01 Nov Qué es eso del cine musical. ¿Sonrisas? ¿Y lágrimas? 1 (seguramente de muchas)
Qué es eso del cine musical. ¿Sonrisas? ¿Y lágrimas? 1 (seguramente de muchas)
Pues nosotros no lo sabemos muy bien, por supuesto, porque el cine es musical antes incluso de ser sonoro; pero fuera de finuras supondremos que esa denominación nos valdrá para entender que hablamos del «cine con canciones» o quizá con bailes, desde luego con música en plan protagonista, y así. En general, esto nos remite a los de cierta edad a, pongamos, Sonrisas y lágrimas, por empezar por uno de los sitios más dolorosos. ¿Cantando bajo la lluvia, de apenas diez o doce años antes, es «cine musical»? Hombre, parece que rotundamente sí. Aunque tenga mucho más «contenido no musical» que sus antecedentes del estilo de Volando a Río con un Fred Astaire llegando a la cumbre, o esas vetustas y por momentos encantadoras (y políticamente espantosas) La viuda alegre y similares. Repetimos: de momento, nos dejamos de sutilezas y para este primer vistazo no vamos a considerar M, el vampiro de Düsseldorf cine musical, que bien se podría, y se podrá, en otro contexto.
Ahora nos interesa limpiar nuestra sesera de esas canciones o musiquillas que a menudo se adueñan de ella y no nos dejan tranquilos. Probablemente cada generación tiene su colección de viscosidades musicales infantiles. Ya supondrá el lector que vamos a empezar por la generación del boom, que nos es más familiar (y además que coincidió en el tiempo con el hecho de que la sociedad comenzó a soltar correas; ya hablaremos de ello). Y para los del boom hay algunas películas «musicales» de las que ya nunca, por más que las aborrezcan, podrán desprenderse. Además, muchos no las aborrecen. Lo de extenderse luego hacia el pasado (como hemos hecho, por ejemplo, con la mención a Cantando bajo la lluvia) es cosa que vino después, con la edad y el buen juicio. De momento, en aquella infancia, la infección la protagonizó ese Sonrisas y lágrimas que a este lado de la pantalla en la que lees, como viene siendo habitual, ha desatado las más violentas reyertas.
¿Recordáis esa película larguísima de Kevin Costner titulada algo así como El cartero? Postapocalíptica, etcétera: resulta que una tribu de malvados retiene y utiliza a cientos de esclavos, a los que tranquiliza por las noches en su campo de reclusión proyectando en la pared de la cantera… Sonrisas y lágrimas: y esta película les hace cantar a coro, y lloriquear, y babear. Aquí en la realidad de hoy no hemos llegado a ver tanto como babear, pero sí su equivalente presentable. ¿Qué tiene esa película, para muchos aborrecible, que se cuela tan pegajosamente en la conciencia? Quizá que en aquellos años sesenta se utilizó hasta el hartazgo por parte de los profesores escolares de música, un poco al estilo de lo que la misma película proponía: enseñaba la escala y los nombres de las notas, unos rudimentitos de armonía y hasta de contrapunto…, e incluso algo así como el «valor social» de una canción-código contra la opresión (por decirlo rápidamente). No está claro, de todas formas, que la película, por muy musical que fuera, resultara ser una película adecuada para «formar a la infancia» en los valores de la música, ni en los del cine, ni en los del antinazismo siquiera. Presentaremos en crudo los argumentos de la fiscalía:
En primer lugar, en España sólo pudimos ver hasta hace muy pocos años la versión doblada. Eso era habitual en todos los países (los italianos doblaban para su consumo interno hasta a los gatos que maullaban en inglés o en español), pero nos da igual: como muchos suponían entonces, y como se ha comprobado después, eso era un error. Quizá doblar los diálogos para espectadores de lectura lenta de subtítulos o cosas parecidas, bueno, se puede comprender. Pero ¿doblar las canciones? Eso desvirtuó y pulverizó las virtudes que como mero cine musical pudiera tener la película. No queremos que se nos acuse de borricos: Teresa María, que dobló en las canciones a Julie Andrews, y Alberto Aguilá, que dobló en las canciones a Plummer, han dejado grabada para la posteridad la certeza de que eran unos cantantes de primerísima categoría, preparadísimos, templados, y encima actores. Eso no se pone en duda. Pero… ¿doblar a la Julie Andrews cantante? ¿Una de las mejores voces de tiple (bueno, y de barítono: la mayor amplitud de una voz femenina conocida) de la época, y además expresiva y actoral como sólo una o dos voces más que hay por ahí? Conocemos algunos aficionados que entraron en shock de varias semanas cuando hace no muchos años vieron en la tele por primera vez Sonrisas y lágrimas sin doblar, y descubrieron hasta qué punto ese personaje de María era absolutamente otro que el sugerido por las entonaciones, los tonos y los timbres de la dobladora española (Rosa Guiñón), pero sobre todo por su voz al cantar, por su modo de cantar, y todas esas cosas que hacen distinguible a un cantante de cualquier otro. (Algo parecido les sucedió a los aficionados a Lo que el viento se llevó cuando la vieron también no hace mucho por primera vez sin doblar y descubrieron la magnífica interpretación de voz del personaje Melania, o sea de la actriz Olivia de Havilland, que pasaba de ser, doblada al español, una dengue llorica como del humorista Arévalo parodiando un estereotipado acento gallego, a ser una señora con un par, seca, firme, puede que con el defecto de ser cariñosa, pero, aun en el cariño, organizada y fiable: no se entendía, doblada al galaico-arevalés, que un golfo como Rhett Butler tuviera en ella a la única persona que respetaba y trataba con seriedad y confianza; sin doblar, no se entiende cómo no es ella la que se lleva a Rhett Butler al huerto y lo reforma para el bien y la democracia).
En fin, la cantante Julie Andrews hubiera sido suficiente para impugnar el conjunto de la Operación Doblaje de Sonrisas y Lágrimas. ¡Pero es que casi todo lo demás también!
La defensa alega que gracias a eso, por ñoño que nos pueda parecer, se consiguió que la música entrara por fin en los colegios con algo de potencia y posibilidades.
La fiscalía contraargumenta: que si no llega a ser por eso, entonces, nuestros oídos habrían estado libres de ataques durante todas estas décadas; esos ataques que han estado sufriendo procedentes de las flautas dicen que dulces tanto de los alumnos de primaria como de los mismos alumnos de las escuelas de magisterio del mundo.
Pero este tribunal dice que eso es otro asunto, y que al grano.
Fiscalía: Las cosas se tuercen definitivamente con el título: ¿a quién se le ocurrió sustituir The sound of music por Sonrisas y lágrimas, que, aparte de memo, este sí que es ñoño, y además dice tanto de la película como si la hubieran titulado, por ejemplo, Hay suelo bajo los pies, Aire para respirar, Cuando me pincho me duele y cosas parecidas? ¿Fue algún censor imbécil que observó algún peligro moral -solía ser sexual, pero los había paranoicos «de los enemigos del régimen»: vaya usted a saber- en eso de «sonido»? ¿O sería en lo de «música»? ¿O sería simplemente un distribuidor cateto de esos que dicen -a lo mejor ya no- «tú déjame el cartel y el título a mí, que yo de eso entiendo»?
Pero luego está la traducción. Los escolares de entonces, hoy ya abuelos, se levantan por la noche entre gritos y sudores, repitiendo aquello de «Don es trato de varón, res selvático animal, mi denota posesión, far es lejos en inglés, sol ardiente estrella es, la al nombre es anterior, sí asentimiento es y otra vez ya vuelve el dododododoooo». ¿Esto lo tradujo también, como el resto del guión, Bartolomé Pallarés, o lo hizo Ernesto Santandreu? (Y nadie se piense que abogamos por el original inglés, que es probablemente una de las piezas de poesía más estúpidas de la historia de las literaturas indoeuropeas: Doe a deer, a female deer/ ray a drop of golden sun. No deja de decir otra cosa diferente al nombre de cada nota, como ese Don de la traducción española. Un horror.) No tenemos más que respeto y comprensión hacia los traductores, pero eso no permite, por otro lado, perder el sentido crítico. Y aquel espanto de «diecisiete cumpliré» dando saltitos la chica de unos veintiocho años con un nazi idiota de Primaria; y ya el séptimo nivel cuando los hermanos von Plasta interrumpen la reunión de adultos para despedirse a coro con esa canción del adiós.
Pero es que se trata de una de las últimas obras de teatro, y a continuación películas, de esa colección terminal de Tachán-Chis-Pum. Demasiada orquesta brillante, demasiado 3 por 4, demasiados vientos, demasiadas cuerdas… Joder, la verdad es que estamos a punto de completarlo y decir demasiado todo. Sí, demasiado todo. Y demasiada tolerancia hacia unos niños insoportables a los que luego han querido imitar muchas madres con sus hijos (sin llegar a vestirlos con las cortinas, pero se diría que a veces lo parece), demasiado cantar. La reyerta a este lado de la pantalla se suspende cuando se menciona un casi acuerdo que hay acerca de que en esos años 60 y en los primeros 70 estábamos ya en la agonía de esa especie de cine musical nacido o más bien trasladado directamente desde los escenarios, con toda su carga de pasado, su inercia, y sus gustos de público ya antiguo formado con Oklahoma, Siete novias para siete hermanos, y todo ese falso y emético folklorismo que intentaban sacar con fórceps desde Kentucky hasta Oregón con frasecitas de violín como de baile de pueblo y dos zapatazos a continuación acompañados por timbales, todo muy para sonreír de pura campechanía, pero esta campechanía más falsa que la de los locutores deportivos. O si no era eso, era la cosa Oliver o Funny Girl. ¿Por qué no hicieron Doctor Zhivago en modo musical de Broadway tachín-pum-pum? Quizá David Lean era, al fin y al cabo, David Lean (pero ojo, que Carol Reed también era Carol Reed y hay que ver en lo que se metió: nos resultará imposible evitar siempre jamás algún comentario cargado de dolor sobre ese Oliver).
Defensa: a muchos, a miles y miles, les gustó, y no digo ya en el mundo, sino que me basta con que fuera solamente en España; luego algo bueno tendría. Tenía a una Julie Andrews a la que luego tuvieron que admirar, es verdad que cuando se la pudo ver sin sus dobladoras, incluso sus enemigos: una actriz de una formación excepcional, aparte de cantante inigualable y no sólo para ese género sino educada también en la ópera. Todo lo que no es sequedad adusta tanto de las monjas como del capitán y su régimen doméstico cae sobre los hombros de ella, que sabe iluminar en solitario cualquier plano. Todo lo que es luz en esta película procede de Julie Andrews.
Fiscalía: puede, pero eso es hablar bien de Julie Andrews y mal de la película. Como el Barça messidependiente, ¿no?
Defensa: y además se olvidan los valores antinazis y pro-democráticos que ya quedaron sembrados en esas generaciones de espectadores, gracias al discurso general de la obra y en especial gracias a su final.
Fiscalía: sí, hombre, y los de la paz en el mundo. Los nazis no fueron malos por perseguir a los pobrecitos von Plasta o von Trapp por un convento, y la democracia que propone como alternativa la película es la de la rancia aristocracia naval austrohúngara (aunque suene berlanguiano, es tal cual).
Tribunal: vamos acabando. Muy cerca de esta Sonrisas y lágrimas saldrán a las pantallas Funny Girl, Oliver, La leyenda de la ciudad sin nombre y todavía alguna más que nos guardamos para cuando llegue el momento del susto.
¿Era o no era el fin de un estilo de teatro y, lo que es más grave, cine musical ya en general insoportable para la era del pop?
Seguiremos viéndolo.