Un documental sobre John Cage: ¿sobre el azar?, ¿sobre el agotamiento?

Cómo salir de la jaula-Un año con John Cage. Documental de 70 minutos, actualmente en emisión en Movistar.

 

Hacemos esfuerzos por oír, y además por escuchar, a John Cage, del que ya hemos hablado en ocasiones que el lector podrá recordar. Si intentamos entender qué nos pasa con esto, nos ponemos a imaginar que los estudios de música tendrían que incluir una asignatura que nunca han incluido, una nueva asignatura de denominación tan difícil que ni siquiera hoy en día podemos dársela. Porque «sorpresas», «lo inesperado», «vaya corte», «a que no te lo esperabas» y cosas así son como denominación de asignatura algo cutres, y en todo caso parecen títulos de novelitas rosas-hip hop, como para Omar Montes o cosa así. No: sorpresa, quizá John Cage nos dio alguna, y tampoco demasiada, allá por mediados de los años setenta; pero más que sorpresas podríamos hablar de que nos dio risas, o sesiones de pitorreo, y en algunas ocasiones cosas más serias. (A propósito, el que no para de reírse cuando no sabe muy bien qué contestar es el mismo Cage, que es un vicio que hemos observado en muchos profesores norteamericanos; que venga alguien y nos lo descifre.)

Entendámonos: no nos reíamos de él ni nos pitorreábamos de él, aunque a veces, según nos pillara, hicimos alguna imitación que no ha pasado a la historia simplemente porque en ese momento y en ese bar no había (y por cierto en ningún otro lugar del planeta, en aquellas fechas) un móvil a mano que nos grabara. Admitamos que a la vez que impedirnos pasar a la historia como los mejores imitadores de John Cage, esa falta de grabaciones de móvil también dificultó que las fuerzas del orden (público, pero también musical) nos identificaran y procedieran a, probablemente, nuestro encierro en el castillo de If. Eran tiempos intensos. Y en esas intensidades, de pronto llega uno y te cuenta y te documenta el silencio de piano de 4’33» de John Cage y, como es natural, las risas y las parodias no encuentran quien las detenga.

¡Por supuesto que Cage hizo muchas más cosas! Pero así como nosotros conocimos estos tres movimientos para piano unos veinte años más tarde de que se estrenaran, porque tampoco pudimos nacer antes, el resto de las obras y sobre todo de las acciones de Cage también fuimos conociéndolas poco a poco. Aquellas vanguardias musicales, quizá, puede discutirse si en los cincuenta ya estaban un tanto agotadas. A este lado de la pantalla hay quien opina que rotundamente sí, y que por eso el rock irrumpió como irrumpió, con sus variedades y ramales; pero otros opinan que ni soñar eso del agotamiento, y que en 2022 apenas estamos arrancando los motores de la renovación, esa misma renovación.

El caso es que muy inmediatamente, en esos años 70, como correspondía a nuestra edad, fuimos conociendo más y más contexto de aquellos años 50, y el lienzo en blanco de Rauschenberg que al parecer impresionó a Cage, y algunas otras cosas.

Ahora se ha puesto en circulación este documental, lo cierto es que con material más bien antiguo (como mínimo, se aleja de nosotros hasta la fecha del fallecimiento de Cage, hace 30 años); y por supuesto, rodado a su lado durante unos diez o doce años, nos muestra a un Cage a menudo muy trivial y casi doméstico, desde luego muy lejano del enterrador estereotipado de película del oeste que a veces nos hemos tenido que preguntar si él mismo se proponía interpretar como su propio personaje. En esos años 80 que muestra el documental (o en la selección de moviola del realizador) parece en ocasiones que no hay más que un Cage preocupado por el azar, por la casualidad, por, en efecto, lo inesperado. Pero no sólo lo inesperado como en cualquier circunstancia vital, sino algo que no pronuncia de un modo muy explícito, como si le diera pudor, pero que no queda más remedio que transcribir como «lo inesperadamente entrometido en el arte».

Ese Cage, el real o el del documental, parece ya completamente ocupado por obsesiones de I Ching, de budismo zen (pero un tanto esquemáticas según las reglas de esquematización de las filosofías orientales de la costa oeste de Estados Unidos) y por reírse.

Como es natural, aquí todos pasamos nuestras temporadas en relación con Cage (y ya puestos con Rauschenberg y con los demás; pero también con sus críticos: ¿Y Yasmina Reza?) Durante un par de años le defendemos con seriedad atenéica, y durante el siguiente par de años anunciamos a los amigos un concierto de bandurria que consiste en un minuto de pulsación continuada de una cuerda libre y la frase de conclusión: «Dedicado a John Cage». En fin: que no hemos fundado ningún partido ni a su favor ni en su contra. Pero su insistencia, en este documental, en la intervención del azar o incluso de algo que en un momento llama «el azar matemático» o algo parecido, o los momentos en los que aparece esa expresión en el montaje de la película, invitan a pensar más que en otras ocasiones en eso que algún pensador incluso español ha denominado «el final del arte», que en otras ocasiones dice con las palabras «el arte está acabado».

Aparte de que eso se ha dicho, como todos sabemos, con tanta frecuencia como se ha dicho en particular de la novela, y del cine, y de muchas otras «acciones artísticas», sucede que en ocasiones es lo que apetece preguntar o proponer como tema para desarrollar a los artistas que presentan así esas obras se diría que depresivas, o deprimidas, o derrotadas. Hay muchos dichos famosos en su momento que significan «ya está todo dicho», y eso es lo que parecen expresar estas obras o de sólo silencio o sólo blanco, o de «libre» intervención del azar en la acción artística. Son conocidas las reseñas del mismo Cage sobre algunas de las representaciones de su 4’33»: pues no sé de qué silencio se quejan, si se oía la lluvia golpeando el techo de la sala, y luego las toses y los comentarios del público. Casi parece una parodia al estilo de la del elefante pintado en la piscina de la película El guateque, o de algún personaje de esos muy pasado de vueltas que ante el incendio de un edificio grita a todos «¡Esto es arte puro, y no esas basuras que hacen los artistas!»

Sin conseguir con ello, como decimos, fundar partido alguno, sí que es difícil evitar la impresión de que las diferentes artes necesitaban una depuración así. Algo posterior, pero en la historia se verá como de la misma época, es una cosa como la película de cinco horas y pico titulada Sleep, de Andy Warhol, que, salvo por la presencia de un humano dormilón, viene a ser el equivalente cinematográfico del lienzo en blanco pictórico. ¿Hay alguna novela con todas sus páginas en blanco? Hace apenas unos meses, el escultor italiano Salvatore Garau ha presentado una escultura intangible e invisible (y hasta ha conseguido venderla por 15.000 euros), que el lector recordará. Rebuscamos el equivalente en arquitectura, pero no terminamos de verlo, suficiente estafan ya tantos y tantos inmobiliarios: a lo mejor son estos los artistas, vendiendo apartamentos que no existen.

¿Sacará próximamente algún listo un nuevo videojuego que consista en no hacer nada durante cuarenta y tres horas delante de la pantalla? ¿O ya hemos dejado atrás esa época de quedadas chic?