubert, el acabóse (avisado queda, lo haremos).

Abbey Road: Because. Difícilmente se encontrará un fondo musical y unas segundas voces que huelan más a lluvia, a sobremesa gris de sábado desierto. Quizá ese Paul Simon de Still Crazy, quizá la película Próxima parada Greenwich Village, a lo mejor algunas cosas de Paul Auster salen de ahí, quién sabe. Something, desde luego, también parece lluviosa, pero si te fijas notarás que más bien es de niebla opaca y blanca atravesada súbitamente por un tren. Pero no vamos a recorrer el disco haciendo proyecciones. Pero Because: porque sí, Abbey Road, porque les dio la gana a sus creadores: nunca sabremos si sabiéndolo ellos o no sabiéndolo, dejaron hecha la carta del restaurante musical y no sólo musical de las siguientes décadas. Puede que lo supieran.

Es conocido que aunque el álbum Let It Be salió después, fue este Abbey Road el último que grabaron, ya hablando poco entre ellos, ya medio enfadados, pero reunidos deliberada y expresamente para ofrecer un final (creo que dijeron ellos mismos:) «honorable». Es que estos tíos tenían mucha música dentro. Y se diría que además de música muchas otras cosas, mucha cultura, mucha experiencia de la vida, mucho de todo: pero ¿cómo es posible? No, no era posible: apenas llegaban a los treinta. No habían sido precisamente buenos estudiantes (suponiendo que ser buen estudiante proporcionara esas cosas de cultura, experiencia y etcétera), no procedían de familias cultas ni económicamente potentes, ni de un entorno especialmente estimulante: todas las historias y documentales muestran un Liverpool de los años cincuenta tirando a oscuro, aburrido y muy de postguerra inglesa, esa que se prolongó y se prolongó más de lo que nunca han contado. Pero en Abbey Road está toda la posteriormente llamada Cultura Pop (la expresión ya se usaba desde mucho tiempo atrás, pero no significaba lo mismo que ha significado después), y parte de la otra, sólo que aquella ni siquiera la podían haber absorbido entonces, porque estaba por crear, recién nacida, y se desarrollaría en los años que siguieron a este 69 tan memorable para lo bueno y para lo malo. Prueben a ver las imágenes del primer desembarco humano en la luna mientras oyen Something o The End, que se grabó en las mismas fechas, el mismo verano. Lo de Vietnam con los Rolling o con The Doors en el audio, tan trabajado ya y tan imitado, no es tan pieza única.

¿De dónde sale esto de McCartney, Lennon, Harrison y Starr? ¿Qué cosa rara pasó ahí? No se ve mucha relación con las clásicas herramientas de interpretación filosóficas o políticas, que siempre que se han usado para explicarlo han sonado a rollo patatero de esos que desacreditan a la filosofía (a la política no le hace falta). ¿Acaso como fueron ellos los creadores de una gran proporción de esa llamada Cultura Pop, en la que casi todos los vivos hoy nos criamos y nos educamos, son, sin que nosotros podamos decidir otra cosa, nuestros adorados dioses creadores? No, no, no, esto no se sostiene. Nos hemos criado en un entorno de Cultura Pop que no era el único y exclusivo entorno, porque en el cabían también muchas otras adjetivaciones de esa «Cultura»: clásica, convencional, tradicional, reformista, escolar, general, familiar, mediterránea en nuestro caso, judeocristiana quizás, y tantas otras: es decir, tenemos muchos más dioses creadores. Y, sin embargo, si concentramos nuestra mirada en Abbey Road no nos queda más remedio que pasmarnos. Repetimos: ¿de dónde salieron estos tíos?

En Abbey Road desde luego, pero vamos a admitir que también en el resto de sus discos, está en cierto modo todo lo que se ha hecho después. ¡Si hasta lo admiten los tratadistas clásicos del pop de hoy en día! El pop tontorrón, la balada desgarrada, el heavy metal, el rockanroll más rockanrollero, la balada armónica depre, los ritmillos bailables, el rock sinfónico, el rock sinfónico grandilocuente, el tecno, el house, el sonido (o la escuela de) Berlín (ojo a los 4 subiendo a pulso por las escaleritas de los estudios de Abbey Road el ¡primer sintetizador! de la música pop precisamente para estas grabaciones), el bajo eléctrico+stratocaster+hammond+orquesta de cuerda de 30 componentes… Nos faltan cosas por decir, pero es que no cabrían, porque son… todas.

Cuando uno se acaba perdiendo, que es de vez en cuando, en los laberintos del presente, debe hacer limpieza de motor y repaso de mapas, me parece: además de esas otras siete re-escuchas que no cabe mencionar aquí, desde luego The Beatles. Y si es Abbey Road mejor.

Porque, además, ni siquiera se agota en sí mismo. Del mismo modo que muy recientemente se están descubriendo asuntos de entre los 4 que no se conocían, o de los que lo que se creía conocer era lo contrario de lo verdadero (por ejemplo, el más culto y politizado era McCartney, no Lennon, que recibía información del anterior; pero quizá la publicidad anti-Vietnam de este o alguna otra cosa hizo que se le atribuyera a John el carácter de «progresista», y simultáneamente a Paul el de «conservador», por aquello de que se peleaban -menudos dos, cómo no se iba a pelear una pareja con ese extremo de creatividad-), hay que repasar y repasar este disco, porque cada vez que lo oyes descubres nuevos instrumentos, nuevos juegos y… nuevos caminos apuntados que se diría que se han recorrido todavía hoy, cincuenta años después, muy poco o nada. Hay músicas e ideas abocetadas que todavía están por desarrollar. Qué misterio el de estos 4.

Por eso Abbey Road, porque es un mapa que nunca se ha terminado de recorrer.