15 Oct Toda la noche oyeron… gritar a locutores deportivos…,
Toda la noche oyeron… gritar a locutores deportivos…,
Que, seguramente, habría tenido que escribir Colón en su diario acerca de esa vigilia histórica, si se hubiera dado hoy. Qué atracón de gritos y trompetazos nos hemos pegado todos a causa de los juegos olímpicos y casi casi pegados a ellos la reanudación de las competiciones de toda la vida más o menos maltrechas y ahora recuperadas tras la epidemia.
Especialmente los locutores de deportes de equipo (que no sabemos por aquí si es obligatorio llamarlos «narradores» o «conductores» o de mil y un modos cada uno más fino que siempre hay alguien que propone que se les debe llamar, como si eso de «locutor», o sea hablador, fuese algo de menor dignidad). Los que hablan mientras se produce una competición entre dos equipos han ido adquiriendo con los años los tonos y las mañas que en el futuro se dirán propias de este siglo, o por lo menos de este cuarto de siglo, y nuestras votaciones dicen que todas o casi todas esas mañas proceden de las manías de un locutor en particular que acabó algo así como «especializado», dicen ellos, en Fórmula 1después de pasar por muchos otros deportes. Recordamos en especial sus estruendos cuando hablaba mientras en la pantalla se podía ver un partido de balonmano: ahí consolidó su característica principal, que no sólo se ha llevado él a esa Fórmula 1 sino que le han copiado muchos, a lo mejor casi todos, y desde luego los que hoy hacen el balonmano: dejar las frases colgadas en entonación ascendente, como si se tratara de subordinadas antes de interrogación, con un soniquete en realidad algo infantil y hasta, en algunas regiones, propias del habla infantil de un caprichoso o mimado (no insinuamos nada, porque nada conocemos de esas zonas ocultas de la personalidad del locutor: sólo hablamos de cualidad fonética). Ahora no pasa nada si dejas la entonación ahí arriba y a continuación comienzas un nuevo párrafo con la entonación abajo, como olvidando o incumpliendo la promesa que siempre es esa flecha final de la entonación: promesa de aquí se acaba, aquí se acaba pero sólo un momento, o de no me interrumpáis que sólo voy a coger aire, etcétera. Parece que el significado de las entonaciones se pierde en estas locuciones. Que además acaban como reuniéndose todas cuando hay un casi gol o el vicegol aquel que decía Fernández Flórez, momento en el que toda articulación se suspende, aplastada por una fanfarria en general con la vocal A o una cosa cercana entre la A y la E, atronadora, que se prolonga durante cuatro o cinco hercúleos segundos y, esta vez sí, ahora que no hay contenido, baja al final hacia su consunción y muerte sonora. AAAAAAaaaaaa-.-.-.-… Hay debate por aquí, claro, pero gana la opción de los que afirman que eso es una especie de final de la palabra «Fuera», que es donde acaban los vicegoles esos; pero eso de «Fuer» no se oye demasiado, aunque es lógico.
El acabose es cuando se produce por fin ese gol, y más si es del agrado del locutor: incluso los menos aficionados nos hemos detenido ante ese bar o esa tienda de televisores o simplemente nos hemos callado en la casa amiga cuando nos vemos zarandeados por ese incalificable disparo (el de voz, no el otro) prolongado durante segundos y segundos y segundos, esta vez más claramente con la O, al que no le vemos sentido alguno ni utilidad, salvo la de divertir a los pobres jovencitos que ya se han criado con ello y lo imitan hasta cuando juegan al fútbol en el cole. Que sepan que hace no tanto ponían en los telediarios de por aquí, con cierta intención malévola, esos gritos prolongados grabados de un partido de fútbol dado en una televisión argentina, y aquí no producía más que bochorno. Que cada cual suponga lo que se suponía para que produjera ese bochorno generalizado. Pero, desgraciadamente, muchas de las cosas relacionadas con el fútbol, o no con el fútbol sino más bien con el periodismo futbolero, sufrieron no hace tanto una invasión de especie invasora como si se tratara del cangrejo americano en los ríos, y a los lados o bordes laterales o bandas del campo de fútbol se les empezó a llamar «costados» (?), muchas veces «pasto» al césped, «cuero» al balón (esto viene desde DiStéfano, claro, pero sólo lo decía él; hoy, casi todos), y todo lo que se le ocurra a uno. Habrá que acostumbrarse; o, mejor, bajar el volumen.
Pero eso nos obliga a recordar que algunos locutores recién jubilados ya marcaron las infancias y las juventudes de muchos con sus manías y latiguillos, y tampoco se hundió el mundo. Quizá el problema, hoy en día, es que no se consideraba que el respeto a la gramática fuera nada fascista ni patriarcal ni todo eso, sino algo básico y fundamental para el crecimiento personal, la comunicación y, por tanto, la convivencia: y como en clase soltaras una de las cosas raras que se les oía a estos locutores ibas de cabeza al examen de septiembre, aparte de la bronca que te caía. Recordamos en primer lugar al no jubilado sino fallecido J.J. Castillo y su «entró-entró» continuo en el tenis, y de él también y de sus acompañantes (el tenista Andrés Gimeno, por ejemplo), cosas que quizá algún listo de hoy llamaría «fusión lingüística» pero que no eran más que calcos, a veces, y más frecuentemente, chapuzas mixtas: «Lou Liftado» por globo, «Drive» por volea y muchas así. Decían «Deuce» más o menos yus, y no decían «Iguales», pero decían «Ventaja»; decían «Net» cuando la bola tocaba la red, y no «Red», y «Smash» y no «Mate».
Todo eso no molestaba mucho, porque se entendía, equivocadamente o no, que ese deporte no estaba muy desarrollado en España y que cómo no iba a utilizar anglicismos.
En todo caso era mejor que lo que vino en la siguiente generación: llamar durante dos temporadas en la televisión, y a gritos, «Violación» durante un partido de baloncesto a lo que no era más que una falta, dejó a muchos aterrados acerca de la seguridad de las gradas de esos pabellones; y nos consta que alguien lo hizo corregir, porque una cosa es anglicismear y otra es causar esos sustos por mucho que vinieras de recibir un máster o algo así en Estados Unidos.
En esa misma época, y siguientes, un conocidísimo locutor, quizá por único de ese ramo, sucesor del de «Violación», acostumbró a los más jóvenes espectadores de baloncesto a despreciar con entonación inequívoca el tiro del balón a canasta apoyándose en la tabla (que para eso está), porque hacia el final del partido, en esas cosechas de jugadores boomers peor preparados físicamente que los de hoy, el cansancio se notaba y aseguraban el tiro con ese rebotito: «¡Buah, a tabla!» era lo que decía ese hablador cada vez que se producía ese tipo de tiro, con un asco y una expresividad tales que los menores iban luego a su cole a iniciarse en el baloncesto ya medio acojonados por si alguna vez apoyaban su tiro en tabla. Se trataba del típico comentario de listillo de club local, probablemente exjugador ya algo pasado de años, que permanece en la banda con otros veteranos observando los entrenamientos de los nuevos y criticándolos: y pasar eso a los micrófonos de las televisiones nacionales no queda tan bien.
Y otro de esa misma generación, y de origen y acento muy similar al anterior, había conseguido también la exclusiva de lo suyo: el balonmano. Sus locuciones estaban todavía más repletas de una misma frase que las del anterior, y frase además algo críptica, de modo que fueron pocos los jóvenes que se acercaron a ese deporte a partir de su contemplación en la tele, porque esa locución te quitaba las ganas. Hoy en día es un deporte de los de mayor éxito internacional para España, y sus jugadores son admirados y fichados en todo el mundo, pero esto sólo se explica por la ausencia de estos jugadores, hace veinte años, ante los televisores. Este locutor manejaba una especie de mezcla de jerga administrativa y fisioterapéutica que mejor no seguir, porque te desconcentraba del partido; tenía sus amigos entre los jugadores, muy evidentemente, porque siempre eran tres o cuatro aquellos cuyos nombres más mencionaba. Y, por encima de todo, siempre, en todo momento, no dejaba de decir la frasecita: «Golpe franco». ¿Qué era eso? ¿Que lo había dado alguno? ¿Que había que darlo? ¿Que lo iban a dar? ¿Qué golpe? ¿Qué franco? Por motivos elitístico-posturales, se negaba a decir lo que hoy dicen todos, sí, incluso esos que tanto gritan con la A o con la O: falta. Y el equipo a cuyo jugador se ha hecho la falta tiene derecho a sacar el balón y en el primer pase el rival no lo puede cortar. Es decir, tiro libre, como se dice en fútbol. Bueno, se le puede llamar de muchas maneras, pero el problema es que en balonmano se producen estas faltas continuamente. No exageramos si decimos que algo así como una cada minuto. Y los partidos duran dos tiempos de media hora con paradas de cronómetro, en total alrededor de hora y media. Y «Golpe franco» cada minuto.
Hoy se hace la locución de esos partidos sin usar esa expresión, o por lo menos usándola sólo una vez, como aclaración o risa, y todo funciona bien. Claro que un poco antes cierto famoso locutor de fútbol nos acostumbró a oír, cada vez que el partido era del Barça, que había que admirar «El Perfekto Drrenajje Del Nou Kampp». Era el mismo que en las pruebas ciclistas no dejaba pasar año sin soltar lo de «Las Anfrraktuosidades Del Terrrreno». Un máquina.
Pero echamos de menos a José Ángel de la Casa.